Nos encontramos junto a Mand Aliex, 39 años, quien fuera un protagonista anónimo del movimiento popular que, en 1988, recuperó la democracia para Chile. Sus impresiones y recuerdos nos dan una mirada singular de un hecho histórico que usted, QUERIDO LECTOR, merece conocer.
NELNSI (No es la noche sin insomnio): Hoy se celebra el aniversario Nº20 del triunfo del NO en el plebiscito que derrocó a Pinochet. ¿Cuáles son sus emociones en este día?
Mand: ¿En qué sentido?
NELNSI: Bueno... ¿Cómo recuerda el 5 de octubre de 1988?
Mand: Ah, eso... con melancolía...
NELNSI: ¿Extraña la mística de aquellos años?
Mand: No sé a qué se refiere vd. con el término "mística". Yo recuerdo que era un mundo diferente, radicalmente distinto a éste.
NELNSI: Claro, no había internet...
Mand: Eso es lo de menos. Evidentemente no había tanta cuchería electrónica como ahora. Recuerdo que estuve toda la universidad sin teléfono, porque en esos años, uno se inscribía para que lo instalaran y pasaban siglos antes que hubiera siquiera línea.
NELNSI: Y ni pensar en celulares...
Mand: Lo único parecido eran los walkie talkies...Uno conseguía que algún amigo con teléfono le tomara el recado, o la señora del negocio de la esquina. Después se pusieron de moda los buzones telefónicos...la gente conversaba y discutía mucho más que ahora...
NELNSI:Entiendo, pero, volviendo a nuestro tema ¿Qué exactamente recuerda usted de ese día?
Mand: Francamente, muy poco.
NELNSI:¿Pero, no fue un evento vital, de trascendencia...?
Mand: Y por lo mismo, es difícil recordarlo con precisión. Verá vd. cuando uno experimenta hechos de magnitud histórica, uno experimenta algo de una potencia tal que es difícil traerlo con fidelidad, del recuerdo a las palabras. Precisamente, porque no está en el recuerdo, no está en el plano de las ideas claras y distintas, sino en un plano emocional en el que los sentimientos son confusos, complejos, es...una experiencia literalmente inefable.
NELNSI: Entiendo, entiendo, pero... ¿Qué hizo usted ese día?
Mand: Voté...
NELNSI: Claro, claro, pero, además de votar...
Mand: Fui a la casa de una polola que tenía y que aprovechó el evento memorable para darme calabazas.
NELNSI: Ahhhhhhh el amor...
Mand: Yo era un mocoso de 19 años, estudiaba literatura y no era un mal alumno. Eso quiere decir que había leído toneladas de páginas y tenía mi cabeza llena de referencias del todo malsanas. En esos años buscaba la democracia para Chile y la Maga para mí.
NELNSI: ¿Qué se leía en esos años?
Mand: De todo. Otra ventaja de esos años: en ese entonces se leía; especialmente los libros o revistas que estuvieran prohibidos. Sobre todo revistas políticas: Apsi, Qué pasa, también una musical:la Bicicleta... Había diarios como el Fortín Mapocho... leer esos medios en la calle era, de suyo, un acto subversivo...
NELNSI: ¿Había mucha represión?
Mand: La necesaria para sostener el régimen y quizá un poco menos...
NELNSI:El ambiente debe haber sido terrible... la inseguridad, el miedo.
Mand: Déjeme contarle una anécdota. Debe haber sido por ahí por 1994 0 1995; yo caminaba una noche de miércoles o jueves por Pío Nono y llevaba una impresora en mi bolso. Al pasar por el Venezia recordé que diez años antes había transitado por el mismo lugar llevando un mimeógrafo escondido en una mochila. Si me hubieran detenido, probablemente me hubiesen golpeado para saber dónde lo había conseguido, a quién se lo llevaba...
NELNSI: ¡Qué horror! ¡Cuánta represión!
Mand: Y sin embargo, nunca me sentí tan libre como en los años de la dictadura.
NELNSI: ¿ P E R D Ó N ?
Mand: Le digo que, mirando retrospectivamente, nunca me sentí tan libre como en esos días.
NELNSI: ¿Po podría explicarse, por favor?
Mand: Mejor lo explica Hölderlin: “Pero allí donde crece el peligro, crece también lo que salva”. En aquellos años todo podía suceder. La existencia no estaba prevista, corríamos riesgos y nuestros proyectos no habían sido sepultados con la lápida del cobarde que pone "utopías". Yo tuve amigos a quienes torturaron aún en 1988, gente que dejaba paquetes en el metro y salía rapidito (no sé si me entiende). Sin embargo, esa vida peligrosa tenía sentido, porque el futuro para ese presente no se había escrito; a diferencia de la que hoy nos ofrece la sociedad que se construyó a partir de ese 5 de octubre: la oportunidad de vivir embrutecidos para morir endeudados y poco más.
NELNSI: Pero estamos hablando de un régimen que violó sistemáticamente los derechos humanos, un régimen antidemocràtico...
Mand: No existen los derechos humanos; los humanos son por esencia chuecos. Déjeme decirle una cosa: desde que estaba en el colegio comprometí mis esfuerzos para "recuperar" la democracia. Aunque en rigor, no se podía recuperar algo que nunca se había tenido, pero uno se sumaba al discurso, confiando. Confiando también participé en el proceso que condujo a la votación de ese día. Creo que todos los que participamos de ese momento esperábamos que las cosas fueran como en el espot del no...
NELNSI: La alegría ya viene...
Mand: Exacto, pero algo le sucedió en el camino...
NELNSI: No me diga que usted es también un viudo del No...
Mand: En realidad lo fui... me casé con una nueva idea...
NELNSI:¿Y cuál sería...?
Mand:Creo que la democracia es un ideal para el cual el Hombre no está preparado. Tuvimos la oportunidad de educarnos para ella y fallamos miserablemente. Ese era el sentido de los primeros años del régimen de Aylwin, pero las ansias de poder y la mediocridad de nuestros dirigentes -desde los presidentes que hemos tenido para abajo- hasta -y sobre todo- la mediocridad del chileno medio han contribuido a establecer un estado de cosas que, comparado con el gobierno de Pinochet, francamente, me hace preferir a este último.
NELNSI:Usted no sabe lo que dice...
Mand: La "gente" no supo estar a la altura de la conquista obtenida y delegó el poder en sátrapas como Aylwin (la justicia en la medida de lo posible), en Frei (estamos ectroirdinariamente contento...), en Lagos (excúseme usted, en Chile las instituciones funcionan) y en Bachelet (...). Eso es una muestra palmaria de nuestra falta de responsabilidad democrática.
NELNSI: ¿Y usted cree que las cosas hubiesen sido distintas si el poder hubiera pasado al cura Pizarro o a Gladis Marín?
Mand: O a Manfred Max Neef, que también fue candidato.¡Usted no entiende nada! Los comunistas no han hecho nada serio en términos políticos, y además representan una sensibilidad decadente, miope, la obstinación y el autismo como programa de gobierno.
NELNSI: Entonces votará por Piñera para presidente...
Mand: De ninguna manera, aunque considero que un gobierno de derecha sería el desastre preciso para reorientar el rumbo.
NELNSI: ¿Desastre?
Mand: La derecha ha delegado el poder durante casi 35 años: primero en los militares y después en los administradores de la Concertación. Si llegan al gobierno deberán aprender a gobernar. Es como cuando en una empresa el patrón despide al gerente y se hace cargo del buque, sin haber navegado en su vida más que oídas, apenas con el manual de navegación para dummies.
NELNSI: Usted caricaturiza todo...
Mand: Ahí están los hechos -y estarán- para desmentirme y sin embargo...
NELNSI:Pero hablábamos de sus recuerdos del 5 de octubre.
Mand: Recuerdo que Chile era un país humilde, el rostro de la gente era como el de esos inmigrantes palestinos que llegan a nuestro país, encogidos en el alma por el horror. Llegan acá y durante los primeros meses hasta una sirena de bomberos los hace gritar de pánico. Poco a poco se van soltando, vuelven a reír, se integran pero, a diferencia de ellos, los chilenos olvidamos. Mientras que los palestinos logran hacerse un futuro, tienen éxito, prosperan, pero no olvidan sus raíces y siguen luchando por su patria y eso que la represión de los israelíes hace ver a Pinochet como a un niño de pecho.
NELNSI: ¡Pero Pinochet fue un asesino, mandó matar a cientos, robó...!
Mand: Los isrelíes han hecho lo mismo, durante mucho más tiempo, pero ellos no son genocidas. Es una falacia, lo sé, pero tenía que decirlo. Además, si Pinochet lo hizo fue porque se lo permitieron, porque, en el fondo, los chilenos apoyaron el golpe de Estado. Distinto hubiese sido si la gente hubiera salido a la calle y hubiera resistido. "La vida no vale nada si no es para perecer..." Suena muy bonita cantada por Milanés, pero a la hora de hacerse cargo... qué bonito canta Milanés.
NELNSI: Bueno Mand Aliex, gracias por su tiempo y una última pregunta: ¿Tiene algo que decirle a aquellas personas que hoy conmemoraron el 5 de octubre de 1988 y que, seguramente, hubieran querido que usted también celebrara?
Mand: Digo con Melvin Udall "Don't knock at this door, sweethearts".
NELNSI: Hasta la próxima.-
domingo, 5 de octubre de 2008
sábado, 13 de septiembre de 2008
La vida sigue igual
En 1969 un escuálido Julio Iglesias -junto al grupo Los Gritos- ganó el primer lugar del Festival de Benidorm con un tema preñado de sabiduría popular. Ese triunfo le significó pasaporte directo al Festival de Viña del Mar, donde cautivó el corazón de las madres y de las hijas con su sonrisa pluridental y su lánguida entonación para versos que decían, más o menos así (en Sol mayor, maestro): "Siempre hay/por qué sufrir/por qué luchar. Siempre hay por quién sufrir/y a quién amar/Al final/las obras quedan las gentes se van/otros que vienen las continuarán/la vida sigue igual".
Una sobrecarga de trabajo me dejó casi 3 semanas fuera de combate y, en este tiempo, el decir de Iglesias se cumplió a cabalidad: la vida sigue, a pesar de nuestra ausencia: se casan las viudas, reverdece el laurel, la alergia prolifera salvaje, la ciclotímica selección chilena de fútbol es humillada por Brasil y sorprende boleteando a Colombia, un nuevo 11 de septiembre impone su rutina de atochamiento del transporte y violencia nocturna.
Es inevitable para mí, y entiendo que para muchas otras personas en el mundo, recordar, cada 11 de septiembre, el sobrecogedor último discurso del presidente Allende, transmitido por las ondas de radio Magallanes, mientras las tropas del ejército chileno rodeaban el Palacio de la Moneda y los aviones hawker hunter surcaban el nublado cielo de la ciudad de Santiago para bombardear la última -y única- trinchera del gobierno de la Unidad Popular.
A través de los años y conforme envejezco, ese discurso ha mutado en su sentido en mi memoria; desde el arrebatador testimonio del presidente mártir, que imponía una ruta y un destino a quienes abriríamos las grandes alamedas para que caminara el hombre libre, para construir una sociedad mejor, hasta el análisis desfascinado del sátrapa intrascendente en el que me he convertido. Como tal, no puedo sino estremecerme al imaginar el cúmulo de emociones que tuvieron que suspenderse para que el monumental ego de ese hombre, absolutamente solo ante la historia y su destino, se atreviera a ensayar frases para una posteridad inevitable y tan contradictoria.
"Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".
Cuánta bella arrogancia de esa esperanza desmedida en un pueblo que, desgraciadamente, no estuvo a la altura de la certeza de su compañero presidente. Porque el pueblo, alguien tiene que decirlo, no salió a la calle "a defender sus conquistas" ni a defender la obra del presidente mártir. Porque el pueblo salió a las calles recién en 1983, cuando la crisis le tocó el bolsillo con la recesión económica que ponía fin al romance del gobierno militar con la ciudadanía. Porque al pueblo le importó 3 pepinos que en la esquina los milicos estuvieran matando a alguien; porque el pueblo no es -no era- sólo el poblador o el obrero que, merced a la editorial Quimantú y al trabajo del Partido, aprendía a juntar las ideas para defender sus derechos: el pueblo era -es- también ese montón de cobardes y alienados quienes elegieron aceptar las mentiras de Pablo Honorato o Claudio Sánchez o Julio López Blanco; el grupo de amnésicos a quienes no les llamó la atención que de la noche a la mañana desaparecieran sus vecinos, sus compañeros de trabajo; el pueblo es ese montón de cobardes que enterró la cabeza cuando apareció el cadáver destrozado de Víctor Jara, cuando aparecieron los cuerpos carbonizados de los muertos de Lonquén, cuando murieron Guerrero, Parada y Nattino, en fin: el pueblo es el que donó sus joyas para la reconstrucción nacional, el pueblo salió a las calles a apoyar a Pinochet cuando lo devolvieron de Filipinas, el pueblo se metió en Cema Chile y cantó, a todo pulmón, "Libre" con Bigote Arrocet, en el Festival de Viña de 1974.
Sé bien esto porque para el golpe tenía 4 años y ciertamente pertenecí, a través de mi familia, a ese pueblo que agradeció la promesa de no más colas en los supermercados, de no más inoperancia política, al cese del clima de violencia y agitación que propiciaron quienes abandonaron a Allende a su destino de animita en la Moneda. Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que me diera cuenta de que nos habían cambiado pan por charqui; que los métodos no justifican el fin; que jamás la traición y la arrogancia pueden caracterizar a los grandes hombres. Afortunadamente, tomé rápida conciencia de esto y mi propio ego me agradece el no haberme quedado sólo con la conciencia, sino con un compromiso que culminó el 5 de octubre de 1988, cuando regresé a mi casa a bordo de un camión con unos obreros, comiendo marraquetas, directo a escuchar el cómputo del plebiscito que nos hizo creer que cambiaría todo, cuando en realidad, no cambió nada.
Y al final, resulta irónico que después de todo este tiempo, de tantas y tantas vidas ganadas y perdidas en pos de hacer realidad un sueño, de construir un pedazo de la historia, de obras destruidas y de gentes aniquiladas y perdidas, la frase más sensata, la más fría y profunda, esté en la voz tembleque del gallego Iglesias: la vida sigue igual.
Os amo, os quiero, os adoro: he vuelto al blog.-
Una sobrecarga de trabajo me dejó casi 3 semanas fuera de combate y, en este tiempo, el decir de Iglesias se cumplió a cabalidad: la vida sigue, a pesar de nuestra ausencia: se casan las viudas, reverdece el laurel, la alergia prolifera salvaje, la ciclotímica selección chilena de fútbol es humillada por Brasil y sorprende boleteando a Colombia, un nuevo 11 de septiembre impone su rutina de atochamiento del transporte y violencia nocturna.
Es inevitable para mí, y entiendo que para muchas otras personas en el mundo, recordar, cada 11 de septiembre, el sobrecogedor último discurso del presidente Allende, transmitido por las ondas de radio Magallanes, mientras las tropas del ejército chileno rodeaban el Palacio de la Moneda y los aviones hawker hunter surcaban el nublado cielo de la ciudad de Santiago para bombardear la última -y única- trinchera del gobierno de la Unidad Popular.
A través de los años y conforme envejezco, ese discurso ha mutado en su sentido en mi memoria; desde el arrebatador testimonio del presidente mártir, que imponía una ruta y un destino a quienes abriríamos las grandes alamedas para que caminara el hombre libre, para construir una sociedad mejor, hasta el análisis desfascinado del sátrapa intrascendente en el que me he convertido. Como tal, no puedo sino estremecerme al imaginar el cúmulo de emociones que tuvieron que suspenderse para que el monumental ego de ese hombre, absolutamente solo ante la historia y su destino, se atreviera a ensayar frases para una posteridad inevitable y tan contradictoria.
"Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".
Cuánta bella arrogancia de esa esperanza desmedida en un pueblo que, desgraciadamente, no estuvo a la altura de la certeza de su compañero presidente. Porque el pueblo, alguien tiene que decirlo, no salió a la calle "a defender sus conquistas" ni a defender la obra del presidente mártir. Porque el pueblo salió a las calles recién en 1983, cuando la crisis le tocó el bolsillo con la recesión económica que ponía fin al romance del gobierno militar con la ciudadanía. Porque al pueblo le importó 3 pepinos que en la esquina los milicos estuvieran matando a alguien; porque el pueblo no es -no era- sólo el poblador o el obrero que, merced a la editorial Quimantú y al trabajo del Partido, aprendía a juntar las ideas para defender sus derechos: el pueblo era -es- también ese montón de cobardes y alienados quienes elegieron aceptar las mentiras de Pablo Honorato o Claudio Sánchez o Julio López Blanco; el grupo de amnésicos a quienes no les llamó la atención que de la noche a la mañana desaparecieran sus vecinos, sus compañeros de trabajo; el pueblo es ese montón de cobardes que enterró la cabeza cuando apareció el cadáver destrozado de Víctor Jara, cuando aparecieron los cuerpos carbonizados de los muertos de Lonquén, cuando murieron Guerrero, Parada y Nattino, en fin: el pueblo es el que donó sus joyas para la reconstrucción nacional, el pueblo salió a las calles a apoyar a Pinochet cuando lo devolvieron de Filipinas, el pueblo se metió en Cema Chile y cantó, a todo pulmón, "Libre" con Bigote Arrocet, en el Festival de Viña de 1974.
