lunes, 28 de julio de 2008

Rasquetón

Rasca (adj.) En Chile, dícese de algo ordinario, de mala calidad, barato.

¿Tengo que explicar qué deleznable producto es el reggaetón? La bulla de fondo del cambio de luz en el semáforo; el muzak del Transantiago; una exótica variedad de guaracha-tecno; el pretexto para que ballenas con el pantalón a mitad de culo froten su michelín, efecto residual de tanta sopaipilla con mostaza comprada en el carrito de la tía, contra cualquiera que con los grados de alcohol suficientes en el cuerpo, tenga a bien restregarse contra ese montón de sebo y carne que anhela "que se lo den bien duro".

El rasquetón es el ritmo de moda que atraviesa estratos sociales con su monótona cadencia de ritmo primitivo, paradojalmente radiado en equipos modernísimos de alta fidelidad. El flaite lo oye en sus teléfonos celulares, sin audífonos, en la micro; los pingüinos sacuden a su compás sus livianas cabecitas; incluso, infantes con el pañal a medio sacar lo bailan en el acto cultural del colegio, ante la mirada arrobada y complaciente de sus abuelas-madres (como acertadamente las describiera Proactiva, en un comentario anterior). ¿Cómo es que llegamos a esto?

La música es una de las expresiones culturales más elementales de la humanidad. A ella asociamos pedazos enteros de nuestra existencia, por cuanto presta sentido y expresión a un amplísimo abanico de emociones que, con su prodigiosa magia, nos permite llevarlas en lo más profundo de nuestro ser o compartirlas con aquellos a quienes nos vinculamos. Podemos comprender el espíritu de cada época a partir de la música que en ella se ha compuesto, cantado y bailado. Así, la contradictoria década de los años 60 se manifiesta a cabalidad con la alegría inocentona de la "Nueva Ola" y el compromiso revolucionario de la "Nueva Canción Chilena"; el hedonismo cínico de la "Onda Disco" coexiste con la grandilocuencia épica del "Rock Sinfónico"; el fundamentalismo anárquico del "Punk" con la sofisticada desaprensión del "New Wave" en los represivos y cocaínicos años 70.

Los años 80, por su parte, se inauguran en Chile con la eclosión del llamado "Canto Nuevo", que pretendía denunciar la miseria del régimen militar a punta de metáforas abtrusas, diseñadas para sortear con éxito las escuálidas entendederas del censor de turno. El "Rock Argentino", la "Nueva Trova Cubana", el "Rellene-usted-con-lo-que-se-le-ocurra Metal" y el "Pop" de multiforme liviandad, fueron la música de fondo de la adolescencia y juventud de quienes hoy descubrimos, al mirar nuestros rostros en Facebook, que el ácido del tiempo todo lo corroe, a menos que la lipo y el lifting se opongan heroicamente. La música de los 90, son el abigarrado estertor de un siglo moribundo, que exhaló un resumen de sí a través del "Grunge", el "Dance-House-Techno-Hipno-Trip-Acid-Hop", el "Todo-lo-que-no-cupo-en-la-década-anterior Metal", el "Neo un-montón-de música-inclasificable" y el Axé.

Pero llegó el nuevo siglo y el "Latin Power, mi helmano" desde Miami y Centroamérica, perpetró ese atentado al espíritu que, cual rebalse de pozo séptico, inundó el resto del continente y, a estas alturas, a casi todo el mundo con su monótono "tu cha tu chá". Música para, como diría Posidonio de Apamea, "frotar dos parcelas de carne" o masturbarse de a dos, si no le es clara la metáfora estoica. Y, en cierto sentido, este carácter masturbatorio es un indicador neto de nuestra época egoísta, infantil y exhibicionista; en este sentido, el discurso del rasquetón es coherente con la ética y la estética de la posmiseria: de espaldas a los valores del respeto al mal llamado ser humano, la crudeza de sus letras reconoce al otro como un mero pedazo de carne que sirve para satisfacer, del modo más rudimentario posible, las apetencias del momento, sin otro compromiso más que el de hacer cacarear de placer a la contraparte, en un escenario de glamour poblacional decorado con armas, drogas y tecnología de mercado persa.

