lunes, 26 de abril de 2010

El Diablo lo pide: Salvemos a la Iglesia

A estas alturas, negar la crisis de credibilidad que enfrenta la iglesia católica sería, de parte de sus autoridades, un acto políticamente irresponsable. En apariencia, la debacle se origina en la suma de denuncias de pedofilia al interior de la institución más antigua del mundo y a la ambigua respuesta que sus autoridades han dado ante tales acusaciones; sin embargo, una mirada más atenta puede descubrir que las grietas revelan un compromiso estructural más profundo en la remecida casa del Señor.

Podemos postular que la crisis valórica de occidente tiene su origen en un debilitamiento del rol social que cumplió la iglesia católica, en los últimos 19 siglos. Durante este tiempo, la presencia moralizante del discurso eclesiástico calaba hondo en el sentir popular; al no existir psiquiatras o terapeutas, el cura era un profesional multitareas que no sólo era el administrador de la salvación de las almas, sino que también era consejero matrimonial, asesor jurídico y hasta árbitro de fútbol (Cfr. Papelucho casi huérfano).

Por otra parte, la iglesia y sus representantes llegaron a transformarse, para países tan lejanos entre sí como Polonia o Chile, en una luz y un refugio en las épocas más oscuras de su historia reciente. Muchos hombres de Cristo siguieron su ejemplo y murieron dando testimonio de su fe en las cárceles de regímenes dictatoriales. Sin embargo, la globalización de la democracia reorientó la gestión de la iglesia hacia actividades pastorales menos comprometidas con la dimensión política. Y para algunos, al parecer, fue en ese momento cuando comenzaron los primeros remezones.

A la luz de las últimas declaraciones de algunos eclesiásticos: El obispo Bernardo Álvarez, de Tenerife, que advierte que, en muchos casos, son los menores los que inducirían al pecado ("hay menores que incluso te provocan"); o Monseñor Tarcisio Bertone, quien declaró haber recibido informes que comprueban que "hay relación entre homosexualidad con pedofilia"; y monseñor Errázuriz, señalando que en Chile los casos de abusos son "poquitos, gracias a Dios"; y, sobre todo, considerando el enorme impacto mediático que han tenido las acusaciones al actual representante de Cristo en la tierra, que lo vinculan con un eventual encubrimiento de abuso de menores podemos constatar que el respeto omnímodo que antaño inspiraba el discurso y la imagen eclesiástica, hoy se desvanece como sombra y ceniza. Las causas de este desvanecimiento provienen, por una parte, de la fuerza que ha cobrado el discurso secular:crítico, informado, desacralizante; la otra, más preocupante, de una pérdida de energía en el discurso evangelizador.

La pérdida de certezas de la posmodernidad ha alcanzado al discurso eclesiástico y, tal vez, al mismo ejercicio pastoral. El sacerdote aparece, ante los ojos de la sociedad, como un vocero de un decir anquilosado en la forma, eco previsible de una moral que los usos sociales desmienten constantemente. Las metáforas evangélicas, con las cuales por 2000 años se ha pretendido guiar a la humanidad, hoy no seducen a la grey, expuesta a un modelo de vida en los cuales el facilismo y el placer se han convertido en los valores dominantes. El modelo de ser cristiano, para la sociedad de masas, se ha vuelto anacrónico, opaco, incapaz de conmover con el temor del infierno o las promesas de las bienaventuranzas a una humanidad frívola y descreída, obnubilada por el poderío avasallador de la tecnología y la ciencia que han reemplazado a la simpleza -y profundidad- del modelo de ser cristiano.

Pese a ser agnóstico, no puedo dejar de reconocer la enorme importancia que tiene la iglesia en la construcción de una sociedad más justa; en la defensa de valores que impidan que el hombre se transforme en el lobo del hombre. Tal vez sea esta la oportunidad para una renovación del estilo y la iglesia deba hacer ajustes: derogar el voto del celibato, restricción originada más en razones económicas que evangélicas; reivindicar el rol de la mujer en la construcción del "Reino del Señor" pero, sobre todo, la principal modificación sea reorientar la pasión hacia el ejercicio mismo del sacerdocio. ¿Es postulable la caída definitiva de la iglesia católica romana? Es difícil de imaginar, pero el enjambre sísmico que la afecta en los últimos días parece el presagio de un cataclismo inminente. Tal vez sea el momento para que sus autoridades elaboren, a tiempo,y tengan listo ante la emergencia, un adecuado plan de reconstrucción. Dios (y el diablo) se lo agradecerán.-

viernes, 26 de marzo de 2010

Maricones

Existe una diferencia escencial entre homosexualidad y mariconería. El homosexual es un ser humano que ha tomado una decisión radical -si es que es asumido- respecto a las condicionantes anatómicas y morales que le ha tocado enfrentar. Y para tomar esa decisión hay que tener pelotas.