Sé bien esto porque para el golpe tenía 4 años y ciertamente pertenecí, a través de mi familia, a ese pueblo que agradeció la promesa de no más colas en los supermercados, de no más inoperancia política, al cese del clima de violencia y agitación que propiciaron quienes abandonaron a Allende a su destino de animita en la Moneda. Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que me diera cuenta de que nos habían cambiado pan por charqui; que los métodos no justifican el fin; que jamás la traición y la arrogancia pueden caracterizar a los grandes hombres. Afortunadamente, tomé rápida conciencia de esto y mi propio ego me agradece el no haberme quedado sólo con la conciencia, sino con un compromiso que culminó el 5 de octubre de 1988, cuando regresé a mi casa a bordo de un camión con unos obreros, comiendo marraquetas, directo a escuchar el cómputo del plebiscito que nos hizo creer que cambiaría todo, cuando en realidad, no cambió nada.
Y al final, resulta irónico que después de todo este tiempo, de tantas y tantas vidas ganadas y perdidas en pos de hacer realidad un sueño, de construir un pedazo de la historia, de obras destruidas y de gentes aniquiladas y perdidas, la frase más sensata, la más fría y profunda, esté en la voz tembleque del gallego Iglesias: la vida sigue igual.
Os amo, os quiero, os adoro: he vuelto al blog.-
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domingo, 24 de agosto de 2008
Pelotudocracia
Con un sentido de la oportunidad que, a todas luces, da cuenta de la valiosa experiencia política por la que se les paga religiosamente su opípara dieta, los diputados chilenos protagonizaron, la semana pasada, otro bochornoso episodio al asignarse -y quitarse al día siguiente- un bono de 100.000 pesos que incrementaba su asignación por combustible... mientras el resto de los chilenos hacemos magia negra para llegar a fin de mes.
La dieta de los representantes elegidos por el pueblo es similar a la de un ministro de Estado: un sueldo líquido de, aproximadamente, 4 millones los diputados y 4 millones y medio los senadores. Hablando en serio, nada del otro mundo, considerando los sueldos que ganan los gerentes, abogados, o los médicos en el sistema privado. No sumo la asignación por gastos de labor parlamentaria que es lo que escandaliza al mutante básico, que no entiende que la labor legislativa no se haga de manera telepática. Señora Juanita: es necesario pagarle a los asesores, a las secretarias, teléfonos, insumos, etcétera.
El principal problema de los políticos, en mi concepto, -dejando de lado su ramplonería, su pobreza léxica y su estrechez intelectual y cultural- es su abrumadora incompetencia en el ámbito de las comunicaciones. Por ejemplo, la sabiduría popular ve en estos gastos de asignación parlamentaria un escándalo y una prueba palmaria de la corrupción de los políticos. Si se aplicara la lógica de la barra pop, el operador de telemarketing debiera pagar de su bolsillo la mantención del teléfono que ocupa para hacer su pega; el carabinero, debiera autofinanciar las balas que emplea -que debería emplear- para detener a los delincuentes y el profesor debiera destinar una parte de sus emolumentos a pagar las fotocopias de las pruebas y los plumones con los que hace la clase. Es sencillo de entender, si se tomaran la molestia de explicarlo; en cambio, prefieren seguir manteniendo la imagen de ladrones, de vagos y aprovechadores, porque, en la práctica, la opinión de la masa les importa un pepino... hasta que llega la hora de la reelección.
Imagino que esta especie de procastinación en el manejo comunicacional debe tener que ver con lo desagradable que debe ser atender los intereses de "la gente". El político tiene, por un lado, la sed de poder, el vértigo de ser alguien importante: un honrable y, tal vez en muchos casos, alguna clase de vocación por el servicio público, que es como se llama al orgullo de sentir que, sus acciones, pueden contribuir a mover los destinos de un país. El precio, en todo caso, no es tan alto: en las sesiones sólo deben aguantarse los discursos soporíferos de otros honorables y en las visitas a sus distritos, deben poner cara de circunstancias cuando se maman los gimoteos de cuanto mequetrefe quiere arrimar agua a su molino, sin atender al derecho del otro, saltándose si es preciso los procedimientos usuales: "Es que querimo' ju'ticia, señor diputado".
Lo que más me sorprende, en todo caso, es que el ciudadano promedio le exige a sus representantes una rectitud y una probidad que él está muy lejos de tener en su vida cotidiana. La manga de delincuentes que entra sin pagar a las micros por las puertas traseras se llena la boca diciendo que "too' lo político' son uno' ladrones"; denuncian que los políticos no van nunca a trabajar quienes han hecho del tráfico de licencias y del sacar la vuelta un arte mayor. Si usted desconfía de su "hombre en el congreso", fíjese que tanto la cámara como el senado tienen sendos sitios web; en ellos, usted puede revisar qué está haciendo su representante día a día, saber cuáles son las comisiones en las que está trabajando, cuántas han sido las leyes en las que ha participado y, aunque no lo crea, también aparece el detalle de su asistencia a las sesiones. Si algo de lo que ahí encuentre no le parece, fíjese que también está -no me va a creer- el teléfono y el correo electrónico del senador o diputado para avisarle, sin mandárselo a decir con nadie, que su voto, para la próxima pasada, irá a la competencia.
Si uno le echa una mirada hasta al fulano que va a tomar el estado de la luz a la casa, cómo va a dejar sin vigilar a quienes tienen la tarea, delegada por nosotros mismos, de dictar las leyes que moverán a un país. Pero es más fácil ceder a la bobería autoconmiserativa, a la irresponsabilidad y a la anomia. Es un error pensar que "todos los políticos son una mierda": para mí, los mierdas son quienes han puesto a esos políticos -"a los mismos de siempre"- a cargo del país y luego se han desentendido de su responsabilidad al elegirlos y al dejar de presionarlos. Y ni siquiera me meto con los cretinos que, como no creen en el sistema, no se inscriben. ¿Estarían dispuestos a someterse a otro sistema de gobierno, como una monarquía o una dictadura?
Se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno que el hombre ha inventado. No estoy seguro. En lo que sí no albergo ninguna duda es que, en nuestro país lo hemos empeorado con malsana irresponsabilidad, tanto políticos como ciudadanos, al punto de terminar rigiéndonos por una pelotudocracia representativa, en la que el centro, la derecha, la izquierda, los de arriba, los de abajo, los de más allá, los de más acá nos encontramos unidos, con un sincero, profundo y sentido espíritu republicano, que se inspira más en la terminación que en la "república".-
La dieta de los representantes elegidos por el pueblo es similar a la de un ministro de Estado: un sueldo líquido de, aproximadamente, 4 millones los diputados y 4 millones y medio los senadores. Hablando en serio, nada del otro mundo, considerando los sueldos que ganan los gerentes, abogados, o los médicos en el sistema privado. No sumo la asignación por gastos de labor parlamentaria que es lo que escandaliza al mutante básico, que no entiende que la labor legislativa no se haga de manera telepática. Señora Juanita: es necesario pagarle a los asesores, a las secretarias, teléfonos, insumos, etcétera.
El principal problema de los políticos, en mi concepto, -dejando de lado su ramplonería, su pobreza léxica y su estrechez intelectual y cultural- es su abrumadora incompetencia en el ámbito de las comunicaciones. Por ejemplo, la sabiduría popular ve en estos gastos de asignación parlamentaria un escándalo y una prueba palmaria de la corrupción de los políticos. Si se aplicara la lógica de la barra pop, el operador de telemarketing debiera pagar de su bolsillo la mantención del teléfono que ocupa para hacer su pega; el carabinero, debiera autofinanciar las balas que emplea -que debería emplear- para detener a los delincuentes y el profesor debiera destinar una parte de sus emolumentos a pagar las fotocopias de las pruebas y los plumones con los que hace la clase. Es sencillo de entender, si se tomaran la molestia de explicarlo; en cambio, prefieren seguir manteniendo la imagen de ladrones, de vagos y aprovechadores, porque, en la práctica, la opinión de la masa les importa un pepino... hasta que llega la hora de la reelección.
Imagino que esta especie de procastinación en el manejo comunicacional debe tener que ver con lo desagradable que debe ser atender los intereses de "la gente". El político tiene, por un lado, la sed de poder, el vértigo de ser alguien importante: un honrable y, tal vez en muchos casos, alguna clase de vocación por el servicio público, que es como se llama al orgullo de sentir que, sus acciones, pueden contribuir a mover los destinos de un país. El precio, en todo caso, no es tan alto: en las sesiones sólo deben aguantarse los discursos soporíferos de otros honorables y en las visitas a sus distritos, deben poner cara de circunstancias cuando se maman los gimoteos de cuanto mequetrefe quiere arrimar agua a su molino, sin atender al derecho del otro, saltándose si es preciso los procedimientos usuales: "Es que querimo' ju'ticia, señor diputado".
Lo que más me sorprende, en todo caso, es que el ciudadano promedio le exige a sus representantes una rectitud y una probidad que él está muy lejos de tener en su vida cotidiana. La manga de delincuentes que entra sin pagar a las micros por las puertas traseras se llena la boca diciendo que "too' lo político' son uno' ladrones"; denuncian que los políticos no van nunca a trabajar quienes han hecho del tráfico de licencias y del sacar la vuelta un arte mayor. Si usted desconfía de su "hombre en el congreso", fíjese que tanto la cámara como el senado tienen sendos sitios web; en ellos, usted puede revisar qué está haciendo su representante día a día, saber cuáles son las comisiones en las que está trabajando, cuántas han sido las leyes en las que ha participado y, aunque no lo crea, también aparece el detalle de su asistencia a las sesiones. Si algo de lo que ahí encuentre no le parece, fíjese que también está -no me va a creer- el teléfono y el correo electrónico del senador o diputado para avisarle, sin mandárselo a decir con nadie, que su voto, para la próxima pasada, irá a la competencia.
Si uno le echa una mirada hasta al fulano que va a tomar el estado de la luz a la casa, cómo va a dejar sin vigilar a quienes tienen la tarea, delegada por nosotros mismos, de dictar las leyes que moverán a un país. Pero es más fácil ceder a la bobería autoconmiserativa, a la irresponsabilidad y a la anomia. Es un error pensar que "todos los políticos son una mierda": para mí, los mierdas son quienes han puesto a esos políticos -"a los mismos de siempre"- a cargo del país y luego se han desentendido de su responsabilidad al elegirlos y al dejar de presionarlos. Y ni siquiera me meto con los cretinos que, como no creen en el sistema, no se inscriben. ¿Estarían dispuestos a someterse a otro sistema de gobierno, como una monarquía o una dictadura?
Se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno que el hombre ha inventado. No estoy seguro. En lo que sí no albergo ninguna duda es que, en nuestro país lo hemos empeorado con malsana irresponsabilidad, tanto políticos como ciudadanos, al punto de terminar rigiéndonos por una pelotudocracia representativa, en la que el centro, la derecha, la izquierda, los de arriba, los de abajo, los de más allá, los de más acá nos encontramos unidos, con un sincero, profundo y sentido espíritu republicano, que se inspira más en la terminación que en la "república".-
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sábado, 16 de agosto de 2008
Un hombre que fuma en una casa vacía mientras avanza la noche
"Esta es la noche, quién no pudo sentirla así no la conoce.
Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender.
(...) Me hubiera gustado clavar la noche en papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo".
Juan Carlos Onetti: EL POZO
Pronto cumpliré 40 años y en el curso de este tiempo debo haberme relacionado con cientos de personas: a ninguna he conocido; en rigor, no quiero conocer a nadie, no quiero atar a nadie a la suma de mis prejuicios porque sé que tal arrogancia es por completo inútil. En cualquier momento, en el corazón del cobarde surge el impulso de amaestrar dragones; en el del satánico, el de resucitar a su Dios y regresar del averno; en el del amante, el de traicionar o vender el amor prometido; en fin: a veces hacemos cosas locas en momentos locos y dejamos de ser nosotros mismos o quizá, a despecho de nuestros conocidos y de lo que creen saber de nosotros, empezamos a ser, por fin, quienes realmente debiéramos haber sido.
Sin embargo, un par de veces en todo este tiempo, me he encontrado con seres a quienes no necesité conocer para saberlos; seres con los que las palabras se volvían alimento para las polillas y con quienes la noche era un pretexto para reconocer que, a cada lado del aire, componíamos una figura común hecha de días, de preguntas, de extrañas aventuras que encontraban su sentido en nuestras conversaciones y que, como niños mostrándose sus juguetes, nos mostrábamos para reír con una risa pura, libres y felices al fin, después de tanto silencio, de tanto tiempo de ser malentendidos. Esos misteriosos seres fueron -y son- los hermanos que mis padres no pudieron darme y que, no obstante, la vida, la única madre que sabe todas nuestras cosas, generosa y sabia puso en mi camino.
Uno de ellos, hace hoy justo un año, se suicidó. Hace justo un año, encerrado en la desolación de su casa, se dejó seducir por el deseo de saber "who is there" como puso en uno de sus últimos mensajes de texto. En su incurable optimismo, mi amigo creyó que existía la posibilidad de saber qué hay más allá y para saberlo, dejó atrás, en un salto, a su pequeño hijo, a sus mujeres, a sus amigos preguntándonos, con nuestro absurdo egoísmo "¿Por qué lo hizo?". Y la respuesta es tan simple como terrible: porque no fuimos lo suficientemente atractivos, o interesantes, o necesarios, como para que el privarse de nuestra compañía fuera un obstáculo para su salto al quizás definitivo.
No fue, por cierto, el primer dolor de mi vida. Varias muertes ajenas cargo en la espalda, fuera de las propias: tan brutales y dolorosas tanto las unas como las otras. Pero la muerte de mi amigo consiguió hacer lo que ningún dolor anterior había hecho: me hizo consciente de la responsabilidad que implica aceptar seguir viviendo. Él era un artista, el único que he conocido, un tipo lleno de lucidez, de generosidad y de talento. Por cierto, no estoy cayendo en el ridículo cliché de santificar al difunto: pero el tipo era excepcional, aún en sus miserias, y son muy pocos los que pueden reclamar para sí ese apelativo. Vivimos rodeados de estrafalarios y megalómanos, y cuando notamos el brillo leve e intenso del genio, éste nos deslumbra y nos conmueve porque nos muestra una manera de existir que parece tan simple y tan difícil -tan imposible- de reproducir con naturalidad en nuestras vidas. Y sin embargo, tan necesaria.
En Carpe Diem, uno de los más bellos manuales con instrucciones para la vida que haya leído, el múltiple Walt Whitman nos sugiere, con tono admonitorio: "Haced de vuestras vidas algo extraordinario". ¿Y eso qué significa? Trato de entenderlo en esta noche tan fría, atravesada de gritos a lo lejos y sin embargo, tan llena de silencio. Tal vez sea un cobarde o tal vez mi radical escepticismo me mantenga de este lado de las cosas. No lo sé. Se necesita de un valor análogo tanto para restarse como para proseguir y antes que interesarme por saber "who is there?", quisiera tanto saber "who is here?", quien es éste que apaga el cigarro y, con los ojos abiertos, se deja llevar hasta dónde no sabe por el mar de la noche.-
Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender.
(...) Me hubiera gustado clavar la noche en papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo".
Juan Carlos Onetti: EL POZO
Pronto cumpliré 40 años y en el curso de este tiempo debo haberme relacionado con cientos de personas: a ninguna he conocido; en rigor, no quiero conocer a nadie, no quiero atar a nadie a la suma de mis prejuicios porque sé que tal arrogancia es por completo inútil. En cualquier momento, en el corazón del cobarde surge el impulso de amaestrar dragones; en el del satánico, el de resucitar a su Dios y regresar del averno; en el del amante, el de traicionar o vender el amor prometido; en fin: a veces hacemos cosas locas en momentos locos y dejamos de ser nosotros mismos o quizá, a despecho de nuestros conocidos y de lo que creen saber de nosotros, empezamos a ser, por fin, quienes realmente debiéramos haber sido.
Sin embargo, un par de veces en todo este tiempo, me he encontrado con seres a quienes no necesité conocer para saberlos; seres con los que las palabras se volvían alimento para las polillas y con quienes la noche era un pretexto para reconocer que, a cada lado del aire, componíamos una figura común hecha de días, de preguntas, de extrañas aventuras que encontraban su sentido en nuestras conversaciones y que, como niños mostrándose sus juguetes, nos mostrábamos para reír con una risa pura, libres y felices al fin, después de tanto silencio, de tanto tiempo de ser malentendidos. Esos misteriosos seres fueron -y son- los hermanos que mis padres no pudieron darme y que, no obstante, la vida, la única madre que sabe todas nuestras cosas, generosa y sabia puso en mi camino.
Uno de ellos, hace hoy justo un año, se suicidó. Hace justo un año, encerrado en la desolación de su casa, se dejó seducir por el deseo de saber "who is there" como puso en uno de sus últimos mensajes de texto. En su incurable optimismo, mi amigo creyó que existía la posibilidad de saber qué hay más allá y para saberlo, dejó atrás, en un salto, a su pequeño hijo, a sus mujeres, a sus amigos preguntándonos, con nuestro absurdo egoísmo "¿Por qué lo hizo?". Y la respuesta es tan simple como terrible: porque no fuimos lo suficientemente atractivos, o interesantes, o necesarios, como para que el privarse de nuestra compañía fuera un obstáculo para su salto al quizás definitivo.