Si el rasquetón es una moda ¿qué viene después de ella? Aplicando la técnica del pastiche (crossing over, para no salir del estilo) imagino un reggaeton-gótico o un raggamuffin-punk. Sin embargo, la realidad suele tener la mala costumbre de armarse a su manera y vendrá el día en el que, a lo peor, recordemos con nostalgia la inocencia del perreo; pero hasta entonces, para mí y para muchos de quienes leen este blog (espero), el rasquetón seguirá siendo el sonido monocorde de la sexta corneta del apocalipsis.-

sábado, 19 de julio de 2008

Nosotros y ellos

Hace unos meses, Brasil se conmovió ante la publicación de la entrevista que, supuestamente, habría concedido Marcos William Herbas Camacho, alias Marcola, el jefe del Primer Comando de la Capital de Río de Janeiro y que desde una cárcel estatal, dirige una enorme y compleja red de poder, violencia y corrupción político-social, basada -cómo no- en el comercio de droga. Si alguien quiere leer la entrevista completa, vaya a El lar de los conformes disconformes y desayúnese por sí mismo.

Como la pelotudez no es patrimonio exclusivo de ninguna nación, el debate en el país de Xuxa se centró, primeramente, en si era cierta o no esta entrevista, dadas las rigurosas medidas de seguridad del recinto carcelario que alberga a Marcola. ¡Qué importa si es cierta o no, babacas! Lo que realmente estremece es la claridad del análisis que propone de la sociedad contemporánea y que, en líneas generales, se resume en los siguientes conceptos:

1. La sociedad jamás tomó en cuenta a los marginados; ahora éstos, gracias al comercio de las drogas, ya no tienen que mendigarle nada a nadie y cuentan con millones para mimar su resentimiento ante los aterrados burgueses. O, en las propias palabras del discutido Marcola: "Ya no existen los proletarios explotados. Ahora hay una masa cultivada en el barro, que se ha educado en el más absoluto analfabetismo y está diplomándose en las cárceles. Es la posmiseria, que genera una cultura asesina asistida por la nueva tecnología: satélites, celulares, internet, armas modernas. Es ahora cuando ustedes empiezan a tener conciencia social. Pero ya es tarde".

2. La condición del posmiserable -su posmiserabilidad- lo aparta radical y definitivamente del hombre civilizado : "Ya somos una nueva "especie", ya somos otros bichos, diferentes a ustedes": el concepto de mutación antropológica de Gilles Lipovetsky se nos presenta reformulado así con un alcance definitivo, radical.

3. El posmiserable no teme a la muerte, es inmune al dolor, bosteza y defeca sobre los valores pequeño burgueses como el amor, el esfuerzo, la honestidad, el respeto, la educación, la propiedad: es verdaderamente un mutante social,"como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad".

4. El imperio de la "transnacional de la droga" financia esta transformación a escala planetaria que corrompe a quien consume y enriquece al que distribuye. Como dice Marcola "Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un despacho... ¿Qué policía va a venir a quemar esa mina de oro? ¿Entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y "puesto en el microondas". Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38."

Entonces ¿qué le dijo el otro? El patético silencio, la levantada de hombros y la mirada para el lado del cobarde. Por cierto, la manga de intelectuales empantanados en la mala conciencia de no haber hecho nunca nada concreto "por los más desposeídos", más que llenarse la boca con pedorretas vacuas en nombre de "la humanidad, la libertad, la igualdad, la fraternidad", van a clamar por la reinserción, por dar una oportunidad, por dar condiciones de vida dignas y toda la sarta de buenas obras que el buen burgués exige que hagan otros, de preferencia el Estado, pero que salvo muy pocas excepciones, jamás hará él por sí mismo.

No faltará el paranoico optimista que crea que esta es una campaña orquestada por el FMI, los Legionarios de Cristo, G. W. Bush -o todos ellos a la vez- para estigmatizar a los pobres del mundo y mantener el status quo que los oprime. ¡Santa simplicidad! Si la sociedad considera como la mejor alternativa poner la otra mejilla, pues renuncio y exijo mi derecho a morir peleando y no escudado en estampitas de santos y papeleos que no conducen a nada. La revolución llegó y, malas noticias, las primeras cabezas que rodarán serán las nuestras: las de quienes confiamos en La Justicia para ser timados por sus representantes, las de quienes esperamos que "las instituciones funcionen" y nos dieron un superocho y una patada en el culo, la de quienes confiamos en el respeto al Hombre, en valores trascendentes, en tanta cosa hermosa que sirvió para enriquecer el bolsillo de políticos y delincuentes que dependen de nuestra bobaliconería para medrar.