La heterosexualidad supone dejar actuar al piloto automático y entregarse a que pase "lo que tenga que pasar". El homosexual, en cambio, debe echarse siglos de deber ser encima, la burla y el rechazo del entorno, la humillante esperanza de ser entendido y aceptado por la familia y, sobre todo, la incertidumbre y elusividad del amor, incierto y elusivo per se, y que amplifican su efecto en una relación homosexual por la inestabilidad emocional propia y entendible en personas para quienes la plenitud que comporta amar y sentirse amado es, sobre todo, transgresión. Y, nuevamente, para transgredir y seguir adelante, se requiere de tener bien puestas las pelotas.

Resultado, a la luz de estas reflexiones; el homosexual asumido es mucho más valiente que el más plantado de los heterosexuales. ¿Y quién es, entonces, el maricón? Antes de dar una respuesta, creo necesario hacer una puntualización: no se trata en estas líneas de redactar ninguna apología de nada. No creo que la homosexualidad sea, en sí misma, más admirable o más execrable que la heterosexualidad o la fitofilia; me interesa subrayar la cobardía moral que supone cosechar las pajas del ojo ajeno con tantas vigas en el propio.

Siempre me ha llamado la atención que, en el léxico chileno, haya montones de expresiones que denigran al homosexual; la burla persigue estigmatizar al "afeminado" y, al hacerlo, establecer de modo meridiano la línea que separa al "desviado" del mundo de los machos recios. Sin embargo, en el lenguaje cotidiano, no existe ninguna expresión coloquial para nombrar al hombre "bien hombre". Incluso, el término "macho" no es usado con frecuencia en nuestro país para designar a nadie.

Resulta entonces, por decir lo menos, curioso, que en el imaginario colectivo,la homosexualidad sea estigmatizada a través del oprobio y la alternativa que se supone justa, noble y dominante no celebre su dominio con ninguna expresión que se haga cargo de su familiaridad. ¿Razones? En mi concepto, porque la pretendida virilidad nacional es un fraude; el escarnio esconde el temor ante lo prohibido y, muy probablemente, ante lo deseado. El lenguaje nunca miente en su capacidad de revelar el imaginario que lo construye y detrás de cada burla, se esconde el temor de ser descubierto en la gravísima falta de que, por último a modo de fantasía, una homosexualidad sublimada se manifieste libre.

En la ostentación siempre hay un dejo de inseguridad. Agréguese el hecho de que, dato revelador, Chile es uno de los países latinoamericanos con el mayor número de travestis que ejercen el comercio sexual. Y aquí se aplica un principio económico elemental: si hay tanta oferta, es porque existe una ingente demanda. ¿Y quién es el cliente del travesti? Señores respetables que, antes de llegar a sus DFL2 a pegarle un palmazo en el poto a sus mujeres, chasconear un poco a los niños y echarse en el sofá a ver la tele, se han dado un pequeño desvío por la rotonda a levantar a una equívoca amante con una inequívoca sorpresa entre las piernas.

El otro dato revelador, atroz y deleznable, lo constituye el creciente índice de menores abusados sexualmente. Sobre todo, porque la mayoría de esos menores son hombres. ¿Cuán torcido puede ser el corazón de un hombre para encontrar placer en el cuerpo de un niño? Y no me vengan con que el gusto por los efebos es una herencia cultural helénico-romana. Nosotros, los más cultos. Penetrar el ano de un niño es también, por cierto, una transgresión; sin embargo, a diferencia de la transgresión homosexual, que requiere por lo menos de un mutuo consentimiento, esta transgresión envilece a quien la comete y corrompe el corazón de quien la padece, por la violencia y la asimetría del intercambio.