No fue, por cierto, el primer dolor de mi vida. Varias muertes ajenas cargo en la espalda, fuera de las propias: tan brutales y dolorosas tanto las unas como las otras. Pero la muerte de mi amigo consiguió hacer lo que ningún dolor anterior había hecho: me hizo consciente de la responsabilidad que implica aceptar seguir viviendo. Él era un artista, el único que he conocido, un tipo lleno de lucidez, de generosidad y de talento. Por cierto, no estoy cayendo en el ridículo cliché de santificar al difunto: pero el tipo era excepcional, aún en sus miserias, y son muy pocos los que pueden reclamar para sí ese apelativo. Vivimos rodeados de estrafalarios y megalómanos, y cuando notamos el brillo leve e intenso del genio, éste nos deslumbra y nos conmueve porque nos muestra una manera de existir que parece tan simple y tan difícil -tan imposible- de reproducir con naturalidad en nuestras vidas. Y sin embargo, tan necesaria.
En Carpe Diem, uno de los más bellos manuales con instrucciones para la vida que haya leído, el múltiple Walt Whitman nos sugiere, con tono admonitorio: "Haced de vuestras vidas algo extraordinario". ¿Y eso qué significa? Trato de entenderlo en esta noche tan fría, atravesada de gritos a lo lejos y sin embargo, tan llena de silencio. Tal vez sea un cobarde o tal vez mi radical escepticismo me mantenga de este lado de las cosas. No lo sé. Se necesita de un valor análogo tanto para restarse como para proseguir y antes que interesarme por saber "who is there?", quisiera tanto saber "who is here?", quien es éste que apaga el cigarro y, con los ojos abiertos, se deja llevar hasta dónde no sabe por el mar de la noche.-
sábado, 9 de agosto de 2008
La estética de Mordor
Esta reflexión se inicia cuando, una mañana de sábado, se abrieron las puertas del metro y entró un individuo bajo, de unos 50 años, canoso, con surcos antes que arrugas en la piel del rostro, cuya expresión era de absoluta ausencia, como si la facultad de raciocinio se hubiese extinguido en su familia 3 o 4 generaciones antes de él. Sin embargo, no era su expresión de necrosis neurológica lo que me llamó más la atención, sino el enorme aro que llevaba, como un brillante moco plateado, colgando sin asunto sobre su abultada fosa nasal izquierda.
De un tiempo a la fecha, cientos de habitantes del planeta han optado por insertarse pedazos de metal, madera y hasta PVC en orejas, cejas, pezones, labios (superiores e inferiores) y/o ilustrarse el pellejo con tatuajes, con escarificaciones o, incluso, quemaduras y expansiones. Lo que era una práctica ritual en culturas originarias, plena de significaciones sociales, religiosas y culturales hoy se ha vuelto, en nuestra civilización hipertecnologizada y omnitolerante, una moda que se impone hasta en niños metilfenidato-dependientes, que lucen sus piercings como pasaportes que los acreditan como miembros de hecho y de derecho de sus tribus sociales, tal como a sus padres ausentes los acreditan, en sus propias tribus, la tarjeta de la multitienda y el boletín de Dicom.
No deja de resultar significativo el hecho que esta decoración corporal se haga de espaldas a los cánones estéticos más tradicionales de occidente. Incluso, detrás de cada uno de estos recursos hay un contenido latente de agresión, no sólo hacia el buen burgués que, como yo, no entiende la razón por la que algún tarúpido quisiera montarse un pedazo de metal en la jeta, sino hacia ese mismo tarúpido que deforma su cuerpo siguiendo los cánones estéticos de la que, podríamos llamar, es la escuela de Mordor o el estilo Orco del lucir casual.
En la imaginería de J. R. R. Tolkien el Orco es un humanoide, belicoso, sucio y de aspecto terrorífico. Cualquier ciudadano medianamente culto recordará las imágenes que de ellos construyó Peter Jackson en su celebrada trilogía de El Señor de los Anillos. Otro atributo del Orco es su voluntad de destrucción y su radical incapacidad para construir nada: el Orco vive de desechos, con retazos de idiomas arma el suyo, el orkish, que es la corrupción de varios idiomas de la Tierra Media. Sin embargo, no está claro el origen del Orco: en algunos relatos se los hace descendientes de los Elfos, criaturas de singular belleza y elevada perfección tanto intelectual como espiritual; en otros, los Orcos son la corrupción de los Hombres, criaturas con las que, supongo, el lector estará hasta cierto punto familiarizado.
En este caso, podemos observar cómo, una vez más, la realidad imita al arte. Sin embargo, a diferencia del ridículo jopo parado con gomina Brancato, que los sesentones de ahora llevaron en sus años mozos, y que buscaba imitar el aspecto de James Dean o de Elvis Presley, ahora no se trata de una respuesta más o menos consciente del sujeto frente al modelo que el cine le propone: me parece que esta respuesta es más visceral y, si se me permite el oxímoron, superficialmente profunda.
La estética de Mordor es coherente con una percepción de vacío y de sinsentido que resulta de la ausencia de referentes que seguir -porque no se sabe cuáles, porque no se entiende cuáles- y que sean más estables que la mera compulsión emocional. Por otra parte, cuando "no hay una buena base" -léase, cuando se es tan feo como el culo del diablo-, más fácil que tratar de lucir con un aspecto atractivo o agradable es tomar a la belleza por un disvalor, -como Rimbaud quien sienta a la Belleza sobre sus sifilíticas rodillas, para encontrarla amarga e injuriarla- y estilizar la monstruosidad, elevándola a la categoría de paradigma estético.
Así, saturado de imágenes mediales, el monstruo narciso se mira en el espejo sin verse realmente; la imagen virtualizada que la pantalla mental le devuelve, satisface su pequeña fantasía de parecer cool, de parecer moderno, de asemejarse, aunque fuere un poquito, -como tal vez quería ese viejo del metro con el que partió esta reflexión- al selecto grupo de "los famosos", aunque estos famosos sean los Orcos de Mordor que, mal que mal, igual salen en la tele.-
De un tiempo a la fecha, cientos de habitantes del planeta han optado por insertarse pedazos de metal, madera y hasta PVC en orejas, cejas, pezones, labios (superiores e inferiores) y/o ilustrarse el pellejo con tatuajes, con escarificaciones o, incluso, quemaduras y expansiones. Lo que era una práctica ritual en culturas originarias, plena de significaciones sociales, religiosas y culturales hoy se ha vuelto, en nuestra civilización hipertecnologizada y omnitolerante, una moda que se impone hasta en niños metilfenidato-dependientes, que lucen sus piercings como pasaportes que los acreditan como miembros de hecho y de derecho de sus tribus sociales, tal como a sus padres ausentes los acreditan, en sus propias tribus, la tarjeta de la multitienda y el boletín de Dicom.
No deja de resultar significativo el hecho que esta decoración corporal se haga de espaldas a los cánones estéticos más tradicionales de occidente. Incluso, detrás de cada uno de estos recursos hay un contenido latente de agresión, no sólo hacia el buen burgués que, como yo, no entiende la razón por la que algún tarúpido quisiera montarse un pedazo de metal en la jeta, sino hacia ese mismo tarúpido que deforma su cuerpo siguiendo los cánones estéticos de la que, podríamos llamar, es la escuela de Mordor o el estilo Orco del lucir casual.
En la imaginería de J. R. R. Tolkien el Orco es un humanoide, belicoso, sucio y de aspecto terrorífico. Cualquier ciudadano medianamente culto recordará las imágenes que de ellos construyó Peter Jackson en su celebrada trilogía de El Señor de los Anillos. Otro atributo del Orco es su voluntad de destrucción y su radical incapacidad para construir nada: el Orco vive de desechos, con retazos de idiomas arma el suyo, el orkish, que es la corrupción de varios idiomas de la Tierra Media. Sin embargo, no está claro el origen del Orco: en algunos relatos se los hace descendientes de los Elfos, criaturas de singular belleza y elevada perfección tanto intelectual como espiritual; en otros, los Orcos son la corrupción de los Hombres, criaturas con las que, supongo, el lector estará hasta cierto punto familiarizado.
En este caso, podemos observar cómo, una vez más, la realidad imita al arte. Sin embargo, a diferencia del ridículo jopo parado con gomina Brancato, que los sesentones de ahora llevaron en sus años mozos, y que buscaba imitar el aspecto de James Dean o de Elvis Presley, ahora no se trata de una respuesta más o menos consciente del sujeto frente al modelo que el cine le propone: me parece que esta respuesta es más visceral y, si se me permite el oxímoron, superficialmente profunda.
La estética de Mordor es coherente con una percepción de vacío y de sinsentido que resulta de la ausencia de referentes que seguir -porque no se sabe cuáles, porque no se entiende cuáles- y que sean más estables que la mera compulsión emocional. Por otra parte, cuando "no hay una buena base" -léase, cuando se es tan feo como el culo del diablo-, más fácil que tratar de lucir con un aspecto atractivo o agradable es tomar a la belleza por un disvalor, -como Rimbaud quien sienta a la Belleza sobre sus sifilíticas rodillas, para encontrarla amarga e injuriarla- y estilizar la monstruosidad, elevándola a la categoría de paradigma estético.
Así, saturado de imágenes mediales, el monstruo narciso se mira en el espejo sin verse realmente; la imagen virtualizada que la pantalla mental le devuelve, satisface su pequeña fantasía de parecer cool, de parecer moderno, de asemejarse, aunque fuere un poquito, -como tal vez quería ese viejo del metro con el que partió esta reflexión- al selecto grupo de "los famosos", aunque estos famosos sean los Orcos de Mordor que, mal que mal, igual salen en la tele.-
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lunes, 4 de agosto de 2008
La hilacha educativa
En 2007 el historiador Alfredo Jocelyn-Holt emplazó públicamente al experto en educación José Joaquín Brunner a reconocer que los numerosos títulos y grados académicos que ostentaba eran falsos. Brunner quien, como cualquiera puede consultar en Wikipedia, fue Ministro Secretario General de Gobierno bajo el gobierno de Frei Ruiz-Tagle entre 1994 y 1998; presidente del Consejo Nacional de Televisión; presidente de la Comisión Nacional de Acreditación de Programas de Pregrado, vicepresidente del Consejo Superior de Educación; miembro del Consejo de Ciencias del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT), entre otros numerosos cargos, debió reconocer que sólo contaba con la licencia de secundaria y un título técnico en administración universitaria obtenido en Inglaterra después de un curso de un par de meses.
La polémica que se levantó sobre el particular estuvo acotada, principalmente, a foros y a publicaciones electrónicas. Salvo un artículo en La Tercera, el asunto pasó sin pena ni gloria en el resto de los medios encargados de informar al país. Las consecuencias para el sr. Brunner fueron, -además de tener que modificar sus datos en su blog, donde nos señala sus logros, pero no sus estudios- el despido de la Universidad del Desarrollo y un contrato en la Diego Portales por cuanto, según el rector de esta casa de estudios, Carlos Peña González, para ser un académico o un investigador de peso la certificación académica que supone el cartón "No es un requisito imprescindible, menos en Chile, donde el campo disciplinario en Ciencias Sociales está en plena expansión."
En suma, en Chile la educación de quienes toman decisiones en el ámbito educativo -y en otros ámbitos también-, es un asunto de mínima importancia por cuanto, mientras tengan los contactos sociales, familiares y políticos adecuados, están eximidos de realizar los mismos esfuerzos que aquellos que nos veremos afectados directamente por sus decisiones. Y es sobre este absurdo sobre el que se levanta una de las áreas más sensibles del andamiaje social de nuestro país.
En mi concepto, uno de los principales problemas de la educación en Chile es que ha caído en manos de los expertos. Cada cierto tiempo los Frankensteins del Mineduc dan vida a criaturas monstruosas, hechas con pedazos de prácticas metodológicas y retazos de teorías cognitivas encontradas en sus peregrinajes por doctorados, diplomados y sitios de internet dedicados al negocio de la educación. De allí, los expertos extraen fragmentos de ideas, conceptos y procedimientos que montan en programas o políticas destinadas a "mejorar la calidad de la educación de nuestro país" y que terminan en los sonados fracasos de casi todas las encuestas y aplicaciones de estándares internacionales de calidad de esa educación que buscaban mejorar.
Uno de los últimos productos perpetrados en el Ministerio de Educación, fue el diseño de un programa llamado "Enfoque por Competencias". En términos generales la lógica desde la que se fundamenta es la siguiente: es un error entregar contenidos generales a un grupo de alumnos con distintas habilidades. Lo importante es desarrollar esas habilidades naturales, de acuerdo a un programa ad hoc. Entonces, el alumno aprende, en la medida de sus capacidades -lo que equivale a decir, en la medida de lo posible- y el éxito del plan se mide al examinar los logros alcanzados y las habilidades desarrolladas. Dicho así suena "de lolo", pero los fundamentos éticos (ya salió el monje loco) desde donde se estructura esta teoría merecen, en mi retrógrado concepto, algunos reparos.
El enfoque por competencias se hace cargo de las habilidades que los educandos han de desarrollar no en relación a un concepto abstracto como el de "formación científico-humanista", sino a uno bien claro y concreto como el del Trabajo. En otras palabras, ya no se trata de educar al Hombre sino al Trabajador, a la medida de las necesidades del Mercado. Por ejemplo, de qué sirve un ingeniero civil con una sólida formación en teoría matemática si lo que se necesita es que sepa parar un puente; entonces, se le entrega los fundamentos matemáticos básicos y, el resto, es entrenarlo -adiestrarlo- en la práctica del levantamiento puentísitico porque, en definitiva, eso es lo que se espera de él.
Esta especialización del conocimiento se ha concebido de espaldas a una visión integral y holística del individuo. La lógica parece ser: hoy es tan amplio el ámbito del saber, son tantos y tan variados sus avances que ya no se puede entregar al alumno una visión global como podían entregar proyectos educativos anteriores, cuando el saber estaba acotado. Entonces, antes de hablar del absoluto, enseñemos lo particular que es mucho más manejable y fácil de entender por el "mutantito en ciernes". Así, este sistema, que reconoce el cambio cognitivo de las nuevas generaciones -mucho más tontas que las anteriores o, si lo prefiere, con inteligencias diferentes-, se hace cargo del lema "Divide y triunfarás" de Maquiavelo, aplicado esta vez a la formación del hombre y a la entrega de conocimientos.
El punto es que hacer una síntesis del conocimiento que enfrente su actual fragmentación implica tomar decisiones y nadie está dispuesto a tomarlas. ¿Quién es hoy lo suficientemente sabio o inspirado como para proponer una Weltanschauung Chilensis? Nadie está dispuesto a construir nuestra propia visión del Hombre, de la Realidad, del Sentido de la Existencia, porque faltan pelotas intelectuales para hacerlo. Entonces, entregados a la medianía de los expertos, debemos aceptar que a las nuevas generaciones se las adiestre para ser operarios de la máquina, constructores de una máquina, pero no para pensar en el sentido del trabajo y menos en la "maquinización" del Hombre. Eso es "muy denso", eso es paja y con eso, no se gana plata. En consecuencia, porque los expertos ven la realidad con la perspectiva de ratones hemos de aceptar que diseñen un sistema educativo para ratones: "Palabra de experto... demos gracias al Señor".
¿Qué sabe de esto el ciudadano promedio? Nada. ¿Están estos temas en las agendas de los movimientos estudiantiles? No. ¿Son temas que discutan regularmente los académicos en las Universidades? No ¿Y por qué? Este... voy por mi pedazo de queso.-
La polémica que se levantó sobre el particular estuvo acotada, principalmente, a foros y a publicaciones electrónicas. Salvo un artículo en La Tercera, el asunto pasó sin pena ni gloria en el resto de los medios encargados de informar al país. Las consecuencias para el sr. Brunner fueron, -además de tener que modificar sus datos en su blog, donde nos señala sus logros, pero no sus estudios- el despido de la Universidad del Desarrollo y un contrato en la Diego Portales por cuanto, según el rector de esta casa de estudios, Carlos Peña González, para ser un académico o un investigador de peso la certificación académica que supone el cartón "No es un requisito imprescindible, menos en Chile, donde el campo disciplinario en Ciencias Sociales está en plena expansión."
En suma, en Chile la educación de quienes toman decisiones en el ámbito educativo -y en otros ámbitos también-, es un asunto de mínima importancia por cuanto, mientras tengan los contactos sociales, familiares y políticos adecuados, están eximidos de realizar los mismos esfuerzos que aquellos que nos veremos afectados directamente por sus decisiones. Y es sobre este absurdo sobre el que se levanta una de las áreas más sensibles del andamiaje social de nuestro país.
En mi concepto, uno de los principales problemas de la educación en Chile es que ha caído en manos de los expertos. Cada cierto tiempo los Frankensteins del Mineduc dan vida a criaturas monstruosas, hechas con pedazos de prácticas metodológicas y retazos de teorías cognitivas encontradas en sus peregrinajes por doctorados, diplomados y sitios de internet dedicados al negocio de la educación. De allí, los expertos extraen fragmentos de ideas, conceptos y procedimientos que montan en programas o políticas destinadas a "mejorar la calidad de la educación de nuestro país" y que terminan en los sonados fracasos de casi todas las encuestas y aplicaciones de estándares internacionales de calidad de esa educación que buscaban mejorar.
Uno de los últimos productos perpetrados en el Ministerio de Educación, fue el diseño de un programa llamado "Enfoque por Competencias". En términos generales la lógica desde la que se fundamenta es la siguiente: es un error entregar contenidos generales a un grupo de alumnos con distintas habilidades. Lo importante es desarrollar esas habilidades naturales, de acuerdo a un programa ad hoc. Entonces, el alumno aprende, en la medida de sus capacidades -lo que equivale a decir, en la medida de lo posible- y el éxito del plan se mide al examinar los logros alcanzados y las habilidades desarrolladas. Dicho así suena "de lolo", pero los fundamentos éticos (ya salió el monje loco) desde donde se estructura esta teoría merecen, en mi retrógrado concepto, algunos reparos.