Pues me parece que llegó la hora de decir NO MÁS. Si, como dice Marcola, "No hay más normalidad. Ustedes deben hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida." yo propongo una: presionar a nuestros hombres en el senado para reimplantar la pena de muerte; dictar leyes que logren reprimir sin asco a quienes delinquen; dar una oportunidad a los que atentan contra la sociedad, pero sólo una.

Encerrados en nuestras torrecitas de cristal, con nuestras noñas costumbres democristianosociofachoides que nos hacen presa fácil de estos representantes de un atroz "hombre nuevo", tal vez intentemos recordar que "el respeto al Hombre y a la Vida, es sagrado". Malas noticias otra vez: ya no hay nada sagrado, como bien lo saben las mujeres que han sido violadas por pandillas de adolescentes, o como han aprendido las personas que despiertan con una pistola en la cabeza, en mitad de la noche, y al arrullo de "Las mone'a conchetumare, donde teni la mone'a" ven pasar la vida ante sus ojos y descubren la atroz realidad de que ellos, esos inolvidables ellos, ya no tienen -ni quieren tener- nada que ver con nosotros.-

miércoles, 16 de julio de 2008

La música de los sordos

María Música (ver Jason Pinto) se llama la nueva joyita que ocupa las portadas de los diarios y los primeros minutos de los noticiarios, por haber lanzado un jarro de agua a la Ministra de Educación, en el marco de una jornada de diálogo en torno a la educación pública. "Como no hacía caso a lo que yo le decía y miraba para otro lado, se me vino a la cabeza todo el sufrimiento mío y de mis compañeros. Ahí vi el jarro y llegué y se lo tiré, nomás" declaró la compulsiva adolescente, con el ceño fruncido y el parpadeo pertinaz del actor principiante.

He rastreado la noticia en inFernet y, más allá de los obsecuentes y cacofónicos dichos del colegio de profesores: "lamentamos la situación ocurrida con la ministra, pero la comprendemos dentro del contexto del país, ya que ella está llamando a un diálogo engañoso y mentiroso" ; más allá de las siempre profundas, certeras y ponderadas declaraciones de nuestra presidenta: "Entonces no me parece positivo y no me parece que le haga bien a la democracia y a nuestro país que en espacios de diálogo puedan haber actitudes agresivas como esa", son los comentarios del público en los medios electrónicos los que mejor dan cuenta de la oligofrenia endémica del país: "Ósea ta mal... pke igual fué flaite... si a las finales e minitro la vieja csm... pero igual ta bien... kchai???? pk igual los reprimen kaleta lo pako y wea" o, si se prefiere, su traducción en la lengua común, que dice algo así como:"No comparto lo que hizo, pero la entiendo".

El pingüinismo es la nueva moda social: "tan simpáticos que se ven los niños estos, ¿no? y tan claros en lo que piden. Yo, a su edad, no me hacía problema y me entretenía viendo el Chavo o el Chapulín... es que antes éramos tan pavos, fíjese usté... pero ahora, con esto de la interné...". El movimiento estudiantil, sin embargo, es la punta del iceberg -o de la cola- de una serie de microprocesos que están afectando las bases más profundas de la estructura social del país. Cuando la mal llamada "clase política" es incapaz de elevar un discurso encantatorio de las masas; cuando no hay neuronas en la academia que se inviertan en diálogo con la sociedad; cuando no hay periodismo serio que asuma una opinión crítica y fundamentada; cuando no hay profesores que se distraigan de su rol de entretenedores didácticos o pedagogos revolucionarios en Marx y en Cristo para dedicarse, de una buena vez, a hacer bien su pega y, sobre todo, cuando no hay una familia que imponga con esfuerzo, con tiempo, con amor y con disciplina, valores, principios, ideas, conductas, creencias y lenguaje, nos encontramos con esto: una mocosa que se pasa por el traste a la autoridad ministerial, sólo porque -según ella- "no la escuchan".

Es perceptible que un nuevo ethos social se manifiesta en esta escena: uno en el que los valores se reemplazan por compulsiones, uno en el que los actos carecen de relevancia y quedan impresos en la superficialidad del cotidiano como tatuajes sin sentido, mera anécdota, pura moda. El discurso del movimiento estudiantil parece incapaz de ver más allá del prejuicio y el voluntarismo. Apuntalado con retazos de marxismo y anarquía y pegoteado con goma farandulera es propuesto a la sociedad con el autismo del fanático que, ciego y sordo a todo lo que no sea su neurosis divinizada, arremete cual Quijote -pero sin belleza ni poesía- contra todo aquello que parezca más grande que él y que pueda pasar por molinos de viento vampiros.