Y llegamos, entonces, a un punto crucial: ¿hasta dónde puede la transgresión -la desviación, si se prefiere- ser un principio rector del alma humana? Quizá pueda aplicarse el axioma que señala que todo principio, llevado hasta su último límite, tiende a volverse contra sí mismo. La pederastia y la homosexualidad son dos transgresiones diferentes, es evidente; sin embargo, se abre entre ellas una zona oscura que difícilmente permite deslindar una frontera entre una y otra. Si un hombre siente una atracción erótica hacia otro hombre ¿por qué alguien no puede sentirse atraído por una planta, por una vaca o por un niño? ¿Quién establece un límite?

Al considerar el caso de los curas pedófilos, podemos encontrar un principio explicativo de este aparente nudo gordiano. Ser sacerdote implica un compromiso con un ideal superior de humanidad. Y un rasgo central del ser humano, teóricamente, es la empatía con el otro ser humano; máxime que el modelo del sacerdote, Jesucristo, habría llevado este principio empático hasta el límite de sacrificar su vida por los demás. Preferir el bien del otro antes que el propio es el principio elemental del humanismo cristiano y el límite que se establece frente a nuestros confusos apetitos; lamentablemente, este límite, si bien se desprende de un modelo teórico y doctrinal para comprender la realidad, esa misma realidad muestra que es impracticable: el ser humano es escencialmente, maricón; esto es, cobarde, hipócrita, solapado, malintencionado. Los intentos por impedir que el hombre sea el lobo del hombre chocan con esta naturaleza maricona y artera que niega al otro y complace, a toda costa, la mediocridad, el vacío y la estulticia propias.

Así, el maricón evita dar la cara; se esconde detrás de su escritorio, se refugia en su parcela de poder y miente. Manipular, para él, es seducir; sobornar, es convencer. En otra dimensión, el maricón promete a sabiendas de que jamás cumplirá y, precisamente, promete porque sabe que no podrá cumplir su promesa. El maricón sonríe al traicionar, al crucificar a quien se atreve a lo que él jamás se atreverá, o a quien se atreve en público, a lo que él en privado. La maledicencia es su competencia natural; la cobardía, su modus vivendi.

Justo hoy Ricky Martin publica una carta en la que asume su condición de homosexual; días atrás, la Congregación de los Legionarios de Cristo pide disculpas por los abusos de su fundador y por la desidia frente a las denuncias de los abusados. Qué mejor ejemplo para mostrar la distancia entre el homosexual y el maricón.-

miércoles, 10 de marzo de 2010

A culo mojado

A pocas horas de que asuma el gobierno de Sebastián Piñera, la lectura de los muros de Facebook, los de Twitter y, por cierto, los comentarios que los lectores publican en los websites de radios y diarios electrónicos, son una muestra casi pornográfica de la obsecuencia, veleidad y banalidad del mediopelaje chilensis. Piñera- Piraña, que va a robar el país, que va a privilegiar los intereses de los empresarios, que va a resucitar a Pinochet, que es un asco, etcétera. El tipo ni siquiera ha asumido y ya es víctima de la intolerancia y, sobre todo, de la profunda falta de cultura democrática de la clase media que suele ser la que se expresa en los citados medios. Mal que mal, un 51% del país le dio su voto y, si no respetan al hombre, ni al cargo, al menos respeten al porcentaje de chilenos que confió en su proyecto. Pero el respeto no es un valor que se cotice al alza por esta parte del zamarreado planeta.

A Piñera le va a pasar lo mismo que a Allende: una oposición majadera y recalcitrante, aterrada ante la posibilidad de que el ordencito en el que habían vivido colapse y se transforme en otra manera de hacer las cosas, le impedirá realizar su proyecto. Antaño, eran las viejas que le tiraban maíz a los militares; hogaño, las viudas de la Concertación que ahora, desde la oposición, se harán cargo de "luchar por los derechos de los trabajadores", derechos que dejaron de lado -cual pololo colegial, medio nerd y espinilludo- para mantener su coqueteo con el rutilante mundo empresarial,-pelolais, musculado y perfumoso- y reivindicar exactamente lo que en 20 años no les importó defender. A tanto llega esta esquizofrénica manera de actuar, que el primer presidente socialista ("socialista, po' hue'ón", como diría Coco Legrand) después de Salvador Allende, salió entre aclamaciones orgásmicas del empresariado reunido en el nido de amor que albergó su tórrido romance de 6 años, en el motel de Casa Piedra.