El enfoque por competencias se hace cargo de las habilidades que los educandos han de desarrollar no en relación a un concepto abstracto como el de "formación científico-humanista", sino a uno bien claro y concreto como el del Trabajo. En otras palabras, ya no se trata de educar al Hombre sino al Trabajador, a la medida de las necesidades del Mercado. Por ejemplo, de qué sirve un ingeniero civil con una sólida formación en teoría matemática si lo que se necesita es que sepa parar un puente; entonces, se le entrega los fundamentos matemáticos básicos y, el resto, es entrenarlo -adiestrarlo- en la práctica del levantamiento puentísitico porque, en definitiva, eso es lo que se espera de él.
Esta especialización del conocimiento se ha concebido de espaldas a una visión integral y holística del individuo. La lógica parece ser: hoy es tan amplio el ámbito del saber, son tantos y tan variados sus avances que ya no se puede entregar al alumno una visión global como podían entregar proyectos educativos anteriores, cuando el saber estaba acotado. Entonces, antes de hablar del absoluto, enseñemos lo particular que es mucho más manejable y fácil de entender por el "mutantito en ciernes". Así, este sistema, que reconoce el cambio cognitivo de las nuevas generaciones -mucho más tontas que las anteriores o, si lo prefiere, con inteligencias diferentes-, se hace cargo del lema "Divide y triunfarás" de Maquiavelo, aplicado esta vez a la formación del hombre y a la entrega de conocimientos.
El punto es que hacer una síntesis del conocimiento que enfrente su actual fragmentación implica tomar decisiones y nadie está dispuesto a tomarlas. ¿Quién es hoy lo suficientemente sabio o inspirado como para proponer una Weltanschauung Chilensis? Nadie está dispuesto a construir nuestra propia visión del Hombre, de la Realidad, del Sentido de la Existencia, porque faltan pelotas intelectuales para hacerlo. Entonces, entregados a la medianía de los expertos, debemos aceptar que a las nuevas generaciones se las adiestre para ser operarios de la máquina, constructores de una máquina, pero no para pensar en el sentido del trabajo y menos en la "maquinización" del Hombre. Eso es "muy denso", eso es paja y con eso, no se gana plata. En consecuencia, porque los expertos ven la realidad con la perspectiva de ratones hemos de aceptar que diseñen un sistema educativo para ratones: "Palabra de experto... demos gracias al Señor".
¿Qué sabe de esto el ciudadano promedio? Nada. ¿Están estos temas en las agendas de los movimientos estudiantiles? No. ¿Son temas que discutan regularmente los académicos en las Universidades? No ¿Y por qué? Este... voy por mi pedazo de queso.-
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lunes, 28 de julio de 2008
Rasquetón
Rasca (adj.) En Chile, dícese de algo ordinario, de mala calidad, barato.
¿Tengo que explicar qué deleznable producto es el reggaetón? La bulla de fondo del cambio de luz en el semáforo; el muzak del Transantiago; una exótica variedad de guaracha-tecno; el pretexto para que ballenas con el pantalón a mitad de culo froten su michelín, efecto residual de tanta sopaipilla con mostaza comprada en el carrito de la tía, contra cualquiera que con los grados de alcohol suficientes en el cuerpo, tenga a bien restregarse contra ese montón de sebo y carne que anhela "que se lo den bien duro".
El rasquetón es el ritmo de moda que atraviesa estratos sociales con su monótona cadencia de ritmo primitivo, paradojalmente radiado en equipos modernísimos de alta fidelidad. El flaite lo oye en sus teléfonos celulares, sin audífonos, en la micro; los pingüinos sacuden a su compás sus livianas cabecitas; incluso, infantes con el pañal a medio sacar lo bailan en el acto cultural del colegio, ante la mirada arrobada y complaciente de sus abuelas-madres (como acertadamente las describiera Proactiva, en un comentario anterior). ¿Cómo es que llegamos a esto?
La música es una de las expresiones culturales más elementales de la humanidad. A ella asociamos pedazos enteros de nuestra existencia, por cuanto presta sentido y expresión a un amplísimo abanico de emociones que, con su prodigiosa magia, nos permite llevarlas en lo más profundo de nuestro ser o compartirlas con aquellos a quienes nos vinculamos. Podemos comprender el espíritu de cada época a partir de la música que en ella se ha compuesto, cantado y bailado. Así, la contradictoria década de los años 60 se manifiesta a cabalidad con la alegría inocentona de la "Nueva Ola" y el compromiso revolucionario de la "Nueva Canción Chilena"; el hedonismo cínico de la "Onda Disco" coexiste con la grandilocuencia épica del "Rock Sinfónico"; el fundamentalismo anárquico del "Punk" con la sofisticada desaprensión del "New Wave" en los represivos y cocaínicos años 70.
Los años 80, por su parte, se inauguran en Chile con la eclosión del llamado "Canto Nuevo", que pretendía denunciar la miseria del régimen militar a punta de metáforas abtrusas, diseñadas para sortear con éxito las escuálidas entendederas del censor de turno. El "Rock Argentino", la "Nueva Trova Cubana", el "Rellene-usted-con-lo-que-se-le-ocurra Metal" y el "Pop" de multiforme liviandad, fueron la música de fondo de la adolescencia y juventud de quienes hoy descubrimos, al mirar nuestros rostros en Facebook, que el ácido del tiempo todo lo corroe, a menos que la lipo y el lifting se opongan heroicamente. La música de los 90, son el abigarrado estertor de un siglo moribundo, que exhaló un resumen de sí a través del "Grunge", el "Dance-House-Techno-Hipno-Trip-Acid-Hop", el "Todo-lo-que-no-cupo-en-la-década-anterior Metal", el "Neo un-montón-de música-inclasificable" y el Axé.
Pero llegó el nuevo siglo y el "Latin Power, mi helmano" desde Miami y Centroamérica, perpetró ese atentado al espíritu que, cual rebalse de pozo séptico, inundó el resto del continente y, a estas alturas, a casi todo el mundo con su monótono "tu cha tu chá". Música para, como diría Posidonio de Apamea, "frotar dos parcelas de carne" o masturbarse de a dos, si no le es clara la metáfora estoica. Y, en cierto sentido, este carácter masturbatorio es un indicador neto de nuestra época egoísta, infantil y exhibicionista; en este sentido, el discurso del rasquetón es coherente con la ética y la estética de la posmiseria: de espaldas a los valores del respeto al mal llamado ser humano, la crudeza de sus letras reconoce al otro como un mero pedazo de carne que sirve para satisfacer, del modo más rudimentario posible, las apetencias del momento, sin otro compromiso más que el de hacer cacarear de placer a la contraparte, en un escenario de glamour poblacional decorado con armas, drogas y tecnología de mercado persa.
Si el rasquetón es una moda ¿qué viene después de ella? Aplicando la técnica del pastiche (crossing over, para no salir del estilo) imagino un reggaeton-gótico o un raggamuffin-punk. Sin embargo, la realidad suele tener la mala costumbre de armarse a su manera y vendrá el día en el que, a lo peor, recordemos con nostalgia la inocencia del perreo; pero hasta entonces, para mí y para muchos de quienes leen este blog (espero), el rasquetón seguirá siendo el sonido monocorde de la sexta corneta del apocalipsis.-
¿Tengo que explicar qué deleznable producto es el reggaetón? La bulla de fondo del cambio de luz en el semáforo; el muzak del Transantiago; una exótica variedad de guaracha-tecno; el pretexto para que ballenas con el pantalón a mitad de culo froten su michelín, efecto residual de tanta sopaipilla con mostaza comprada en el carrito de la tía, contra cualquiera que con los grados de alcohol suficientes en el cuerpo, tenga a bien restregarse contra ese montón de sebo y carne que anhela "que se lo den bien duro".
El rasquetón es el ritmo de moda que atraviesa estratos sociales con su monótona cadencia de ritmo primitivo, paradojalmente radiado en equipos modernísimos de alta fidelidad. El flaite lo oye en sus teléfonos celulares, sin audífonos, en la micro; los pingüinos sacuden a su compás sus livianas cabecitas; incluso, infantes con el pañal a medio sacar lo bailan en el acto cultural del colegio, ante la mirada arrobada y complaciente de sus abuelas-madres (como acertadamente las describiera Proactiva, en un comentario anterior). ¿Cómo es que llegamos a esto?
La música es una de las expresiones culturales más elementales de la humanidad. A ella asociamos pedazos enteros de nuestra existencia, por cuanto presta sentido y expresión a un amplísimo abanico de emociones que, con su prodigiosa magia, nos permite llevarlas en lo más profundo de nuestro ser o compartirlas con aquellos a quienes nos vinculamos. Podemos comprender el espíritu de cada época a partir de la música que en ella se ha compuesto, cantado y bailado. Así, la contradictoria década de los años 60 se manifiesta a cabalidad con la alegría inocentona de la "Nueva Ola" y el compromiso revolucionario de la "Nueva Canción Chilena"; el hedonismo cínico de la "Onda Disco" coexiste con la grandilocuencia épica del "Rock Sinfónico"; el fundamentalismo anárquico del "Punk" con la sofisticada desaprensión del "New Wave" en los represivos y cocaínicos años 70.
Los años 80, por su parte, se inauguran en Chile con la eclosión del llamado "Canto Nuevo", que pretendía denunciar la miseria del régimen militar a punta de metáforas abtrusas, diseñadas para sortear con éxito las escuálidas entendederas del censor de turno. El "Rock Argentino", la "Nueva Trova Cubana", el "Rellene-usted-con-lo-que-se-le-ocurra Metal" y el "Pop" de multiforme liviandad, fueron la música de fondo de la adolescencia y juventud de quienes hoy descubrimos, al mirar nuestros rostros en Facebook, que el ácido del tiempo todo lo corroe, a menos que la lipo y el lifting se opongan heroicamente. La música de los 90, son el abigarrado estertor de un siglo moribundo, que exhaló un resumen de sí a través del "Grunge", el "Dance-House-Techno-Hipno-Trip-Acid-Hop", el "Todo-lo-que-no-cupo-en-la-década-anterior Metal", el "Neo un-montón-de música-inclasificable" y el Axé.
Pero llegó el nuevo siglo y el "Latin Power, mi helmano" desde Miami y Centroamérica, perpetró ese atentado al espíritu que, cual rebalse de pozo séptico, inundó el resto del continente y, a estas alturas, a casi todo el mundo con su monótono "tu cha tu chá". Música para, como diría Posidonio de Apamea, "frotar dos parcelas de carne" o masturbarse de a dos, si no le es clara la metáfora estoica. Y, en cierto sentido, este carácter masturbatorio es un indicador neto de nuestra época egoísta, infantil y exhibicionista; en este sentido, el discurso del rasquetón es coherente con la ética y la estética de la posmiseria: de espaldas a los valores del respeto al mal llamado ser humano, la crudeza de sus letras reconoce al otro como un mero pedazo de carne que sirve para satisfacer, del modo más rudimentario posible, las apetencias del momento, sin otro compromiso más que el de hacer cacarear de placer a la contraparte, en un escenario de glamour poblacional decorado con armas, drogas y tecnología de mercado persa.
Si el rasquetón es una moda ¿qué viene después de ella? Aplicando la técnica del pastiche (crossing over, para no salir del estilo) imagino un reggaeton-gótico o un raggamuffin-punk. Sin embargo, la realidad suele tener la mala costumbre de armarse a su manera y vendrá el día en el que, a lo peor, recordemos con nostalgia la inocencia del perreo; pero hasta entonces, para mí y para muchos de quienes leen este blog (espero), el rasquetón seguirá siendo el sonido monocorde de la sexta corneta del apocalipsis.-
sábado, 19 de julio de 2008
Nosotros y ellos
Hace unos meses, Brasil se conmovió ante la publicación de la entrevista que, supuestamente, habría concedido Marcos William Herbas Camacho, alias Marcola, el jefe del Primer Comando de la Capital de Río de Janeiro y que desde una cárcel estatal, dirige una enorme y compleja red de poder, violencia y corrupción político-social, basada -cómo no- en el comercio de droga. Si alguien quiere leer la entrevista completa, vaya a El lar de los conformes disconformes y desayúnese por sí mismo.
Como la pelotudez no es patrimonio exclusivo de ninguna nación, el debate en el país de Xuxa se centró, primeramente, en si era cierta o no esta entrevista, dadas las rigurosas medidas de seguridad del recinto carcelario que alberga a Marcola. ¡Qué importa si es cierta o no, babacas! Lo que realmente estremece es la claridad del análisis que propone de la sociedad contemporánea y que, en líneas generales, se resume en los siguientes conceptos:
1. La sociedad jamás tomó en cuenta a los marginados; ahora éstos, gracias al comercio de las drogas, ya no tienen que mendigarle nada a nadie y cuentan con millones para mimar su resentimiento ante los aterrados burgueses. O, en las propias palabras del discutido Marcola: "Ya no existen los proletarios explotados. Ahora hay una masa cultivada en el barro, que se ha educado en el más absoluto analfabetismo y está diplomándose en las cárceles. Es la posmiseria, que genera una cultura asesina asistida por la nueva tecnología: satélites, celulares, internet, armas modernas. Es ahora cuando ustedes empiezan a tener conciencia social. Pero ya es tarde".
2. La condición del posmiserable -su posmiserabilidad- lo aparta radical y definitivamente del hombre civilizado : "Ya somos una nueva "especie", ya somos otros bichos, diferentes a ustedes": el concepto de mutación antropológica de Gilles Lipovetsky se nos presenta reformulado así con un alcance definitivo, radical.
3. El posmiserable no teme a la muerte, es inmune al dolor, bosteza y defeca sobre los valores pequeño burgueses como el amor, el esfuerzo, la honestidad, el respeto, la educación, la propiedad: es verdaderamente un mutante social,"como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad".
4. El imperio de la "transnacional de la droga" financia esta transformación a escala planetaria que corrompe a quien consume y enriquece al que distribuye. Como dice Marcola "Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un despacho... ¿Qué policía va a venir a quemar esa mina de oro? ¿Entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y "puesto en el microondas". Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38."
Entonces ¿qué le dijo el otro? El patético silencio, la levantada de hombros y la mirada para el lado del cobarde. Por cierto, la manga de intelectuales empantanados en la mala conciencia de no haber hecho nunca nada concreto "por los más desposeídos", más que llenarse la boca con pedorretas vacuas en nombre de "la humanidad, la libertad, la igualdad, la fraternidad", van a clamar por la reinserción, por dar una oportunidad, por dar condiciones de vida dignas y toda la sarta de buenas obras que el buen burgués exige que hagan otros, de preferencia el Estado, pero que salvo muy pocas excepciones, jamás hará él por sí mismo.
No faltará el paranoico optimista que crea que esta es una campaña orquestada por el FMI, los Legionarios de Cristo, G. W. Bush -o todos ellos a la vez- para estigmatizar a los pobres del mundo y mantener el status quo que los oprime. ¡Santa simplicidad! Si la sociedad considera como la mejor alternativa poner la otra mejilla, pues renuncio y exijo mi derecho a morir peleando y no escudado en estampitas de santos y papeleos que no conducen a nada. La revolución llegó y, malas noticias, las primeras cabezas que rodarán serán las nuestras: las de quienes confiamos en La Justicia para ser timados por sus representantes, las de quienes esperamos que "las instituciones funcionen" y nos dieron un superocho y una patada en el culo, la de quienes confiamos en el respeto al Hombre, en valores trascendentes, en tanta cosa hermosa que sirvió para enriquecer el bolsillo de políticos y delincuentes que dependen de nuestra bobaliconería para medrar.
Pues me parece que llegó la hora de decir NO MÁS. Si, como dice Marcola, "No hay más normalidad. Ustedes deben hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida." yo propongo una: presionar a nuestros hombres en el senado para reimplantar la pena de muerte; dictar leyes que logren reprimir sin asco a quienes delinquen; dar una oportunidad a los que atentan contra la sociedad, pero sólo una.
Encerrados en nuestras torrecitas de cristal, con nuestras noñas costumbres democristianosociofachoides que nos hacen presa fácil de estos representantes de un atroz "hombre nuevo", tal vez intentemos recordar que "el respeto al Hombre y a la Vida, es sagrado". Malas noticias otra vez: ya no hay nada sagrado, como bien lo saben las mujeres que han sido violadas por pandillas de adolescentes, o como han aprendido las personas que despiertan con una pistola en la cabeza, en mitad de la noche, y al arrullo de "Las mone'a conchetumare, donde teni la mone'a" ven pasar la vida ante sus ojos y descubren la atroz realidad de que ellos, esos inolvidables ellos, ya no tienen -ni quieren tener- nada que ver con nosotros.-
Como la pelotudez no es patrimonio exclusivo de ninguna nación, el debate en el país de Xuxa se centró, primeramente, en si era cierta o no esta entrevista, dadas las rigurosas medidas de seguridad del recinto carcelario que alberga a Marcola. ¡Qué importa si es cierta o no, babacas! Lo que realmente estremece es la claridad del análisis que propone de la sociedad contemporánea y que, en líneas generales, se resume en los siguientes conceptos:
1. La sociedad jamás tomó en cuenta a los marginados; ahora éstos, gracias al comercio de las drogas, ya no tienen que mendigarle nada a nadie y cuentan con millones para mimar su resentimiento ante los aterrados burgueses. O, en las propias palabras del discutido Marcola: "Ya no existen los proletarios explotados. Ahora hay una masa cultivada en el barro, que se ha educado en el más absoluto analfabetismo y está diplomándose en las cárceles. Es la posmiseria, que genera una cultura asesina asistida por la nueva tecnología: satélites, celulares, internet, armas modernas. Es ahora cuando ustedes empiezan a tener conciencia social. Pero ya es tarde".