Detrás del jarro de agua hay un disenso radical respecto del modo de entender y hacer la sociedad civilizada; delante del jarro, empapada, está la mejor imagen que cualquier noción asociada o asociable a la autoridad puede exhibir hoy día: desconcierto, inoperancia y ridiculez.

La que nos espera....-

sábado, 12 de julio de 2008

El señor de la Querencia o lo que quieren los señores

Sería para la risa si no fuese cierto: en pleno siglo XXI, una telenovela genera un impacto sociopolítico de carácter telúrico y desata una polémica en la que el Servicio Nacional de la Mujer, el Consejo Nacional de Televisión y conspicuos representantes del polillismo criollo manifiestan su preocupación por los contenidos de violencia excesiva que "El Señor de la Querencia" difunde en el horario nocturno del canal público de Chile.

Por otra parte, prestigiosos periódicos como El Mercurio y La Tercera publican los diagnósticos de sesudos historiadores quienes se refieren a la verosimilitud de los contenidos históricos de la telenovela nocturna de TVN y concluyen que "el tipo de relaciones aludidas en la telenovela constituían prácticas usuales de esa época histórica". Agréguese a esto que cierto abogado recaba antecedentes para llevar a la justicia al canal de todos por la "injuria larvada" hacia... los patrones de fundo de 1920. Cito sus declaraciones que no tienen desperdicio: "Se está contribuyendo a crear un odio de clases y haciendo un estereotipo del hombre de campo de esa época, en tiempos en que Chile vive un espiral de agitación laboral. Pensamos que no contribuye a la paz. Como medio de prensa, TVN debiera tener mucha cautela”.

Y, por cierto, en las oficinas del Sernam, los teléfonos y correos electrónicos reciben urgentes reclamos de alteradas féminas, indignadas por el trato que sus ficticias congéneres padecen a manos del vesánico patrón. No obstante, y como siempre, la nota -en este caso, la más baja- la dan -cuándo no- nuestros dirigentes políticos: "No se trata de que no se emita la teleserie, pero se trata de que se clarifique qué es ficción... eso sería muy positivo" nos recuerda sibilinamente el ministro secretario general de la presidencia; un diputado del PPD advierte, con una cierta incoherencia gramatical que revela, con toda seguridad, su profunda indignación: "...el trato vejatorio que aparece en "El Señor de la Querencia" es una señal negativa. Hoy tenemos 40 femicidios, es un tema central. Yo creo que ese mensaje que se entrega, estamos hablando solamente del maltrato, es absolutamente excesivo e innecesario".Y hasta una diputada independiente por una región campesina, dictamina que "en el contexto histórico esto no era ficción, ocurría. A lo mejor no todo pero ocurría, hasta algunos nombres se repiten." ¿Cuáles serán esos nombres?

Resumiendo, no se trata ni siquiera de provincianismo, sino de ignorancia galopante, de gonorrea intelectual, en suma: de bobaliconería. El juicio que hace 151 años le hicieron a Flaubert por inmoralidad al publicar Madame Bovary hoy llena de oprobio al mundo civilizado y sin embargo, en Chile... Pero veamos qué enseñanzas podemos extraer de esta ridiculez.

No deja de llamar la atención, primeramente, el prestigio que todavía tiene la historia para nuestra sociedad. Junto con la filosofía, la historia se ha constituido en un género literario sobrevalorado, que salvo contadas excepciones, en Chile es practicado por pseudo periodistas, empecinados en hacer la recensión de acontecimientos que se vinculan según el antojo de su conveniencia política o de su incompetencia intelectual. La violencia no depende de condicionantes históricas, sino espirituales. ¿En qué cabeza cabe la peregrina idea de que las vejaciones recreadas en el telefilme caracterizan una determinada relación social, en un momento particular de la historia del país? La inclinación hacia la crueldad, la tortura y la insanía es un rasgo del espíritu humano que se expresa de maneras diversas en toda época y lugar. José Luis Echenique no vive en la Querencia sino en nuestros corazones: le fabricó el último asiento a Caupolicán, cegó la voz de Víctor Jara, descuartizó a Hans Pozo, lee un blog de inFernet pensando en su próxima víctima.