Por 20 años, hemos vivido en un sistema democrático sostenido por la deserción de las masas y el alienamiento político de los dirigentes.En un Estado mantenido por el amiguismo, donde las metidas de pata se encubrían, donde el cuoteo y el secretismo era un modus vivendi, salir con la cola entre las piernas era un escenario inimaginable y,ciertamente,aún hoy es, a duras penas, aceptado. Sin embargo, lo que más me llama la atención es que para una buena parte de la población que se expresa en los medios virtuales, nada de esto pareciera haber ocurrido. Al punto de que el gobierno, y la figura de la Presidenta Michelle Bachelet es venerada casi como a una santa política, cuando en su gobierno de soberbia e inoperancia proverbiales, Chile conoció algunos de los más graves conflictos sociales en democracia (transantiago,epopeya pingüina, paro de profesores, crisis económica, etc,) de las cuales salió indemne y hasta radiante, envuelta en un halo mágico construido por una alucinación colectiva,como la que Chile conociera en los '80, con Miguel Ángel, el vidente de Peñablanca.

Incluso ahora, después del desastroso manejo de la crisis provocada por el terremoto, la opinión pública se las ingenia para mantener viva la imagen de la presidenta, como de una mujer admirable, ejemplo y orgullo para la nación. ¿Ejemplo de qué, por favor? Aquí murió gente por la improvisación del gobierno que ella debía dirigir ¿Da lo mismo?. Desde un punto de vista menos dramático, como resultado de su gobierno, la Concertación perdió el poder ¿Es que eso no cuenta? Su gobierno, aún más personalista que el de Lagos, consiguió echar la última palada de tierra al imaginario político concertacionista. Se ha señalado que fue el gobierno de la protección social, protección que llega sólo a los más protegidos del mundo: la clase más pobre. La clase media, en cambio, estupidizada, desclasada, acogotada por la economía, asediada por la delincuencia, envilecida por la más profunda crisis ética y moral de la que se tenga historia, sigue aplaudiendo a una señora de muy buenas intenciones, pero deplorables realizaciones. Un botón de muestra: la crisis educacional que ha zombificado a numerosas generaciones de estudiantes,como lo prueban los resultados de innumerables encuestas pedagógicas tiene alcances que se medirán en décadas y ¿a nadie le importa?.

Por asuntos familiares no estuve en Chile en las elecciones de la segunda vuelta, pero si hubiese estado habría votado por Piñera. He perdido amigos por decir esto en privado pero, a estas alturas, me da lo mismo: yo estuve en la calle desde 1986, me inscribí y voté para echar a Pinochet y luego para que Aylwin condujera la transición a la democracia. Pero, honestamente, hasta ahí no más llegué. Siempre sospeché de la falta de espíritu democrático, del exceso de amiguismo de los concertacionistas, de la falta de interés por construir una sociedad realmente democrática. Y los hechos me dan la razón: ganamos la democracia, para que las generaciones siguientes a ese hecho histórico, fueran descreyendo de la política y de sus representantes. Si se hubiera cultivado el ser social de la nación, quizá no habríamos sido testigos y víctimas de los saqueos y el pillaje post terremoto. Si se hubiese cultivado el espíritu democrático se respetaría al presidente electo y, sobre todo y más importante que todo, se tendría la conciencia de que el pueblo, la sociedad, puede y DEBE ejercer el control sobre sus gobernantes. Que si Piñera lo hace mal, pues ahí está y estará la calle para hacérselo saber, ahí están los sindicatos, ahí debieran estar los partidos políticos a través de los cuales, de manera civilizada, el país puede decir: creemos que puede hacerse mejor de esta otra manera.

Pero para aceptar este estado de cosas se requiere de un elemento clave que ninguno de los anarquistas con tarjeta de crédito que conozco está dispuesto a hacer: mirar los hechos fríamente,SIN MIEDO y actuar, con firmeza y respeto, civilizadamente, confiando en el principio elemental de que la democracia se construye y se cuida entre todos. En esta cultura del "dejar la cagá" a todo evento, creo que el gobierno que mañana se inaugura tiene todo para fracasar y, lo peor, tal como hace 37 años, sin haber tenido la oportunidad de gozar del respeto democrático que se merece todo gobierno elegido por la ciudadanía (no por "la gente"), sin la crítica majadera de quienes gozan con el fracaso ajeno. La buena noticia,sin embargo, es que esos gobiernos,con el paso de los años, se transforman en mitos. Y ya sabemos cómo les va en Chile a los mitos.