2. La condición del posmiserable -su posmiserabilidad- lo aparta radical y definitivamente del hombre civilizado : "Ya somos una nueva "especie", ya somos otros bichos, diferentes a ustedes": el concepto de mutación antropológica de Gilles Lipovetsky se nos presenta reformulado así con un alcance definitivo, radical.
3. El posmiserable no teme a la muerte, es inmune al dolor, bosteza y defeca sobre los valores pequeño burgueses como el amor, el esfuerzo, la honestidad, el respeto, la educación, la propiedad: es verdaderamente un mutante social,"como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad".
4. El imperio de la "transnacional de la droga" financia esta transformación a escala planetaria que corrompe a quien consume y enriquece al que distribuye. Como dice Marcola "Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un despacho... ¿Qué policía va a venir a quemar esa mina de oro? ¿Entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y "puesto en el microondas". Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38."
Entonces ¿qué le dijo el otro? El patético silencio, la levantada de hombros y la mirada para el lado del cobarde. Por cierto, la manga de intelectuales empantanados en la mala conciencia de no haber hecho nunca nada concreto "por los más desposeídos", más que llenarse la boca con pedorretas vacuas en nombre de "la humanidad, la libertad, la igualdad, la fraternidad", van a clamar por la reinserción, por dar una oportunidad, por dar condiciones de vida dignas y toda la sarta de buenas obras que el buen burgués exige que hagan otros, de preferencia el Estado, pero que salvo muy pocas excepciones, jamás hará él por sí mismo.
No faltará el paranoico optimista que crea que esta es una campaña orquestada por el FMI, los Legionarios de Cristo, G. W. Bush -o todos ellos a la vez- para estigmatizar a los pobres del mundo y mantener el status quo que los oprime. ¡Santa simplicidad! Si la sociedad considera como la mejor alternativa poner la otra mejilla, pues renuncio y exijo mi derecho a morir peleando y no escudado en estampitas de santos y papeleos que no conducen a nada. La revolución llegó y, malas noticias, las primeras cabezas que rodarán serán las nuestras: las de quienes confiamos en La Justicia para ser timados por sus representantes, las de quienes esperamos que "las instituciones funcionen" y nos dieron un superocho y una patada en el culo, la de quienes confiamos en el respeto al Hombre, en valores trascendentes, en tanta cosa hermosa que sirvió para enriquecer el bolsillo de políticos y delincuentes que dependen de nuestra bobaliconería para medrar.
Pues me parece que llegó la hora de decir NO MÁS. Si, como dice Marcola, "No hay más normalidad. Ustedes deben hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida." yo propongo una: presionar a nuestros hombres en el senado para reimplantar la pena de muerte; dictar leyes que logren reprimir sin asco a quienes delinquen; dar una oportunidad a los que atentan contra la sociedad, pero sólo una.
Encerrados en nuestras torrecitas de cristal, con nuestras noñas costumbres democristianosociofachoides que nos hacen presa fácil de estos representantes de un atroz "hombre nuevo", tal vez intentemos recordar que "el respeto al Hombre y a la Vida, es sagrado". Malas noticias otra vez: ya no hay nada sagrado, como bien lo saben las mujeres que han sido violadas por pandillas de adolescentes, o como han aprendido las personas que despiertan con una pistola en la cabeza, en mitad de la noche, y al arrullo de "Las mone'a conchetumare, donde teni la mone'a" ven pasar la vida ante sus ojos y descubren la atroz realidad de que ellos, esos inolvidables ellos, ya no tienen -ni quieren tener- nada que ver con nosotros.-
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miércoles, 16 de julio de 2008
La música de los sordos
María Música (ver Jason Pinto) se llama la nueva joyita que ocupa las portadas de los diarios y los primeros minutos de los noticiarios, por haber lanzado un jarro de agua a la Ministra de Educación, en el marco de una jornada de diálogo en torno a la educación pública. "Como no hacía caso a lo que yo le decía y miraba para otro lado, se me vino a la cabeza todo el sufrimiento mío y de mis compañeros. Ahí vi el jarro y llegué y se lo tiré, nomás" declaró la compulsiva adolescente, con el ceño fruncido y el parpadeo pertinaz del actor principiante.
He rastreado la noticia en inFernet y, más allá de los obsecuentes y cacofónicos dichos del colegio de profesores: "lamentamos la situación ocurrida con la ministra, pero la comprendemos dentro del contexto del país, ya que ella está llamando a un diálogo engañoso y mentiroso" ; más allá de las siempre profundas, certeras y ponderadas declaraciones de nuestra presidenta: "Entonces no me parece positivo y no me parece que le haga bien a la democracia y a nuestro país que en espacios de diálogo puedan haber actitudes agresivas como esa", son los comentarios del público en los medios electrónicos los que mejor dan cuenta de la oligofrenia endémica del país: "Ósea ta mal... pke igual fué flaite... si a las finales e minitro la vieja csm... pero igual ta bien... kchai???? pk igual los reprimen kaleta lo pako y wea" o, si se prefiere, su traducción en la lengua común, que dice algo así como:"No comparto lo que hizo, pero la entiendo".
El pingüinismo es la nueva moda social: "tan simpáticos que se ven los niños estos, ¿no? y tan claros en lo que piden. Yo, a su edad, no me hacía problema y me entretenía viendo el Chavo o el Chapulín... es que antes éramos tan pavos, fíjese usté... pero ahora, con esto de la interné...". El movimiento estudiantil, sin embargo, es la punta del iceberg -o de la cola- de una serie de microprocesos que están afectando las bases más profundas de la estructura social del país. Cuando la mal llamada "clase política" es incapaz de elevar un discurso encantatorio de las masas; cuando no hay neuronas en la academia que se inviertan en diálogo con la sociedad; cuando no hay periodismo serio que asuma una opinión crítica y fundamentada; cuando no hay profesores que se distraigan de su rol de entretenedores didácticos o pedagogos revolucionarios en Marx y en Cristo para dedicarse, de una buena vez, a hacer bien su pega y, sobre todo, cuando no hay una familia que imponga con esfuerzo, con tiempo, con amor y con disciplina, valores, principios, ideas, conductas, creencias y lenguaje, nos encontramos con esto: una mocosa que se pasa por el traste a la autoridad ministerial, sólo porque -según ella- "no la escuchan".
Es perceptible que un nuevo ethos social se manifiesta en esta escena: uno en el que los valores se reemplazan por compulsiones, uno en el que los actos carecen de relevancia y quedan impresos en la superficialidad del cotidiano como tatuajes sin sentido, mera anécdota, pura moda. El discurso del movimiento estudiantil parece incapaz de ver más allá del prejuicio y el voluntarismo. Apuntalado con retazos de marxismo y anarquía y pegoteado con goma farandulera es propuesto a la sociedad con el autismo del fanático que, ciego y sordo a todo lo que no sea su neurosis divinizada, arremete cual Quijote -pero sin belleza ni poesía- contra todo aquello que parezca más grande que él y que pueda pasar por molinos de viento vampiros.
Detrás del jarro de agua hay un disenso radical respecto del modo de entender y hacer la sociedad civilizada; delante del jarro, empapada, está la mejor imagen que cualquier noción asociada o asociable a la autoridad puede exhibir hoy día: desconcierto, inoperancia y ridiculez.
La que nos espera....-
He rastreado la noticia en inFernet y, más allá de los obsecuentes y cacofónicos dichos del colegio de profesores: "lamentamos la situación ocurrida con la ministra, pero la comprendemos dentro del contexto del país, ya que ella está llamando a un diálogo engañoso y mentiroso" ; más allá de las siempre profundas, certeras y ponderadas declaraciones de nuestra presidenta: "Entonces no me parece positivo y no me parece que le haga bien a la democracia y a nuestro país que en espacios de diálogo puedan haber actitudes agresivas como esa", son los comentarios del público en los medios electrónicos los que mejor dan cuenta de la oligofrenia endémica del país: "Ósea ta mal... pke igual fué flaite... si a las finales e minitro la vieja csm... pero igual ta bien... kchai???? pk igual los reprimen kaleta lo pako y wea" o, si se prefiere, su traducción en la lengua común, que dice algo así como:"No comparto lo que hizo, pero la entiendo".
El pingüinismo es la nueva moda social: "tan simpáticos que se ven los niños estos, ¿no? y tan claros en lo que piden. Yo, a su edad, no me hacía problema y me entretenía viendo el Chavo o el Chapulín... es que antes éramos tan pavos, fíjese usté... pero ahora, con esto de la interné...". El movimiento estudiantil, sin embargo, es la punta del iceberg -o de la cola- de una serie de microprocesos que están afectando las bases más profundas de la estructura social del país. Cuando la mal llamada "clase política" es incapaz de elevar un discurso encantatorio de las masas; cuando no hay neuronas en la academia que se inviertan en diálogo con la sociedad; cuando no hay periodismo serio que asuma una opinión crítica y fundamentada; cuando no hay profesores que se distraigan de su rol de entretenedores didácticos o pedagogos revolucionarios en Marx y en Cristo para dedicarse, de una buena vez, a hacer bien su pega y, sobre todo, cuando no hay una familia que imponga con esfuerzo, con tiempo, con amor y con disciplina, valores, principios, ideas, conductas, creencias y lenguaje, nos encontramos con esto: una mocosa que se pasa por el traste a la autoridad ministerial, sólo porque -según ella- "no la escuchan".
Es perceptible que un nuevo ethos social se manifiesta en esta escena: uno en el que los valores se reemplazan por compulsiones, uno en el que los actos carecen de relevancia y quedan impresos en la superficialidad del cotidiano como tatuajes sin sentido, mera anécdota, pura moda. El discurso del movimiento estudiantil parece incapaz de ver más allá del prejuicio y el voluntarismo. Apuntalado con retazos de marxismo y anarquía y pegoteado con goma farandulera es propuesto a la sociedad con el autismo del fanático que, ciego y sordo a todo lo que no sea su neurosis divinizada, arremete cual Quijote -pero sin belleza ni poesía- contra todo aquello que parezca más grande que él y que pueda pasar por molinos de viento vampiros.
Detrás del jarro de agua hay un disenso radical respecto del modo de entender y hacer la sociedad civilizada; delante del jarro, empapada, está la mejor imagen que cualquier noción asociada o asociable a la autoridad puede exhibir hoy día: desconcierto, inoperancia y ridiculez.
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sábado, 12 de julio de 2008
El señor de la Querencia o lo que quieren los señores
Sería para la risa si no fuese cierto: en pleno siglo XXI, una telenovela genera un impacto sociopolítico de carácter telúrico y desata una polémica en la que el Servicio Nacional de la Mujer, el Consejo Nacional de Televisión y conspicuos representantes del polillismo criollo manifiestan su preocupación por los contenidos de violencia excesiva que "El Señor de la Querencia" difunde en el horario nocturno del canal público de Chile.
Por otra parte, prestigiosos periódicos como El Mercurio y La Tercera publican los diagnósticos de sesudos historiadores quienes se refieren a la verosimilitud de los contenidos históricos de la telenovela nocturna de TVN y concluyen que "el tipo de relaciones aludidas en la telenovela constituían prácticas usuales de esa época histórica". Agréguese a esto que cierto abogado recaba antecedentes para llevar a la justicia al canal de todos por la "injuria larvada" hacia... los patrones de fundo de 1920. Cito sus declaraciones que no tienen desperdicio: "Se está contribuyendo a crear un odio de clases y haciendo un estereotipo del hombre de campo de esa época, en tiempos en que Chile vive un espiral de agitación laboral. Pensamos que no contribuye a la paz. Como medio de prensa, TVN debiera tener mucha cautela”.
Y, por cierto, en las oficinas del Sernam, los teléfonos y correos electrónicos reciben urgentes reclamos de alteradas féminas, indignadas por el trato que sus ficticias congéneres padecen a manos del vesánico patrón. No obstante, y como siempre, la nota -en este caso, la más baja- la dan -cuándo no- nuestros dirigentes políticos: "No se trata de que no se emita la teleserie, pero se trata de que se clarifique qué es ficción... eso sería muy positivo" nos recuerda sibilinamente el ministro secretario general de la presidencia; un diputado del PPD advierte, con una cierta incoherencia gramatical que revela, con toda seguridad, su profunda indignación: "...el trato vejatorio que aparece en "El Señor de la Querencia" es una señal negativa. Hoy tenemos 40 femicidios, es un tema central. Yo creo que ese mensaje que se entrega, estamos hablando solamente del maltrato, es absolutamente excesivo e innecesario".Y hasta una diputada independiente por una región campesina, dictamina que "en el contexto histórico esto no era ficción, ocurría. A lo mejor no todo pero ocurría, hasta algunos nombres se repiten." ¿Cuáles serán esos nombres?
Resumiendo, no se trata ni siquiera de provincianismo, sino de ignorancia galopante, de gonorrea intelectual, en suma: de bobaliconería. El juicio que hace 151 años le hicieron a Flaubert por inmoralidad al publicar Madame Bovary hoy llena de oprobio al mundo civilizado y sin embargo, en Chile... Pero veamos qué enseñanzas podemos extraer de esta ridiculez.
No deja de llamar la atención, primeramente, el prestigio que todavía tiene la historia para nuestra sociedad. Junto con la filosofía, la historia se ha constituido en un género literario sobrevalorado, que salvo contadas excepciones, en Chile es practicado por pseudo periodistas, empecinados en hacer la recensión de acontecimientos que se vinculan según el antojo de su conveniencia política o de su incompetencia intelectual. La violencia no depende de condicionantes históricas, sino espirituales. ¿En qué cabeza cabe la peregrina idea de que las vejaciones recreadas en el telefilme caracterizan una determinada relación social, en un momento particular de la historia del país? La inclinación hacia la crueldad, la tortura y la insanía es un rasgo del espíritu humano que se expresa de maneras diversas en toda época y lugar. José Luis Echenique no vive en la Querencia sino en nuestros corazones: le fabricó el último asiento a Caupolicán, cegó la voz de Víctor Jara, descuartizó a Hans Pozo, lee un blog de inFernet pensando en su próxima víctima.
Un segundo aspecto que no deja de sorprenderme, es la incapacidad de poner en el debate la ansiedad morbosa del público que sintoniza religiosamente la telenovela, no sólo para tener algo de qué hablar al otro día con el resto de alienados con los que trabajaestudiavive, sino para satisfacer -quizá vicariamente- las oscuras fantasías que alientan en el inconciente. No se necesita ser un master en psicología ni en publicidad, para advertir que detrás de la obra dramática hay un concienzudo análisis de mercado que ha establecido qué quiere ver "la gente" y la gente quiere verse en la pantalla porque la pantalla legaliza sus miedos, sus deseos y sus fantasías. La historia y la ficción son dos nombres para el mismo discurso; un discurso que pretende dar espesor y una pátina de coherencia a las infinitas formas que la sinrazón humana ha encontrado para llenar el vacío de la existencia.
Un tercer aspecto, tan desconcertante como el resto, es la devoción por el llamado "verosímil realista" que el público chileno manifiesta ante cualquier relato audiovisual de ficción. El prestigio de la imagen es tal, que resulta imperativo que la imagen registre "lo que realmente pasó" en aquellos años. Así, el realista telespectador olvida que, detrás de su fetiche, hay camarógrafos, guionistas, director, tramoyas, vestuaristas, productores y una larga cohorte de constructores de esa "realidad" por la que TVN recibió 1900 millones, sólo en su primer mes de transmisión. Si mi vida es una teleserie ¡quiero saber quién se beneficia de ella! En realidad, me importa un pepino: ¡exijo mis ganancias!
Por último, resulta asombroso advertir cómo el discurso medial es percibido como inevitable por el "mutante básico" -según la acertadísima categorización del periodista Felipe Avello-. "Es que los niños van a ver estas escenas y los pueden perturbar". ¡Ma qué niños, señora! Para eso tiene usted una cosita larga y negra que se llama control remoto y que sirve para cambiar el canal y, aunque usted no lo crea, también para apagar la tele. Pero quién podría resistirse a la tortura, -a la única tortura verdadera- de no saber "lo qué pasó en la comedia", a la vejación de tener que escuchar en silencio el relato del compañerodetrabajodecursodelconviviente, de cómo fueron los azotes, los desgarros, de cómo se escuchaban los llantos y los gritos. Y así, finalmente, cuando el protagonista sea castrado, quemado, descuerado, devorado por ratones hidrofóbicos o violado en masa por el peonaje de la Querencia, la catarsis colectiva -ah, viejo Aristóteles-, devenida orgasmo teleonanista, dejará a la masa espectadora agotada, sed non satiata, anhelando una nueva dosis de realidad en el horario nocturno de TVN.-
Por otra parte, prestigiosos periódicos como El Mercurio y La Tercera publican los diagnósticos de sesudos historiadores quienes se refieren a la verosimilitud de los contenidos históricos de la telenovela nocturna de TVN y concluyen que "el tipo de relaciones aludidas en la telenovela constituían prácticas usuales de esa época histórica". Agréguese a esto que cierto abogado recaba antecedentes para llevar a la justicia al canal de todos por la "injuria larvada" hacia... los patrones de fundo de 1920. Cito sus declaraciones que no tienen desperdicio: "Se está contribuyendo a crear un odio de clases y haciendo un estereotipo del hombre de campo de esa época, en tiempos en que Chile vive un espiral de agitación laboral. Pensamos que no contribuye a la paz. Como medio de prensa, TVN debiera tener mucha cautela”.