Un segundo aspecto que no deja de sorprenderme, es la incapacidad de poner en el debate la ansiedad morbosa del público que sintoniza religiosamente la telenovela, no sólo para tener algo de qué hablar al otro día con el resto de alienados con los que trabajaestudiavive, sino para satisfacer -quizá vicariamente- las oscuras fantasías que alientan en el inconciente. No se necesita ser un master en psicología ni en publicidad, para advertir que detrás de la obra dramática hay un concienzudo análisis de mercado que ha establecido qué quiere ver "la gente" y la gente quiere verse en la pantalla porque la pantalla legaliza sus miedos, sus deseos y sus fantasías. La historia y la ficción son dos nombres para el mismo discurso; un discurso que pretende dar espesor y una pátina de coherencia a las infinitas formas que la sinrazón humana ha encontrado para llenar el vacío de la existencia.

Un tercer aspecto, tan desconcertante como el resto, es la devoción por el llamado "verosímil realista" que el público chileno manifiesta ante cualquier relato audiovisual de ficción. El prestigio de la imagen es tal, que resulta imperativo que la imagen registre "lo que realmente pasó" en aquellos años. Así, el realista telespectador olvida que, detrás de su fetiche, hay camarógrafos, guionistas, director, tramoyas, vestuaristas, productores y una larga cohorte de constructores de esa "realidad" por la que TVN recibió 1900 millones, sólo en su primer mes de transmisión. Si mi vida es una teleserie ¡quiero saber quién se beneficia de ella! En realidad, me importa un pepino: ¡exijo mis ganancias!

Por último, resulta asombroso advertir cómo el discurso medial es percibido como inevitable por el "mutante básico" -según la acertadísima categorización del periodista Felipe Avello-. "Es que los niños van a ver estas escenas y los pueden perturbar". ¡Ma qué niños, señora! Para eso tiene usted una cosita larga y negra que se llama control remoto y que sirve para cambiar el canal y, aunque usted no lo crea, también para apagar la tele. Pero quién podría resistirse a la tortura, -a la única tortura verdadera- de no saber "lo qué pasó en la comedia", a la vejación de tener que escuchar en silencio el relato del compañerodetrabajodecursodelconviviente, de cómo fueron los azotes, los desgarros, de cómo se escuchaban los llantos y los gritos. Y así, finalmente, cuando el protagonista sea castrado, quemado, descuerado, devorado por ratones hidrofóbicos o violado en masa por el peonaje de la Querencia, la catarsis colectiva -ah, viejo Aristóteles-, devenida orgasmo teleonanista, dejará a la masa espectadora agotada, sed non satiata, anhelando una nueva dosis de realidad en el horario nocturno de TVN.-

martes, 8 de julio de 2008

En memoria de Abraham Gray

Entre las muchas imágenes imborrables de la niñez creo que hay una que, sin saber por qué, -pero imaginando muchas razones-, me ha acompañado y definido momentos claves de mi historia: me refiero al momento en el que el capitán Smollet llama a Abraham Gray, en La Isla del Tesoro. Gray es uno de los pocos marinos que no están involucrados en el motín organizado por John Silver y, sabiéndolo, el capitán lo conmina a abandonar la Hispaniola y a seguirlo rumbo al incierto destino en la isla. En el texto dice algo así como "...se escuchó un ruido como de lucha y al cabo de unos momentos, apareció Abraham Gray, con una cuchillada atravesando su mejilla y, fiel como un perro, corrió junto al lado del capitán: "Estoy con vos"-le dijo".

El texto propone una comparación lamentable: como un perro; sin embargo, si salvamos el detalle, ese personaje oscuro, casi intrascendente al lado del propio Silver, de Jim, de Ben Gunn, encarna un absoluto que, hoy, parece tan ajeno al pathos de la época: la lealtad. Ser leal a toda costa y a toda prueba, aunque haya que parar con el rostro la cuchillada feroz del enemigo: da lo mismo pues la palabra empeñada debe honrarse aunque implique abandonar la seguridad del barco, adentrarse en las fiebres de un pantano, y autocondenarse al marooning en una isla perdida en mitad de la nada.

