sábado, 9 de agosto de 2008

La estética de Mordor

Esta reflexión se inicia cuando, una mañana de sábado, se abrieron las puertas del metro y entró un individuo bajo, de unos 50 años, canoso, con surcos antes que arrugas en la piel del rostro, cuya expresión era de absoluta ausencia, como si la facultad de raciocinio se hubiese extinguido en su familia 3 o 4 generaciones antes de él. Sin embargo, no era su expresión de necrosis neurológica lo que me llamó más la atención, sino el enorme aro que llevaba, como un brillante moco plateado, colgando sin asunto sobre su abultada fosa nasal izquierda.

De un tiempo a la fecha, cientos de habitantes del planeta han optado por insertarse pedazos de metal, madera y hasta PVC en orejas, cejas, pezones, labios (superiores e inferiores) y/o ilustrarse el pellejo con tatuajes, con escarificaciones o, incluso, quemaduras y expansiones. Lo que era una práctica ritual en culturas originarias, plena de significaciones sociales, religiosas y culturales hoy se ha vuelto, en nuestra civilización hipertecnologizada y omnitolerante, una moda que se impone hasta en niños metilfenidato-dependientes, que lucen sus piercings como pasaportes que los acreditan como miembros de hecho y de derecho de sus tribus sociales, tal como a sus padres ausentes los acreditan, en sus propias tribus, la tarjeta de la multitienda y el boletín de Dicom.

No deja de resultar significativo el hecho que esta decoración corporal se haga de espaldas a los cánones estéticos más tradicionales de occidente. Incluso, detrás de cada uno de estos recursos hay un contenido latente de agresión, no sólo hacia el buen burgués que, como yo, no entiende la razón por la que algún tarúpido quisiera montarse un pedazo de metal en la jeta, sino hacia ese mismo tarúpido que deforma su cuerpo siguiendo los cánones estéticos de la que, podríamos llamar, es la escuela de Mordor o el estilo Orco del lucir casual.

En la imaginería de J. R. R. Tolkien el Orco es un humanoide, belicoso, sucio y de aspecto terrorífico. Cualquier ciudadano medianamente culto recordará las imágenes que de ellos construyó Peter Jackson en su celebrada trilogía de El Señor de los Anillos. Otro atributo del Orco es su voluntad de destrucción y su radical incapacidad para construir nada: el Orco vive de desechos, con retazos de idiomas arma el suyo, el orkish, que es la corrupción de varios idiomas de la Tierra Media. Sin embargo, no está claro el origen del Orco: en algunos relatos se los hace descendientes de los Elfos, criaturas de singular belleza y elevada perfección tanto intelectual como espiritual; en otros, los Orcos son la corrupción de los Hombres, criaturas con las que, supongo, el lector estará hasta cierto punto familiarizado.

En este caso, podemos observar cómo, una vez más, la realidad imita al arte. Sin embargo, a diferencia del ridículo jopo parado con gomina Brancato, que los sesentones de ahora llevaron en sus años mozos, y que buscaba imitar el aspecto de James Dean o de Elvis Presley, ahora no se trata de una respuesta más o menos consciente del sujeto frente al modelo que el cine le propone: me parece que esta respuesta es más visceral y, si se me permite el oxímoron, superficialmente profunda.

La estética de Mordor es coherente con una percepción de vacío y de sinsentido que resulta de la ausencia de referentes que seguir -porque no se sabe cuáles, porque no se entiende cuáles- y que sean más estables que la mera compulsión emocional. Por otra parte, cuando "no hay una buena base" -léase, cuando se es tan feo como el culo del diablo-, más fácil que tratar de lucir con un aspecto atractivo o agradable es tomar a la belleza por un disvalor, -como Rimbaud quien sienta a la Belleza sobre sus sifilíticas rodillas, para encontrarla amarga e injuriarla- y estilizar la monstruosidad, elevándola a la categoría de paradigma estético.

Así, saturado de imágenes mediales, el monstruo narciso se mira en el espejo sin verse realmente; la imagen virtualizada que la pantalla mental le devuelve, satisface su pequeña fantasía de parecer cool, de parecer moderno, de asemejarse, aunque fuere un poquito, -como tal vez quería ese viejo del metro con el que partió esta reflexión- al selecto grupo de "los famosos", aunque estos famosos sean los Orcos de Mordor que, mal que mal, igual salen en la tele.-

1 comentario:

Unknown dijo...

He de admitir que mi imaginario colectivo (el cual comparto con mis múltiples personalidades) algúna vez me llevó a comparar esa misma estética juvenil con los Trolls del juego Warcraft, que en el fondo vendrían a ser algo muy parecido, y que siempre me sentí bien sabiendome ajeno a esta categoría estética, que representa tanta cosa mala pa' la salú. Sin embargo me deprime un poco pensar que lo que me representaba era, a estas alturas, la tarjeta de crédito que me había encajado una promotora relativamente atractiva (anécdota relatada aquí)... de la cual por suerte me pude liberar sin endeudar a mi descendencia.

Con su descripción, me imaginé a Juan Topo con un piercing... en fin. Sírvase pasar a ver mi último ejercico retórico si se anima.