Y, por cierto, en las oficinas del Sernam, los teléfonos y correos electrónicos reciben urgentes reclamos de alteradas féminas, indignadas por el trato que sus ficticias congéneres padecen a manos del vesánico patrón. No obstante, y como siempre, la nota -en este caso, la más baja- la dan -cuándo no- nuestros dirigentes políticos: "No se trata de que no se emita la teleserie, pero se trata de que se clarifique qué es ficción... eso sería muy positivo" nos recuerda sibilinamente el ministro secretario general de la presidencia; un diputado del PPD advierte, con una cierta incoherencia gramatical que revela, con toda seguridad, su profunda indignación: "...el trato vejatorio que aparece en "El Señor de la Querencia" es una señal negativa. Hoy tenemos 40 femicidios, es un tema central. Yo creo que ese mensaje que se entrega, estamos hablando solamente del maltrato, es absolutamente excesivo e innecesario".Y hasta una diputada independiente por una región campesina, dictamina que "en el contexto histórico esto no era ficción, ocurría. A lo mejor no todo pero ocurría, hasta algunos nombres se repiten." ¿Cuáles serán esos nombres?
Resumiendo, no se trata ni siquiera de provincianismo, sino de ignorancia galopante, de gonorrea intelectual, en suma: de bobaliconería. El juicio que hace 151 años le hicieron a Flaubert por inmoralidad al publicar Madame Bovary hoy llena de oprobio al mundo civilizado y sin embargo, en Chile... Pero veamos qué enseñanzas podemos extraer de esta ridiculez.
No deja de llamar la atención, primeramente, el prestigio que todavía tiene la historia para nuestra sociedad. Junto con la filosofía, la historia se ha constituido en un género literario sobrevalorado, que salvo contadas excepciones, en Chile es practicado por pseudo periodistas, empecinados en hacer la recensión de acontecimientos que se vinculan según el antojo de su conveniencia política o de su incompetencia intelectual. La violencia no depende de condicionantes históricas, sino espirituales. ¿En qué cabeza cabe la peregrina idea de que las vejaciones recreadas en el telefilme caracterizan una determinada relación social, en un momento particular de la historia del país? La inclinación hacia la crueldad, la tortura y la insanía es un rasgo del espíritu humano que se expresa de maneras diversas en toda época y lugar. José Luis Echenique no vive en la Querencia sino en nuestros corazones: le fabricó el último asiento a Caupolicán, cegó la voz de Víctor Jara, descuartizó a Hans Pozo, lee un blog de inFernet pensando en su próxima víctima.
Un segundo aspecto que no deja de sorprenderme, es la incapacidad de poner en el debate la ansiedad morbosa del público que sintoniza religiosamente la telenovela, no sólo para tener algo de qué hablar al otro día con el resto de alienados con los que trabajaestudiavive, sino para satisfacer -quizá vicariamente- las oscuras fantasías que alientan en el inconciente. No se necesita ser un master en psicología ni en publicidad, para advertir que detrás de la obra dramática hay un concienzudo análisis de mercado que ha establecido qué quiere ver "la gente" y la gente quiere verse en la pantalla porque la pantalla legaliza sus miedos, sus deseos y sus fantasías. La historia y la ficción son dos nombres para el mismo discurso; un discurso que pretende dar espesor y una pátina de coherencia a las infinitas formas que la sinrazón humana ha encontrado para llenar el vacío de la existencia.
Un tercer aspecto, tan desconcertante como el resto, es la devoción por el llamado "verosímil realista" que el público chileno manifiesta ante cualquier relato audiovisual de ficción. El prestigio de la imagen es tal, que resulta imperativo que la imagen registre "lo que realmente pasó" en aquellos años. Así, el realista telespectador olvida que, detrás de su fetiche, hay camarógrafos, guionistas, director, tramoyas, vestuaristas, productores y una larga cohorte de constructores de esa "realidad" por la que TVN recibió 1900 millones, sólo en su primer mes de transmisión. Si mi vida es una teleserie ¡quiero saber quién se beneficia de ella! En realidad, me importa un pepino: ¡exijo mis ganancias!
Por último, resulta asombroso advertir cómo el discurso medial es percibido como inevitable por el "mutante básico" -según la acertadísima categorización del periodista Felipe Avello-. "Es que los niños van a ver estas escenas y los pueden perturbar". ¡Ma qué niños, señora! Para eso tiene usted una cosita larga y negra que se llama control remoto y que sirve para cambiar el canal y, aunque usted no lo crea, también para apagar la tele. Pero quién podría resistirse a la tortura, -a la única tortura verdadera- de no saber "lo qué pasó en la comedia", a la vejación de tener que escuchar en silencio el relato del compañerodetrabajodecursodelconviviente, de cómo fueron los azotes, los desgarros, de cómo se escuchaban los llantos y los gritos. Y así, finalmente, cuando el protagonista sea castrado, quemado, descuerado, devorado por ratones hidrofóbicos o violado en masa por el peonaje de la Querencia, la catarsis colectiva -ah, viejo Aristóteles-, devenida orgasmo teleonanista, dejará a la masa espectadora agotada, sed non satiata, anhelando una nueva dosis de realidad en el horario nocturno de TVN.-
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martes, 8 de julio de 2008
En memoria de Abraham Gray
Entre las muchas imágenes imborrables de la niñez creo que hay una que, sin saber por qué, -pero imaginando muchas razones-, me ha acompañado y definido momentos claves de mi historia: me refiero al momento en el que el capitán Smollet llama a Abraham Gray, en La Isla del Tesoro. Gray es uno de los pocos marinos que no están involucrados en el motín organizado por John Silver y, sabiéndolo, el capitán lo conmina a abandonar la Hispaniola y a seguirlo rumbo al incierto destino en la isla. En el texto dice algo así como "...se escuchó un ruido como de lucha y al cabo de unos momentos, apareció Abraham Gray, con una cuchillada atravesando su mejilla y, fiel como un perro, corrió junto al lado del capitán: "Estoy con vos"-le dijo".
El texto propone una comparación lamentable: como un perro; sin embargo, si salvamos el detalle, ese personaje oscuro, casi intrascendente al lado del propio Silver, de Jim, de Ben Gunn, encarna un absoluto que, hoy, parece tan ajeno al pathos de la época: la lealtad. Ser leal a toda costa y a toda prueba, aunque haya que parar con el rostro la cuchillada feroz del enemigo: da lo mismo pues la palabra empeñada debe honrarse aunque implique abandonar la seguridad del barco, adentrarse en las fiebres de un pantano, y autocondenarse al marooning en una isla perdida en mitad de la nada.
Empero, el paso del tiempo trae consigo una gama enorme de matices que nos permiten disponer de subterfugios para ejercer la lealtad sólo en la medida de lo posible. En una época en que salvar el propio pellejo, sobre todo a costa del ajeno, es un arte practicado masivamente por nuestros conciudadanos, la actitud de quemar las naves y cumplir hasta el final lo prometido aparece como una respuesta romanticona y ñoña que mina, incluso, la respetabilidad de quien la practica.
Mas ser leal no supone ser obsecuente, como tanto fanático recalcitrante que "fiel a sus ideas" es incapaz de aceptar que se ha equivocado y que, es perfectamente válido perdonarse la tontera y empezar todo de nuevo. Dar la palabra es tan fácil ("no, si yo te llamo") por eso, quizá, es mejor no hablar y simplemente actuar. Ejercer la lealtad sin fanfarria, con secreta devoción y anónima valentía. Se puede ser leal a promesas, a ideas, a personas; pero cuánto más se hace difícil ser leal con los propios sueños, luchar para que la frase tremenda de "Nos habíamos amado tanto" de Ettore Scola -"Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros"-, no sea el cruel epitafio de nuestra perdida -y podrida- inocencia.
El texto propone una comparación lamentable: como un perro; sin embargo, si salvamos el detalle, ese personaje oscuro, casi intrascendente al lado del propio Silver, de Jim, de Ben Gunn, encarna un absoluto que, hoy, parece tan ajeno al pathos de la época: la lealtad. Ser leal a toda costa y a toda prueba, aunque haya que parar con el rostro la cuchillada feroz del enemigo: da lo mismo pues la palabra empeñada debe honrarse aunque implique abandonar la seguridad del barco, adentrarse en las fiebres de un pantano, y autocondenarse al marooning en una isla perdida en mitad de la nada.
Empero, el paso del tiempo trae consigo una gama enorme de matices que nos permiten disponer de subterfugios para ejercer la lealtad sólo en la medida de lo posible. En una época en que salvar el propio pellejo, sobre todo a costa del ajeno, es un arte practicado masivamente por nuestros conciudadanos, la actitud de quemar las naves y cumplir hasta el final lo prometido aparece como una respuesta romanticona y ñoña que mina, incluso, la respetabilidad de quien la practica.
Mas ser leal no supone ser obsecuente, como tanto fanático recalcitrante que "fiel a sus ideas" es incapaz de aceptar que se ha equivocado y que, es perfectamente válido perdonarse la tontera y empezar todo de nuevo. Dar la palabra es tan fácil ("no, si yo te llamo") por eso, quizá, es mejor no hablar y simplemente actuar. Ejercer la lealtad sin fanfarria, con secreta devoción y anónima valentía. Se puede ser leal a promesas, a ideas, a personas; pero cuánto más se hace difícil ser leal con los propios sueños, luchar para que la frase tremenda de "Nos habíamos amado tanto" de Ettore Scola -"Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros"-, no sea el cruel epitafio de nuestra perdida -y podrida- inocencia.
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sábado, 5 de julio de 2008
De tribus urbanas y deserciones
Después de la caída de Dios, de los ideales y los ideologismos, la libertad que nos ha quedado se ha tornado vacío y el vacío de nuestra época se ha cebado, dolorosamente, en los adolescentes. Náufragos de la hecatombe del espíritu, huérfanos del sentido de la existencia, más cagados que paridos a un mundo en el que el vértigo y la pasión se experimentan antes en los videojuegos que en la vida real, la juventud de occidente ha generado una pavorosa modalidad de alienación: las tribus urbanas.
Amontonados en los rincones de la urbe, desplazándose agresivos en el fragor de la noche, los adolescentes que han firmado con algo más que su sangre los acuerdos de sus tribus son los nuevos bárbaros que contemplan el fracaso de un orden social que se desmorona global y globalizadamente. Esos niños vestidos con deshechos, adornados como Orcos de Tierra Media, exhibiendo sus intrascendentes identidades en fotologs o comunidades virtuales son los constructores del mañana: médicos de lóbulos perforados, ingenieros con agujeros en las cejas, profesores con escarificaciones en la nuca, ellos tomarán los restos de occidente y los echarán al water del futuro, sin asco y sin remordimientos.
Y entre estos patéticos espectros, es posible ver la sombra furtiva del "ideólogo": devenido hoy vampiro carroñero que satisface su ego y sus urgencias venéreas, distribuyendo los eslóganes que extrajo de los fragmentos de textos que alcanzó a salvar de su desengaño, o de su incompetencia lectora: Bakunin, Kropotkin, Godwin, Sade y el resto. El profe de filosofía buena onda, el docente universitario comprensivo, el iluminado antisistema que a través de la caja de vino y el pitito de rutina, instila en el corazón de su espinilludo auditorio el deletéreo veneno de la decadencia: no es el hombre del siglo XXI el que levantó pirámides, el que conquistó reinos, el que fundó universos. Somos lo que botó la ola de la historia, confundidos frente a una interfaz que nos muestra tetas y potos y canciones, saturados de mensajes que sólo con unos y ceros le dan forma binaria al vacío escencial y a la nada, esperando el rescate imposible de un Dios tarado, de los improbables extraterrestres, de una evolución que se desmiente a cada rato, con cada titular del diario, con cada paseo en el metro.
"Chiaaaaaa, se jue en la volá el loco": he aquí el comentario certero del hipotético lector de estas afiebradas palabras. Sí, tal vez andar con un aro en la lengua no sea tan terrible, salvo si se quiere decir "esmerílemelo"; quizá tener sexo con el mejor amigo y la mejor amiga cuando se tiene 15 años sea necesario para "definir la identidad"; tal vez la sistemática destrucción de las neuronas sea un estado superior del ser, apenas opacado por la mierda en los pantalones, el vómito en la polera, la baba en la comisura de los labios y la expresión de idiocia en el rostro. Tal vez, el fanatismo que imponen estos nuevos modos de vida sea el modelo de rigor que las nuevas generaciones han conseguido, ante la deserción en masa de los padres, los verdaderos responsables de este desastre social en ciernes, que germina solapado al ritmo primitivo del rasquetón.-
Amontonados en los rincones de la urbe, desplazándose agresivos en el fragor de la noche, los adolescentes que han firmado con algo más que su sangre los acuerdos de sus tribus son los nuevos bárbaros que contemplan el fracaso de un orden social que se desmorona global y globalizadamente. Esos niños vestidos con deshechos, adornados como Orcos de Tierra Media, exhibiendo sus intrascendentes identidades en fotologs o comunidades virtuales son los constructores del mañana: médicos de lóbulos perforados, ingenieros con agujeros en las cejas, profesores con escarificaciones en la nuca, ellos tomarán los restos de occidente y los echarán al water del futuro, sin asco y sin remordimientos.
Y entre estos patéticos espectros, es posible ver la sombra furtiva del "ideólogo": devenido hoy vampiro carroñero que satisface su ego y sus urgencias venéreas, distribuyendo los eslóganes que extrajo de los fragmentos de textos que alcanzó a salvar de su desengaño, o de su incompetencia lectora: Bakunin, Kropotkin, Godwin, Sade y el resto. El profe de filosofía buena onda, el docente universitario comprensivo, el iluminado antisistema que a través de la caja de vino y el pitito de rutina, instila en el corazón de su espinilludo auditorio el deletéreo veneno de la decadencia: no es el hombre del siglo XXI el que levantó pirámides, el que conquistó reinos, el que fundó universos. Somos lo que botó la ola de la historia, confundidos frente a una interfaz que nos muestra tetas y potos y canciones, saturados de mensajes que sólo con unos y ceros le dan forma binaria al vacío escencial y a la nada, esperando el rescate imposible de un Dios tarado, de los improbables extraterrestres, de una evolución que se desmiente a cada rato, con cada titular del diario, con cada paseo en el metro.
"Chiaaaaaa, se jue en la volá el loco": he aquí el comentario certero del hipotético lector de estas afiebradas palabras. Sí, tal vez andar con un aro en la lengua no sea tan terrible, salvo si se quiere decir "esmerílemelo"; quizá tener sexo con el mejor amigo y la mejor amiga cuando se tiene 15 años sea necesario para "definir la identidad"; tal vez la sistemática destrucción de las neuronas sea un estado superior del ser, apenas opacado por la mierda en los pantalones, el vómito en la polera, la baba en la comisura de los labios y la expresión de idiocia en el rostro. Tal vez, el fanatismo que imponen estos nuevos modos de vida sea el modelo de rigor que las nuevas generaciones han conseguido, ante la deserción en masa de los padres, los verdaderos responsables de este desastre social en ciernes, que germina solapado al ritmo primitivo del rasquetón.-
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miércoles, 2 de julio de 2008
A propósito de Pitas Pajas, pintor de Bretaña
En su maravilloso Libro del Buen Amor, don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, cuenta la historia de Pitas Pajas, pintor de Bretaña, que tenía una joven y bella mujer, a la que tuvo que dejar sola por un largo tiempo. Conociendo el carácter de la señora, le pintó con ingenuo ánimo un corderito bajo el ombligo, persuadido de que, así, estaría “ guardada de toda otra locura”. Bien que hubiere partido don Pitas, la señora –con fervoroso entusiasmo- se dedicó a deshacer la obra pictórica en complicidad con su amante. Cuando le avisaron que don Pitas volvía al hogar ella, presa de la confusión, pintó en lugar del cordero un carnero. Cuando don Pitas Pajas advirtió la mutación pictórica le demandó razón del hecho. El argumento fue lapidario:
“¿...en dos anos petid corder non se fer carner?
Viniésedes tenplano: trobaríades corder”. (1)
Cito esta historia para extraer de ella una reflexión en torno al arte y al carácter que, en general, me parece encontrar en ciertos pintores latinoamericanos. Al igual que don Pitas, ciertos maestros del pincel vernáculo pretenden con sus obras poner un cepo a la realidad, para “fijar el momento; para capturar la esencia vital de nuestra tierra y sus habitantes”, como si los pinceles hicieran mejor que una cámara fotográfica el trabajo de atrapar el momento fugitivo. Dejando de lado, de paso, la imposibilidad técnica de capturar el momento subjetivo de los mentados habitantes, el pintor pretende, en un conmovedor acto de fe, que al capturar la apariencia de los hechos atrapa la esencia de los mismos. De esa manera olvida que la pintura es un arte eminentemente espacial y proyectual, olvida que la imagen es de suyo ambigüedad, signo abierto, espacio para proyectar subjetividades (la suya primero, la del público después). A menos que el pintor decida representar el aspecto más superficial de la realidad que lo rodea.
Para comprender este asunto, se imponen entonces dos preguntas elementales: Primero ¿qué hace el pintor cuando pinta? Y segundo ¿qué cree el pintor que hace cuando pinta? En relación con la primera pregunta, tanto si se trata de pintura figurativa o de pintura abstracta, el artista construye en su obra una realidad que dialoga con varios planos a la vez:
1.Con el mundo (principalmente exterior, si es figurativo básico; principalmente interior, en todos los otros casos)
2.Con el ego (el mundo de su subjetividad, sus deseos, obsesiones, manierismos sicológicos, con su propio placer, entre otros).