Empero, el paso del tiempo trae consigo una gama enorme de matices que nos permiten disponer de subterfugios para ejercer la lealtad sólo en la medida de lo posible. En una época en que salvar el propio pellejo, sobre todo a costa del ajeno, es un arte practicado masivamente por nuestros conciudadanos, la actitud de quemar las naves y cumplir hasta el final lo prometido aparece como una respuesta romanticona y ñoña que mina, incluso, la respetabilidad de quien la practica.

Mas ser leal no supone ser obsecuente, como tanto fanático recalcitrante que "fiel a sus ideas" es incapaz de aceptar que se ha equivocado y que, es perfectamente válido perdonarse la tontera y empezar todo de nuevo. Dar la palabra es tan fácil ("no, si yo te llamo") por eso, quizá, es mejor no hablar y simplemente actuar. Ejercer la lealtad sin fanfarria, con secreta devoción y anónima valentía. Se puede ser leal a promesas, a ideas, a personas; pero cuánto más se hace difícil ser leal con los propios sueños, luchar para que la frase tremenda de "Nos habíamos amado tanto" de Ettore Scola -"Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros"-, no sea el cruel epitafio de nuestra perdida -y podrida- inocencia.

sábado, 5 de julio de 2008

De tribus urbanas y deserciones

Después de la caída de Dios, de los ideales y los ideologismos, la libertad que nos ha quedado se ha tornado vacío y el vacío de nuestra época se ha cebado, dolorosamente, en los adolescentes. Náufragos de la hecatombe del espíritu, huérfanos del sentido de la existencia, más cagados que paridos a un mundo en el que el vértigo y la pasión se experimentan antes en los videojuegos que en la vida real, la juventud de occidente ha generado una pavorosa modalidad de alienación: las tribus urbanas.

Amontonados en los rincones de la urbe, desplazándose agresivos en el fragor de la noche, los adolescentes que han firmado con algo más que su sangre los acuerdos de sus tribus son los nuevos bárbaros que contemplan el fracaso de un orden social que se desmorona global y globalizadamente. Esos niños vestidos con deshechos, adornados como Orcos de Tierra Media, exhibiendo sus intrascendentes identidades en fotologs o comunidades virtuales son los constructores del mañana: médicos de lóbulos perforados, ingenieros con agujeros en las cejas, profesores con escarificaciones en la nuca, ellos tomarán los restos de occidente y los echarán al water del futuro, sin asco y sin remordimientos.

Y entre estos patéticos espectros, es posible ver la sombra furtiva del "ideólogo": devenido hoy vampiro carroñero que satisface su ego y sus urgencias venéreas, distribuyendo los eslóganes que extrajo de los fragmentos de textos que alcanzó a salvar de su desengaño, o de su incompetencia lectora: Bakunin, Kropotkin, Godwin, Sade y el resto. El profe de filosofía buena onda, el docente universitario comprensivo, el iluminado antisistema que a través de la caja de vino y el pitito de rutina, instila en el corazón de su espinilludo auditorio el deletéreo veneno de la decadencia: no es el hombre del siglo XXI el que levantó pirámides, el que conquistó reinos, el que fundó universos. Somos lo que botó la ola de la historia, confundidos frente a una interfaz que nos muestra tetas y potos y canciones, saturados de mensajes que sólo con unos y ceros le dan forma binaria al vacío escencial y a la nada, esperando el rescate imposible de un Dios tarado, de los improbables extraterrestres, de una evolución que se desmiente a cada rato, con cada titular del diario, con cada paseo en el metro.

"Chiaaaaaa, se jue en la volá el loco": he aquí el comentario certero del hipotético lector de estas afiebradas palabras. Sí, tal vez andar con un aro en la lengua no sea tan terrible, salvo si se quiere decir "esmerílemelo"; quizá tener sexo con el mejor amigo y la mejor amiga cuando se tiene 15 años sea necesario para "definir la identidad"; tal vez la sistemática destrucción de las neuronas sea un estado superior del ser, apenas opacado por la mierda en los pantalones, el vómito en la polera, la baba en la comisura de los labios y la expresión de idiocia en el rostro. Tal vez, el fanatismo que imponen estos nuevos modos de vida sea el modelo de rigor que las nuevas generaciones han conseguido, ante la deserción en masa de los padres, los verdaderos responsables de este desastre social en ciernes, que germina solapado al ritmo primitivo del rasquetón.-