domingo, 28 de febrero de 2010

Lo bueno de un terremoto

Una de las formas más exactas para apreciar con nitidez el fondo del alma humana son las situaciones límite, cual la del terremoto que se ha vivido, la madrugada del 27 de febrero, en gran parte del territorio de Chile. Ante la destrucción del mobiliario, la inutilización de las estructuras y, por cierto, la inminencia incierta de la propia muerte, el ser humano se levanta con y desde aquello que realmente lo constituye. Frente a lo terrible no hay dobleces ni excusas; el desastre tiene la facultad de sacar del alma nuestra condición esencial y exponer ante nuestros ojos, en el silencio de nuestra conciencia, lo que realmente somos: ni más ni menos. Después, al enfrentar esa mirada ante la conciencia de los otros, surge el cambio, la mutación, la literatura. Así, en su relato el cobarde transformará el breve espacio que lo cobijó debajo de la cama, en el escenario de una epopeya familiar con ribetes wagnerianos, en la que el titánico narrador rescató a sus 4 niños, calmó a su mujer, cargó a la abuela inválida, afirmó el LCD, cortó la luz, el gas, rescató al gato y, sin que nadie de su familia se enterara, también aprovechó de calmar a la enjundiosa vecina que, sólo entre sus fétidos brazos, habría encontrado la serenidad y la temperancia que el terremoto le había arrebatado.

En estos momentos la televisión transmite imágenes de los saqueos en Concepción, saqueos que comenzaron -dicho sea de paso- a las pocas horas de ocurrido el sismo. En estas imágenes podemos ver un ejemplo claro de que he señalado: el desastre nos pone frente a lo que es esencial del ser humano; porque no es comida ni agua lo que el pueblo demanda, sino televisores, lavadoras, perfumes y, cómo no, copete. Eso es lo que el mutante básico hace ante un evento límite: aprovecharlo para medrar y a estas alturas del siglo XXI, justificar sociológicamente esa actitud me parece insultantemente estúpido. Esas entidades reaccionan así porque son, en esencia, ANTISOCIALES y valores como la solidaridad, la empatía, la honradez, la decencia son, para ellas, palabras vacías o desconocidas, palabras que integran el vasto y oscuro continente de su desafiante ignorancia que desprecia, anárquica, todo lo que les huela a orden y, aun, a humanidad.

Otro ejemplo de patetismo humano lo constituye, en mi concepto, la respuesta que ha dado el gobierno ante la crisis. En qué cabeza cabe (en la del avestruz) desestimar los indicios que dio la naturaleza y negar la posibilidad de maremoto. Muy bien, desestimemos a la naturaleza por ambigua o autista, pero ¿por qué desestimar tembién los datos que entregaban el Centro de Alertas de Tsunami del Pacífico, de Estados Unidos y el National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) de esa misma nación? Bachelet se equivocó -una vez más- al tomar la decisión política de aparecer a cargo de la situación, calmando a las masas y, al hacerlo, le cabe la responsabilidad de quienes, confiados en las palabras de la presidenta, cerraron los ojos ante lo evidente y ahora flotan mar adentro. En ese mismo sentido, la reticencia a hacer lo que el sentido común dicta es otra muestra de que lo terrible nos pone ante la esencia de lo humano;por ello, es muy difícil que el gobierno de Bachelet -víctima de su pasado- saque a los militares a la calle, que imponga toque de queda, o tome cualquier medida que suponga reprimir o amedrentar a "las chilenas y chilenos", aunque no hacerlo suponga dejar que las masas saqueen y destruyan lo que el terremoto dejó en pie.

Digámoslo con todas sus letras: este terremoto ha mostrado la esencia del gobierno de Bachelet: ineficacia. Pero, a la vez, ha permitido mostrar otro aspecto que reivindica a esa entelequia que llamamos "ser humano", en cada héroe sin epopeya que se atrevió a extender la mano y a ayudar al prójimo. En la gente que se ha organizado por sí sola, ante la desorganización estatal, y ha juntado y distribuido ella misma la ayuda. En la gente que se ofrece, a través de internet, a contactar personas para que sus familiares en el extranjero estén más tranquilos. En quienes rezan, con fervorosa ingenuidad, por nosotros. Porque ese es el valor de lo terrible: desnudos ante lo definitivo, podemos recordar que aún somos un montón de monos mirando la luna en mitad de la noche, en una tierra tan vasta y, afortunadamente, todavía enemiga.-