3.Con la tradición pictórica en la que se inscribe (uso de técnicas, criterios estéticos, postulados teóricos de escuela).
4.Con el sistema de referencias culturales que validan su obra: Que le permiten, por ejemplo, ser considerado “maestro” y no “entusiasta aficionado”. Que permiten establecer las significaciones para sus obras. Nótese la importancia de la teoría atómica en la pintura de Dalí, por ejemplo.
5.Circuito comercial: Relacionado con el entorno cultural, al pintar el artista es susceptible de relacionar su obra con el complejo circuito de la oferta y la demanda comerciales. Críticos y Marchantes tienen mucho que decir en este punto. Le permiten obtener financiamiento al artista.
6.La realidad social en la que se inserta: Desde el retratista de la plaza al galardonado expositor de mil bienales, el acto de pintar ubica a quien practica este arte en una función social que va desde ser una especie de decorador de interiores a ser un intelectual, un orientador de criterios estéticos o un guardián de la memoria pictórica del colectivo. A menudo, estas funciones no son excluyentes. Le permiten obtener reconocimiento social, comercial, y algunas becas.
Más allá de todas estas conexiones, en estricto rigor, el artista al pintar no hace más que poner pigmentos sobre un soporte. Esa es la brutal realidad de su tarea. De la cultura desde la que pinta y de la cultura del que aprecia su obra, sin dejar de lado la cultura que construye el paso del tiempo, provendrán las significaciones que la obra tenga. Los artistas, sin embargo, parecen olvidar este hecho y, al pintar, pretenden realizar varias de las siguientes tareas:
1.Capturar, como he dicho antes, la esencia de un momento, de una situación, del mundo interior de una o varias personas. Función metafísica del arte.
2.Expresar su visión de mundo, asociando dominio técnico con claridad de expresión.
3.Preservar la memoria del colectivo. Esta tarea a menudo creen cumplirla los artistas indigenistas.
4.Realizar un acto de autoconocimiento. Exorcizar demonios internos, alcanzar el absoluto, etcétera.
5.Ofrecer un pedazo de su mundo interior. Desde un mural volumétrico, en escala 1:1, hasta una naturaleza muerta pintada al carboncillo, el alma del artista es el improbable contenido de sus obras.
6.Dejar una huella para la posteridad. Desafiar el olvido y la nada.
No son pocas, entonces, las dimensiones en las que se inserta el trabajo del artista plástico. Y don Pitas Pajas que creía que estaba haciendo una especie de cinturón de castidad con un cordero... Pero el cordero se transforma en carnero. Examinemos este asombroso proceso.
Resulta ocioso, a estas alturas, enfrascarnos en una discusión acerca de los orígenes de la pintura como actividad humana. Nunca sabremos si es una expresión mágica, religiosa, social o qué. El asunto es que hay gente que pinta y se relaja; otra que pinta y aprende y otra pinta y gana mucha plata con su trabajo. En este sentido, como indiqué más arriba, tienen mucho que ver críticos y marchantes, encargados de hacer la primera transformación del cordero. En efecto, a menudo, resulta un insulto a la inteligencia leer los maratónicos párrafos con los que los especialistas expresan el resultado de las disecciones a las que someten las obras de los artistas, para una “mejor comprensión y entendimiento de los mismos”. Abundan las expresiones melodramáticas: “su arte emerge de las profundidades telúricas del ser, expuesto al desconcierto vegetal de los sentidos y al vacío pétreo que desasosiega, conmueve e ilumina con su violenta poética al espectador... “. La crítica plástica es casi un nuevo género literario que mezcla la filosofía, el ocultismo, la novela rosa, con una incontinencia fonorreica de padre y señor mío. Pero ella hunde o levanta al artista; le permite exponer, vender, viajar, ganar subvenciones, obtener privilegios. Es decir, de la crítica depende el éxito de la inserción en los circuitos sociales y comerciales del artista. Lo que no es menor. Surge entonces una tercera cuestión: ¿cuál es la verdadera relación entre el público y el arte del artista?
Emasculada del carácter mágico y/o trascendente que tenía en las comunidades primitivas, la pintura occidental se constituye en un arte burgués, decorativo, suntuario y sofisticado que funciona con los mismos criterios que el ballet y la ópera. Debe agradar al señor que compra la obra o que ayuda a financiarla. Sea el público del Metropolitan Opera House o el de la expo 2000 en Hannover, el público de las Artes plásticas es un público “culto”, esto es, adiestrado en establecer significaciones entre lo que ve y lo que sabe. Y si ve pintura latinoamericana, espera ver cholas, llamas, altiplano, selvas, Macondos, en suma: color local. Una pintura latinoamericana de carácter no figurativo –dejo fuera a Matta que de latino tiene lo que yo de esquimal- sería, para el criterio estereotipado del europeo, una mistificación de innoble cuño.
Expresión fiel de un continente de santo tomases, el realismo extremo del arte latinoamericano es otra forma de sumisión al modelo de lectura que ha impuesto la metrópoli, en este caso, Europa. Para el europeo, como muy bien anota Ernesto Sábato, el latinoamericano es una especie de “inmortal folclórico”; aquí no hay angustia, muerte, crisis existenciales. Aquí hay huelgas, explotación y muchos indios sentados bajo el sol tocando la flauta. Realismo mágico for everyone. Y el pueblo, ese modelo anónimo de tanto mural, escultura y cuadro, permanece de espaldas a las obras que ha inspirado. Es cosa de entrar en sus casas, en sus bodegones, en sus mercados. ¿Cuántos cuadros de sus artistas supuestamente representativos hay en sus murallas? El indio es mucho más inteligente: no necesita redundar. ¿Para qué ver sus colores en la pared si él los ve en su propio entorno, sin tanto aspaviento? En todo caso, para variar, él no cobra ni un solo dólar de derechos de inspiración. Para el indio, cuernos. Cuernos de carnero.
(1): El texto en su traducción al español moderno presenta un pequeño problema: la rima.
“Tal como en estos casos es siempre la mujer.
Ingeniosa y sutil, dijo: -“¿Cómo ha de ser,
Si han pasado dos años, que no fuera “carner”?
Vinierais más temprano, y hallaríais “corder”.
“¿...en dos anos petid corder non se fer carner?
Viniésedes tenplano: trobaríades corder”. (1)
Cito esta historia para extraer de ella una reflexión en torno al arte y al carácter que, en general, me parece encontrar en ciertos pintores latinoamericanos. Al igual que don Pitas, ciertos maestros del pincel vernáculo pretenden con sus obras poner un cepo a la realidad, para “fijar el momento; para capturar la esencia vital de nuestra tierra y sus habitantes”, como si los pinceles hicieran mejor que una cámara fotográfica el trabajo de atrapar el momento fugitivo. Dejando de lado, de paso, la imposibilidad técnica de capturar el momento subjetivo de los mentados habitantes, el pintor pretende, en un conmovedor acto de fe, que al capturar la apariencia de los hechos atrapa la esencia de los mismos. De esa manera olvida que la pintura es un arte eminentemente espacial y proyectual, olvida que la imagen es de suyo ambigüedad, signo abierto, espacio para proyectar subjetividades (la suya primero, la del público después). A menos que el pintor decida representar el aspecto más superficial de la realidad que lo rodea.
Para comprender este asunto, se imponen entonces dos preguntas elementales: Primero ¿qué hace el pintor cuando pinta? Y segundo ¿qué cree el pintor que hace cuando pinta? En relación con la primera pregunta, tanto si se trata de pintura figurativa o de pintura abstracta, el artista construye en su obra una realidad que dialoga con varios planos a la vez:
1.Con el mundo (principalmente exterior, si es figurativo básico; principalmente interior, en todos los otros casos)
2.Con el ego (el mundo de su subjetividad, sus deseos, obsesiones, manierismos sicológicos, con su propio placer, entre otros).
3.Con la tradición pictórica en la que se inscribe (uso de técnicas, criterios estéticos, postulados teóricos de escuela).
4.Con el sistema de referencias culturales que validan su obra: Que le permiten, por ejemplo, ser considerado “maestro” y no “entusiasta aficionado”. Que permiten establecer las significaciones para sus obras. Nótese la importancia de la teoría atómica en la pintura de Dalí, por ejemplo.
5.Circuito comercial: Relacionado con el entorno cultural, al pintar el artista es susceptible de relacionar su obra con el complejo circuito de la oferta y la demanda comerciales. Críticos y Marchantes tienen mucho que decir en este punto. Le permiten obtener financiamiento al artista.
6.La realidad social en la que se inserta: Desde el retratista de la plaza al galardonado expositor de mil bienales, el acto de pintar ubica a quien practica este arte en una función social que va desde ser una especie de decorador de interiores a ser un intelectual, un orientador de criterios estéticos o un guardián de la memoria pictórica del colectivo. A menudo, estas funciones no son excluyentes. Le permiten obtener reconocimiento social, comercial, y algunas becas.
Más allá de todas estas conexiones, en estricto rigor, el artista al pintar no hace más que poner pigmentos sobre un soporte. Esa es la brutal realidad de su tarea. De la cultura desde la que pinta y de la cultura del que aprecia su obra, sin dejar de lado la cultura que construye el paso del tiempo, provendrán las significaciones que la obra tenga. Los artistas, sin embargo, parecen olvidar este hecho y, al pintar, pretenden realizar varias de las siguientes tareas:
1.Capturar, como he dicho antes, la esencia de un momento, de una situación, del mundo interior de una o varias personas. Función metafísica del arte.
2.Expresar su visión de mundo, asociando dominio técnico con claridad de expresión.
3.Preservar la memoria del colectivo. Esta tarea a menudo creen cumplirla los artistas indigenistas.
4.Realizar un acto de autoconocimiento. Exorcizar demonios internos, alcanzar el absoluto, etcétera.
5.Ofrecer un pedazo de su mundo interior. Desde un mural volumétrico, en escala 1:1, hasta una naturaleza muerta pintada al carboncillo, el alma del artista es el improbable contenido de sus obras.
6.Dejar una huella para la posteridad. Desafiar el olvido y la nada.
No son pocas, entonces, las dimensiones en las que se inserta el trabajo del artista plástico. Y don Pitas Pajas que creía que estaba haciendo una especie de cinturón de castidad con un cordero... Pero el cordero se transforma en carnero. Examinemos este asombroso proceso.
Resulta ocioso, a estas alturas, enfrascarnos en una discusión acerca de los orígenes de la pintura como actividad humana. Nunca sabremos si es una expresión mágica, religiosa, social o qué. El asunto es que hay gente que pinta y se relaja; otra que pinta y aprende y otra pinta y gana mucha plata con su trabajo. En este sentido, como indiqué más arriba, tienen mucho que ver críticos y marchantes, encargados de hacer la primera transformación del cordero. En efecto, a menudo, resulta un insulto a la inteligencia leer los maratónicos párrafos con los que los especialistas expresan el resultado de las disecciones a las que someten las obras de los artistas, para una “mejor comprensión y entendimiento de los mismos”. Abundan las expresiones melodramáticas: “su arte emerge de las profundidades telúricas del ser, expuesto al desconcierto vegetal de los sentidos y al vacío pétreo que desasosiega, conmueve e ilumina con su violenta poética al espectador... “. La crítica plástica es casi un nuevo género literario que mezcla la filosofía, el ocultismo, la novela rosa, con una incontinencia fonorreica de padre y señor mío. Pero ella hunde o levanta al artista; le permite exponer, vender, viajar, ganar subvenciones, obtener privilegios. Es decir, de la crítica depende el éxito de la inserción en los circuitos sociales y comerciales del artista. Lo que no es menor. Surge entonces una tercera cuestión: ¿cuál es la verdadera relación entre el público y el arte del artista?
Emasculada del carácter mágico y/o trascendente que tenía en las comunidades primitivas, la pintura occidental se constituye en un arte burgués, decorativo, suntuario y sofisticado que funciona con los mismos criterios que el ballet y la ópera. Debe agradar al señor que compra la obra o que ayuda a financiarla. Sea el público del Metropolitan Opera House o el de la expo 2000 en Hannover, el público de las Artes plásticas es un público “culto”, esto es, adiestrado en establecer significaciones entre lo que ve y lo que sabe. Y si ve pintura latinoamericana, espera ver cholas, llamas, altiplano, selvas, Macondos, en suma: color local. Una pintura latinoamericana de carácter no figurativo –dejo fuera a Matta que de latino tiene lo que yo de esquimal- sería, para el criterio estereotipado del europeo, una mistificación de innoble cuño.
Expresión fiel de un continente de santo tomases, el realismo extremo del arte latinoamericano es otra forma de sumisión al modelo de lectura que ha impuesto la metrópoli, en este caso, Europa. Para el europeo, como muy bien anota Ernesto Sábato, el latinoamericano es una especie de “inmortal folclórico”; aquí no hay angustia, muerte, crisis existenciales. Aquí hay huelgas, explotación y muchos indios sentados bajo el sol tocando la flauta. Realismo mágico for everyone. Y el pueblo, ese modelo anónimo de tanto mural, escultura y cuadro, permanece de espaldas a las obras que ha inspirado. Es cosa de entrar en sus casas, en sus bodegones, en sus mercados. ¿Cuántos cuadros de sus artistas supuestamente representativos hay en sus murallas? El indio es mucho más inteligente: no necesita redundar. ¿Para qué ver sus colores en la pared si él los ve en su propio entorno, sin tanto aspaviento? En todo caso, para variar, él no cobra ni un solo dólar de derechos de inspiración. Para el indio, cuernos. Cuernos de carnero.
(1): El texto en su traducción al español moderno presenta un pequeño problema: la rima.
“Tal como en estos casos es siempre la mujer.
Ingeniosa y sutil, dijo: -“¿Cómo ha de ser,
Si han pasado dos años, que no fuera “carner”?
Vinierais más temprano, y hallaríais “corder”.
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domingo, 29 de junio de 2008
Jason Pinto o el extraño caso de los niños marengo
¿Qué lo causó? Sospecho que fue una orden secreta, subliminalmente contenida en los rayos catódicos de la tele. El asunto es que, de la noche a la mañana, aparecieron por todas partes niños negros con nombres de gringos. Braian y Bryan, Dayana, Cameron, Kimberly y Kimberley, John y Jhon, Brandon, Brad, Angie, Priscilla, Arnold, y una cohorte de otros santos nórdicos han servido para cristianizar a cientos de nuestros compatriotas, en una renovación rampante del repertorio patronímico criollo.
La culpa no la tiene Jason, qué duda cabe. Fueron don Emeterio Pinto y doña Sandra Coliqueo los que bautizaron a su regalón como Jason Cristopher; así, el pequeño Jason recibió, al mismo tiempo que la burla de Pedro, Juan y Diego, la solidaridad cómplice del Michael, la Samantha y el Kevin. Entre risas y comentarios oprobiosos fue integrándose poco a poco “al grupo curso”; por último, se aplicó el lema nacional –“igual no más, poh”- y santo remedio. Cuando, con mucho esfuerzo y la ayuda de la Santísima Virgen entró a la universidad, las risitas y los comentarios sarcásticos empezaron de nuevo. Pero ahora Jason está curtido y simplemente no pesca.
Antes que clasista, la mía es una observación antropológica y estética. El hábito de ponerle nombre a los seres y a las cosas es, por antonomasia, un acto cultural. Cuando una cultura elige el nombre que han de tener sus miembros define su posición ante el universo. Dice: esto somos, por nuestros nombres nos conoceréis. Por otra parte, todo nombre posee un significado y una norma cultural lo acepta como válido ante los pares. Sin embargo: ¿quién sabe hoy qué significa el nombre que lleva? Abundan los estudios de heráldica más o menos creíbles que le otorgan blasón y prosapia a los más peregrinos nombres y apellidos. Por ello, más temprano que tarde, llegará el día en que Sean Marambio sepa de dónde viene el nombre que le ha dado fama entre las chicas del bloque.
Los nombres, en particular, siempre han sido el pretexto para que los padres ejerzan, por segunda vez, su prepotente acción sobre un ser indefenso: no contentos con traerlos a este circo demencial sin ningún tipo de autorización, le endosan el apelativo que lo acompañará, salvo necesaria y onerosa corrección, hasta la última función sobre el planeta. De tal suerte, los esotéricos y místicos bautizan a su prole como Estrella, Luna, Antar, Casandra. Los fans eternos les ponen Christinna, Luis Miguel, (un saludo a mi alumno Chayanne Peñaloza), Ricky, Cindy. Los cinéfilos, los nombres que indiqué más arriba. Un nombre de fantasía para el ser de fantasía que han traído a este mundo, un mundo lamentablemente cruel, ajeno a sensibles asociaciones paternales. Lo siento mucho, Curtis Guarategua, pero no tienes ninguna posibilidad de ser presidente de esta ni de ninguna otra república.
Dicen que una nueva estirpe de seres humanos está llegando al mundo, seres más sensibles e inteligentes, asertivos, creativos y espirituales. Son los llamados “niños índigo”. Estos niños tendrán que convivir, me temo, con estos otros niños: los niños marengo, mestizos de nombre, hijos de una época que le ha quitado el sentido a todo lo bello, lo profundo e importante. Espero vivir para alcanzar a ver qué resulta de tan descomunal encuentro.