miércoles, 2 de julio de 2008

A propósito de Pitas Pajas, pintor de Bretaña

En su maravilloso Libro del Buen Amor, don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, cuenta la historia de Pitas Pajas, pintor de Bretaña, que tenía una joven y bella mujer, a la que tuvo que dejar sola por un largo tiempo. Conociendo el carácter de la señora, le pintó con ingenuo ánimo un corderito bajo el ombligo, persuadido de que, así, estaría “ guardada de toda otra locura”. Bien que hubiere partido don Pitas, la señora –con fervoroso entusiasmo- se dedicó a deshacer la obra pictórica en complicidad con su amante. Cuando le avisaron que don Pitas volvía al hogar ella, presa de la confusión, pintó en lugar del cordero un carnero. Cuando don Pitas Pajas advirtió la mutación pictórica le demandó razón del hecho. El argumento fue lapidario:

“¿...en dos anos petid corder non se fer carner?
Viniésedes tenplano: trobaríades corder”. (1)

Cito esta historia para extraer de ella una reflexión en torno al arte y al carácter que, en general, me parece encontrar en ciertos pintores latinoamericanos. Al igual que don Pitas, ciertos maestros del pincel vernáculo pretenden con sus obras poner un cepo a la realidad, para “fijar el momento; para capturar la esencia vital de nuestra tierra y sus habitantes”, como si los pinceles hicieran mejor que una cámara fotográfica el trabajo de atrapar el momento fugitivo. Dejando de lado, de paso, la imposibilidad técnica de capturar el momento subjetivo de los mentados habitantes, el pintor pretende, en un conmovedor acto de fe, que al capturar la apariencia de los hechos atrapa la esencia de los mismos. De esa manera olvida que la pintura es un arte eminentemente espacial y proyectual, olvida que la imagen es de suyo ambigüedad, signo abierto, espacio para proyectar subjetividades (la suya primero, la del público después). A menos que el pintor decida representar el aspecto más superficial de la realidad que lo rodea.

Para comprender este asunto, se imponen entonces dos preguntas elementales: Primero ¿qué hace el pintor cuando pinta? Y segundo ¿qué cree el pintor que hace cuando pinta? En relación con la primera pregunta, tanto si se trata de pintura figurativa o de pintura abstracta, el artista construye en su obra una realidad que dialoga con varios planos a la vez:
1.Con el mundo (principalmente exterior, si es figurativo básico; principalmente interior, en todos los otros casos)
2.Con el ego (el mundo de su subjetividad, sus deseos, obsesiones, manierismos sicológicos, con su propio placer, entre otros).
3.Con la tradición pictórica en la que se inscribe (uso de técnicas, criterios estéticos, postulados teóricos de escuela).
4.Con el sistema de referencias culturales que validan su obra: Que le permiten, por ejemplo, ser considerado “maestro” y no “entusiasta aficionado”. Que permiten establecer las significaciones para sus obras. Nótese la importancia de la teoría atómica en la pintura de Dalí, por ejemplo.
5.Circuito comercial: Relacionado con el entorno cultural, al pintar el artista es susceptible de relacionar su obra con el complejo circuito de la oferta y la demanda comerciales. Críticos y Marchantes tienen mucho que decir en este punto. Le permiten obtener financiamiento al artista.
6.La realidad social en la que se inserta: Desde el retratista de la plaza al galardonado expositor de mil bienales, el acto de pintar ubica a quien practica este arte en una función social que va desde ser una especie de decorador de interiores a ser un intelectual, un orientador de criterios estéticos o un guardián de la memoria pictórica del colectivo. A menudo, estas funciones no son excluyentes. Le permiten obtener reconocimiento social, comercial, y algunas becas.

Más allá de todas estas conexiones, en estricto rigor, el artista al pintar no hace más que poner pigmentos sobre un soporte. Esa es la brutal realidad de su tarea. De la cultura desde la que pinta y de la cultura del que aprecia su obra, sin dejar de lado la cultura que construye el paso del tiempo, provendrán las significaciones que la obra tenga. Los artistas, sin embargo, parecen olvidar este hecho y, al pintar, pretenden realizar varias de las siguientes tareas:

1.Capturar, como he dicho antes, la esencia de un momento, de una situación, del mundo interior de una o varias personas. Función metafísica del arte.
2.Expresar su visión de mundo, asociando dominio técnico con claridad de expresión.
3.Preservar la memoria del colectivo. Esta tarea a menudo creen cumplirla los artistas indigenistas.
4.Realizar un acto de autoconocimiento. Exorcizar demonios internos, alcanzar el absoluto, etcétera.
5.Ofrecer un pedazo de su mundo interior. Desde un mural volumétrico, en escala 1:1, hasta una naturaleza muerta pintada al carboncillo, el alma del artista es el improbable contenido de sus obras.
6.Dejar una huella para la posteridad. Desafiar el olvido y la nada.

No son pocas, entonces, las dimensiones en las que se inserta el trabajo del artista plástico. Y don Pitas Pajas que creía que estaba haciendo una especie de cinturón de castidad con un cordero... Pero el cordero se transforma en carnero. Examinemos este asombroso proceso.

Resulta ocioso, a estas alturas, enfrascarnos en una discusión acerca de los orígenes de la pintura como actividad humana. Nunca sabremos si es una expresión mágica, religiosa, social o qué. El asunto es que hay gente que pinta y se relaja; otra que pinta y aprende y otra pinta y gana mucha plata con su trabajo. En este sentido, como indiqué más arriba, tienen mucho que ver críticos y marchantes, encargados de hacer la primera transformación del cordero. En efecto, a menudo, resulta un insulto a la inteligencia leer los maratónicos párrafos con los que los especialistas expresan el resultado de las disecciones a las que someten las obras de los artistas, para una “mejor comprensión y entendimiento de los mismos”. Abundan las expresiones melodramáticas: “su arte emerge de las profundidades telúricas del ser, expuesto al desconcierto vegetal de los sentidos y al vacío pétreo que desasosiega, conmueve e ilumina con su violenta poética al espectador... “. La crítica plástica es casi un nuevo género literario que mezcla la filosofía, el ocultismo, la novela rosa, con una incontinencia fonorreica de padre y señor mío. Pero ella hunde o levanta al artista; le permite exponer, vender, viajar, ganar subvenciones, obtener privilegios. Es decir, de la crítica depende el éxito de la inserción en los circuitos sociales y comerciales del artista. Lo que no es menor. Surge entonces una tercera cuestión: ¿cuál es la verdadera relación entre el público y el arte del artista?

Emasculada del carácter mágico y/o trascendente que tenía en las comunidades primitivas, la pintura occidental se constituye en un arte burgués, decorativo, suntuario y sofisticado que funciona con los mismos criterios que el ballet y la ópera. Debe agradar al señor que compra la obra o que ayuda a financiarla. Sea el público del Metropolitan Opera House o el de la expo 2000 en Hannover, el público de las Artes plásticas es un público “culto”, esto es, adiestrado en establecer significaciones entre lo que ve y lo que sabe. Y si ve pintura latinoamericana, espera ver cholas, llamas, altiplano, selvas, Macondos, en suma: color local. Una pintura latinoamericana de carácter no figurativo –dejo fuera a Matta que de latino tiene lo que yo de esquimal- sería, para el criterio estereotipado del europeo, una mistificación de innoble cuño.

Expresión fiel de un continente de santo tomases, el realismo extremo del arte latinoamericano es otra forma de sumisión al modelo de lectura que ha impuesto la metrópoli, en este caso, Europa. Para el europeo, como muy bien anota Ernesto Sábato, el latinoamericano es una especie de “inmortal folclórico”; aquí no hay angustia, muerte, crisis existenciales. Aquí hay huelgas, explotación y muchos indios sentados bajo el sol tocando la flauta. Realismo mágico for everyone. Y el pueblo, ese modelo anónimo de tanto mural, escultura y cuadro, permanece de espaldas a las obras que ha inspirado. Es cosa de entrar en sus casas, en sus bodegones, en sus mercados. ¿Cuántos cuadros de sus artistas supuestamente representativos hay en sus murallas? El indio es mucho más inteligente: no necesita redundar. ¿Para qué ver sus colores en la pared si él los ve en su propio entorno, sin tanto aspaviento? En todo caso, para variar, él no cobra ni un solo dólar de derechos de inspiración. Para el indio, cuernos. Cuernos de carnero.


(1): El texto en su traducción al español moderno presenta un pequeño problema: la rima.

“Tal como en estos casos es siempre la mujer.
Ingeniosa y sutil, dijo: -“¿Cómo ha de ser,
Si han pasado dos años, que no fuera “carner”?
Vinierais más temprano, y hallaríais “corder”.