La culpa no la tiene Jason, qué duda cabe. Fueron don Emeterio Pinto y doña Sandra Coliqueo los que bautizaron a su regalón como Jason Cristopher; así, el pequeño Jason recibió, al mismo tiempo que la burla de Pedro, Juan y Diego, la solidaridad cómplice del Michael, la Samantha y el Kevin. Entre risas y comentarios oprobiosos fue integrándose poco a poco “al grupo curso”; por último, se aplicó el lema nacional –“igual no más, poh”- y santo remedio. Cuando, con mucho esfuerzo y la ayuda de la Santísima Virgen entró a la universidad, las risitas y los comentarios sarcásticos empezaron de nuevo. Pero ahora Jason está curtido y simplemente no pesca.
Antes que clasista, la mía es una observación antropológica y estética. El hábito de ponerle nombre a los seres y a las cosas es, por antonomasia, un acto cultural. Cuando una cultura elige el nombre que han de tener sus miembros define su posición ante el universo. Dice: esto somos, por nuestros nombres nos conoceréis. Por otra parte, todo nombre posee un significado y una norma cultural lo acepta como válido ante los pares. Sin embargo: ¿quién sabe hoy qué significa el nombre que lleva? Abundan los estudios de heráldica más o menos creíbles que le otorgan blasón y prosapia a los más peregrinos nombres y apellidos. Por ello, más temprano que tarde, llegará el día en que Sean Marambio sepa de dónde viene el nombre que le ha dado fama entre las chicas del bloque.
Los nombres, en particular, siempre han sido el pretexto para que los padres ejerzan, por segunda vez, su prepotente acción sobre un ser indefenso: no contentos con traerlos a este circo demencial sin ningún tipo de autorización, le endosan el apelativo que lo acompañará, salvo necesaria y onerosa corrección, hasta la última función sobre el planeta. De tal suerte, los esotéricos y místicos bautizan a su prole como Estrella, Luna, Antar, Casandra. Los fans eternos les ponen Christinna, Luis Miguel, (un saludo a mi alumno Chayanne Peñaloza), Ricky, Cindy. Los cinéfilos, los nombres que indiqué más arriba. Un nombre de fantasía para el ser de fantasía que han traído a este mundo, un mundo lamentablemente cruel, ajeno a sensibles asociaciones paternales. Lo siento mucho, Curtis Guarategua, pero no tienes ninguna posibilidad de ser presidente de esta ni de ninguna otra república.
Dicen que una nueva estirpe de seres humanos está llegando al mundo, seres más sensibles e inteligentes, asertivos, creativos y espirituales. Son los llamados “niños índigo”. Estos niños tendrán que convivir, me temo, con estos otros niños: los niños marengo, mestizos de nombre, hijos de una época que le ha quitado el sentido a todo lo bello, lo profundo e importante. Espero vivir para alcanzar a ver qué resulta de tan descomunal encuentro.
sábado, 28 de junio de 2008
Chi’ bah’ puta la güeá’
Hace un par de años leí una información que me dejó helado: el chileno promedio utilizaría entre 200 a 600 palabras del idioma español para hacerse entender. Basta con mirar cualquier Reality Show, no sólo para comprobar la veracidad de esta afirmación, sino para comprobar que la cuenta va en descenso. Evidentemente, no se trata de correr a comprar el Diccionario de la RAE y ponerse a leer como loco. Ni siquiera la lectura tiene mucho que hacer al respecto. Porque, lo que define a un ser humano –y por extensión a una cultura- es el repertorio de palabras que realmente utiliza para construir su experiencia en la realidad y no el repertorio que podría o debería usar, conforme lo recomienden los libros.
En la práctica, el problema no está en lo que se dice, sino en lo que no se dice con el lenguaje que usamos. Y he aquí lo que a mí más me llama la atención. Para comunicarse los chilenos usan el potente comodín de las chuchadas que, de manera directa y económica, transmite a la vez concepto y estado de ánimo, para provocar así un efecto claro de comunicación directa. Al respecto, una vez alguien me dijo lo siguiente: “La güeá es que a mí me gusta decir la güeás bien claras. Na’ de palabras bonitas ni güeás por el estilo: el pico se llama pico, la zorra se llama zorra y al culea’o que no le guste que se vaya a la rechucha de su madre”. Y eso es todo. Al que no le guste que se vaya. De dialogar, de disentir, de matizar el asunto ni hablar. Es decir, las sutilezas son para los maricones: acá en Chile hablamos a chuchá’ limpia porque así hablamos los chilenos y, para muchos, eso es una garantía de sinceridad y honestidad intelectual de la que deberíamos enorgullecernos.
El punto es que, consecuentemente, 2 de cada 4 habitantes de Santiago presenta algún tipo de trastorno mental (desde angustia hasta esquizofrenia) y el 80% de los chilenos entre 15 y 65 años no tiene las competencias lectoras mínimas para funcionar en el mundo de hoy. Ambos datos tienen un común denominador: pobreza lingüística. Y no pretendo aseverar que la cura de la depresión esté en hablar como el Quijote. Sin embargo, en la medida en la que usamos el lenguaje para describir más ampliamente el mundo que nos rodea, dejamos de vivir en un ambiente claustrofóbico y agresivo. Pero hablar bien es, en la práctica social, la mejor forma para no ser entendido. Lo veo constantemente en mis clases. Los chicos de hoy no entienden palabras que tengan más de 3 sílabas. La gente está habituada a funcionar (el verbo es exacto) con órdenes breves y precisas, formuladas de manera cortante y perentoria. Y al que no le guste, que se vaya.
Quizá este tipo de comunicación sea adecuado para que los brutos hagan su trabajo sin equivocarse. Lo cierto es a todos embrutece por igual. Hasta donde yo sé, no ha habido ni hay idioma en el que no haya malas palabras. Ellas sirven como catalizadores de frustración, de angustia, de agresividad. Y, en ese sentido, la enorme carga de agresividad, frustración y angustia que se expresa en el rosario de groserías con el que los chilenos se comunican da cuenta, sin lugar a dudas, de un profundo daño en la manera de construir las relaciones sociales y la experiencia de vida quede ellas se desprende. Detrás del “güeón”, de la “güeá”, del “pico” y del “culea’o” se esconde, no sólo una formidable represión sexual –que hace de Chile un país de neuróticos -, sino una jibarización atroz de la realidad, que explicaría, al menos en parte, el desolador aspecto que exhibe nuestra sociedad criolla.
En la práctica, el problema no está en lo que se dice, sino en lo que no se dice con el lenguaje que usamos. Y he aquí lo que a mí más me llama la atención. Para comunicarse los chilenos usan el potente comodín de las chuchadas que, de manera directa y económica, transmite a la vez concepto y estado de ánimo, para provocar así un efecto claro de comunicación directa. Al respecto, una vez alguien me dijo lo siguiente: “La güeá es que a mí me gusta decir la güeás bien claras. Na’ de palabras bonitas ni güeás por el estilo: el pico se llama pico, la zorra se llama zorra y al culea’o que no le guste que se vaya a la rechucha de su madre”. Y eso es todo. Al que no le guste que se vaya. De dialogar, de disentir, de matizar el asunto ni hablar. Es decir, las sutilezas son para los maricones: acá en Chile hablamos a chuchá’ limpia porque así hablamos los chilenos y, para muchos, eso es una garantía de sinceridad y honestidad intelectual de la que deberíamos enorgullecernos.
El punto es que, consecuentemente, 2 de cada 4 habitantes de Santiago presenta algún tipo de trastorno mental (desde angustia hasta esquizofrenia) y el 80% de los chilenos entre 15 y 65 años no tiene las competencias lectoras mínimas para funcionar en el mundo de hoy. Ambos datos tienen un común denominador: pobreza lingüística. Y no pretendo aseverar que la cura de la depresión esté en hablar como el Quijote. Sin embargo, en la medida en la que usamos el lenguaje para describir más ampliamente el mundo que nos rodea, dejamos de vivir en un ambiente claustrofóbico y agresivo. Pero hablar bien es, en la práctica social, la mejor forma para no ser entendido. Lo veo constantemente en mis clases. Los chicos de hoy no entienden palabras que tengan más de 3 sílabas. La gente está habituada a funcionar (el verbo es exacto) con órdenes breves y precisas, formuladas de manera cortante y perentoria. Y al que no le guste, que se vaya.
Quizá este tipo de comunicación sea adecuado para que los brutos hagan su trabajo sin equivocarse. Lo cierto es a todos embrutece por igual. Hasta donde yo sé, no ha habido ni hay idioma en el que no haya malas palabras. Ellas sirven como catalizadores de frustración, de angustia, de agresividad. Y, en ese sentido, la enorme carga de agresividad, frustración y angustia que se expresa en el rosario de groserías con el que los chilenos se comunican da cuenta, sin lugar a dudas, de un profundo daño en la manera de construir las relaciones sociales y la experiencia de vida quede ellas se desprende. Detrás del “güeón”, de la “güeá”, del “pico” y del “culea’o” se esconde, no sólo una formidable represión sexual –que hace de Chile un país de neuróticos -, sino una jibarización atroz de la realidad, que explicaría, al menos en parte, el desolador aspecto que exhibe nuestra sociedad criolla.
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viernes, 27 de junio de 2008
Don Otto va al estadio
No me queda muy claro por qué el humor criollo vio en Don Otto, el inmigrante alemán amigo de Fritz y de la cerveza, al prototipo del gilipollas. Cuando Don Otto se entera de que su mujer lo engaña en el sofá con su mejor amigo, el perspicaz germano toma una decisión radical y vende el sofá. Nuestros bisabuelos se mataban de la risa con el chiste. “Buena cosa, con el alemán pa’ tonto”. Sin embargo, Don Otto y su lógica abrumadora han hecho escuela; hoy mismo, como tantas veces después de un clásico entre la Universidad de Chile y Colo Colo, el ejemplo del teutón inspira a autoridades y a la opinión pública y se exige, a voz en cuello, la clausura del estadio Monumental o, al menos, su inhabilitación como sede de futuros clásicos. ¿Será éste otro ejemplo de cómo el pensamiento alemán ha influido en la cosmovisión nacional?
El fenómeno de la violencia en los estadios es la expresión de un problema anterior, mucho más vasto y mucho más profundo. El problema es la instalación de la violencia como modus vivendi dentro de la sociedad chilena. Y mientras los expertos elaboran planes de contingencia, proyectos de integración social, plazas y centros deportivos para rescatar a la juventud “del flagelo de la droga y la espiral de la delincuencia”. El lumpen, “caga’o de la sarri”, se fortalece como sistema de vida, como primitiva expresión de rebeldía frente a un modelo de sociedad del que, voluntariamente, ha decidido marginarse. El flaite que va al estadio, va a alentar a su equipo porque así protagoniza la epopeya colectiva de “dejar la cagá”. El odio entre las barras, dada la actual dinámica social, es consustancial al modo de ser de esas chilenas y chilenos que no están ni ahí con el sistema y que no les interesa estar en él o con él, bajo ninguna circunstancia. El clásico de fútbol, entonces, es un pretexto, un accidente. La explicación de la violencia no está en la falta de condiciones de un estadio, sino en la falta de condiciones de una sociedad para mantenerse de pie en un mundo que se cae a pedazos.
Mientras el fenómeno de la violencia social sea visto con el mismo criterio con el que el entomólogo examina el comportamiento de las ladillas, no avanzaremos mucho. La violencia en la sociedad chilena es mucho más que una comparación de cuadros estadísticos financiados por alguna entidad al servicio del Estado o de la oposición. El cuento es bien atroz en su simpleza: el embrutecimiento de los sentidos, el vértigo de vivir al límite, “haciendo ata’o”, yendo contra la ley, contra el sistema, contra los pacos, contra los giles que tra’ajan, con el borrón de la angustia, el jote, los cidrines, y con la quisca o el fierro siempre alerta: es una elección social, una cultura. Más que una pasión, son sentimientos.
Hace rato que la violencia dejó de estar ligada a los bajos ingresos. Si el ciudadano común pudiera echar una mirada en alguna población de las llamadas “peludas” se sorprendería del nivel de vida que, gracias al tráfico de drogas o al comercio pirata, exhiben muchos de sus habitantes. En Chile, por cierto, la violencia se explica como resultado del embrutecimiento sistemático de las masas, a través de un modo de vida que florece y se desarrolla más allá de las normas y valores de la sociedad burguesa y que es la más primitiva y brutal respuesta al sistema político y económico imperante; abolida la política como representación social, sólo queda tomar la justicia por las propias manos. Porque para el antisocial, en su lógica de animal acorralado, pero que muere peleando, su acción es la única manera de equiparar el marcador desbalanceado de la justicia social.
El buen burgués no mira al cuma: lo evita mientras pueda. Lo usa para conseguir drogas, para comprar discos piratas, para conseguir algún software para sus computadores, para que le dé la dirección del sauna. El flaite, en cambio, vive del burgués ya no como explotado, sino como burlador. Por eso le vende raspado de muralla por cocaína, lo calza con discos fallados por dos lucas, y una vez adentro del sauna le roba la plata. Por eso raya la ciudad marcando territorio, por eso destroza los vidrios de los sapos que viven en sus cajas de zapatos alrededor de los estadios. Por eso machetean las mone’as que los giles se ganan trabajando y toman donde quieren, jalan donde quieren y cuelgan al que quieren. Porque son ellos y no el Intendente, el Ministro del Interior o la señorita asistente social del Municipio los “que la lle’an”. Y si hay que irse en cana, da lo mismo. Adentro están los amigos. Y con unas mone’as pa’l actuario, ‘tamos da’os.
Así las cosas, quisiera comentar lo que le sucedió a Don Otto al tratar de vender el sofá: lo llevó al Persa del Bío Bío en un taxi. Le dieron 3 vueltas de más, lo dejaron en Franklin y, al llegar a Víctor Manuel, lo colgaron unos brocas que andaban en tonariles. El taxista los había dateado. Se fueron, como decían antes, “miti mota”.
El fenómeno de la violencia en los estadios es la expresión de un problema anterior, mucho más vasto y mucho más profundo. El problema es la instalación de la violencia como modus vivendi dentro de la sociedad chilena. Y mientras los expertos elaboran planes de contingencia, proyectos de integración social, plazas y centros deportivos para rescatar a la juventud “del flagelo de la droga y la espiral de la delincuencia”. El lumpen, “caga’o de la sarri”, se fortalece como sistema de vida, como primitiva expresión de rebeldía frente a un modelo de sociedad del que, voluntariamente, ha decidido marginarse. El flaite que va al estadio, va a alentar a su equipo porque así protagoniza la epopeya colectiva de “dejar la cagá”. El odio entre las barras, dada la actual dinámica social, es consustancial al modo de ser de esas chilenas y chilenos que no están ni ahí con el sistema y que no les interesa estar en él o con él, bajo ninguna circunstancia. El clásico de fútbol, entonces, es un pretexto, un accidente. La explicación de la violencia no está en la falta de condiciones de un estadio, sino en la falta de condiciones de una sociedad para mantenerse de pie en un mundo que se cae a pedazos.
Mientras el fenómeno de la violencia social sea visto con el mismo criterio con el que el entomólogo examina el comportamiento de las ladillas, no avanzaremos mucho. La violencia en la sociedad chilena es mucho más que una comparación de cuadros estadísticos financiados por alguna entidad al servicio del Estado o de la oposición. El cuento es bien atroz en su simpleza: el embrutecimiento de los sentidos, el vértigo de vivir al límite, “haciendo ata’o”, yendo contra la ley, contra el sistema, contra los pacos, contra los giles que tra’ajan, con el borrón de la angustia, el jote, los cidrines, y con la quisca o el fierro siempre alerta: es una elección social, una cultura. Más que una pasión, son sentimientos.
Hace rato que la violencia dejó de estar ligada a los bajos ingresos. Si el ciudadano común pudiera echar una mirada en alguna población de las llamadas “peludas” se sorprendería del nivel de vida que, gracias al tráfico de drogas o al comercio pirata, exhiben muchos de sus habitantes. En Chile, por cierto, la violencia se explica como resultado del embrutecimiento sistemático de las masas, a través de un modo de vida que florece y se desarrolla más allá de las normas y valores de la sociedad burguesa y que es la más primitiva y brutal respuesta al sistema político y económico imperante; abolida la política como representación social, sólo queda tomar la justicia por las propias manos. Porque para el antisocial, en su lógica de animal acorralado, pero que muere peleando, su acción es la única manera de equiparar el marcador desbalanceado de la justicia social.
El buen burgués no mira al cuma: lo evita mientras pueda. Lo usa para conseguir drogas, para comprar discos piratas, para conseguir algún software para sus computadores, para que le dé la dirección del sauna. El flaite, en cambio, vive del burgués ya no como explotado, sino como burlador. Por eso le vende raspado de muralla por cocaína, lo calza con discos fallados por dos lucas, y una vez adentro del sauna le roba la plata. Por eso raya la ciudad marcando territorio, por eso destroza los vidrios de los sapos que viven en sus cajas de zapatos alrededor de los estadios. Por eso machetean las mone’as que los giles se ganan trabajando y toman donde quieren, jalan donde quieren y cuelgan al que quieren. Porque son ellos y no el Intendente, el Ministro del Interior o la señorita asistente social del Municipio los “que la lle’an”. Y si hay que irse en cana, da lo mismo. Adentro están los amigos. Y con unas mone’as pa’l actuario, ‘tamos da’os.
Así las cosas, quisiera comentar lo que le sucedió a Don Otto al tratar de vender el sofá: lo llevó al Persa del Bío Bío en un taxi. Le dieron 3 vueltas de más, lo dejaron en Franklin y, al llegar a Víctor Manuel, lo colgaron unos brocas que andaban en tonariles. El taxista los había dateado. Se fueron, como decían antes, “miti mota”.
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