martes, 27 de marzo de 2012

Yo discrimino y no tolero

Usted discrimina.

Usted discrimina constantemente.

Y en buena hora lo hace porque discriminar implica separar lo que quiere de lo que no; lo que lo seduce, de lo que lo deja indiferente; las personas con quienes disfruta de su compañía, de su manera de ser y de mirar el mundo y la vida, de aquellas personas que nada tienen que ver con usted y con sus sentimientos. El mundo es grande, pero no lo suficiente como para que en el quepamos todos sin pisarnos los callos. Pero podemos estar juntos siempre y cuando nos pongamos de acuerdo en un principio elemental: el respeto.

Respetar implica que usted es dueño de pensar lo que quiera y decirlo cuantas veces le parezca necesario, siempre y cuando su pensar, su decir y, sobre todo, su hacer no pase a llevar el derecho del otro de pensar y de hacer lo que le venga en gana. Y para conseguirlo basta con aplicar otro principio: la tolerancia.

Sin embargo, la tolerancia es un principio más complejo que el de la discriminación, por cuanto discriminar opera en un ámbito mucho más intelectual, fruto del razonamiento o, para ser más preciso, de proceder de acuerdo a un acto de racionalidad y madurez que se llama discernimiento. Por otra parte, la tolerancia se expresa exclusivamente en la acción. Usted tolera o no ideas o acciones específicas que se manifiestan de manera concreta. Usted puede tolerar que su amigo no le pague la plata a tiempo o que su mujer vea la teleserie cuando usted quiere ver el partido de fútbol. Hay atenuantes no menores: la amistad y el amor. Pero usted no toleraría, supongo, que un desconocido manosee a su hija en la micro sin el consentimiento de su heredera; usted no toleraría que su vecino arme una ruidosa fiesta a las 3 de la mañana de un día miércoles y, por último, usted tal vez no tolere -como yo no lo hago- que un grupo de desadaptados, por las razones que fuere, le propine una pateadura a un joven de 24 años que termina por causarle la muerte.

Pero no es lo mismo no tolerar que ser intolerante. El intolerante se resiste, a priori, a cualquier evento que escape a lo que corresponde a su visión de cómo debe ser el mundo, la vida y el actuar de las personas en ellos. El intolerante se proyecta al mundo desde la falta absoluta de discernimiento y de respeto; el intolerante es, básicamente, un ser mezquino, cobarde y prepotente. Ciego ante los matices, se empeña en que las cosas sean del color que él quiere que sean. Para justificarse suele aludir a un vago "deber ser" de las cosas, al elusivo "sentido común" que establecería una ética, una moral, y un conjunto de buenas maneras, prácticas y costumbres en los que, supone, todo el mundo debe estar de acuerdo. El problema es que las personas somos circunstancias y, éstas, son múltiples y variopintas; confusas y contradictorias y esencialmente dinámicas.

Hace justo 2 años escribí una entrada en el blog llamada Maricones . En ella establezco mi punto de vista respecto a la distinción entre la homosexualidad y la mariconería. Lo hice porque toda mi vida he tenido compañeros de colegio, profesores, amigos, alumnos y colegas homosexuales con quienes he convivido con respeto, no con tolerancia, y quise expresar mi punto de vista respecto de su elección de vida. Creo que no hay que tolerar que el tío sea cola (y uso una palabra que los propios homosexuales que conozco la usan para referirse a ellos) como no hay que tolerar que la abuela sea fan de Pimpinela o el abuelo tenga olor a ala. A la gente no se la tolera, se la acepta como es o no se le acepta y, con respeto, se la excluye de nuestras vidas: otro principio elemental para vivir en sociedad.

Hoy ha muerto Daniel Zamudio, un joven homosexual, vejado y torturado por un grupo de desadaptados cuyas motivaciones, espero, el proceso judicial sepa establecer con claridad. Sin embargo, todo hace suponer que las motivaciones han sido, ni más ni menos, que los 4 hechores agredieron a Daniel por su condición de homosexual y este crimen habría instalado en la sociedad chilena un sentimiento que se opone a la discriminación y favorece la tolerancia. En este sentido, creo que más que nunca se hace necesario discriminar y razonar nuestras acciones para establecer, con solidez, nuestra posición ante el mundo y ante las personas. No hay nada peor que actuar de acuerdo a lo que dice el rebaño porque, haciéndolo, es fácil terminar aceptando cualquier cosa. Y respecto al rebuzno del rebaño, para bien o para mal, creo que no podemos ser tolerantes. No podemos tolerar que un chico no pueda ser feliz porque su manera de sentir y de sentirse no es la nuestra. No podemos tolerar que sigan ridiculizando y estigmatizando a quienes no siguen las ambiguas y contradictorias directrices morales del rebaño, que claman contra la discriminación -concepto que no comprenden- y que les permite insultar a quienes se les antoja, por razones arbitrarias, como lo han hecho con el alcalde Zalaquett, quien se acercó a presentar sus respetos a la familia de Daniel y fue insultado por los "tolerantes" a quienes ese acto no les pareció válido.

Vivimos en una sociedad enferma. Enferma de estupidez y de ignorancia y, por ende, de brutalidad y prepotencia. ¿Hay que tolerarlo? Creo que no. Por eso, más que encender una vela o rezar por el espíritu de Daniel Zamudio, debemos recordarlo como un ejemplo de que el hombre sigue siendo el lobo del hombre y que mientras no aprendamos a respetar lo que somos, difícilmente podremos llenarnos la boca con el cacareo de la justicia y la dignidad. No tengo idea si Daniel era o no una buena persona. No importa. Basta con saber que Daniel era un chico de mirada bella que podría haber sido hermano o hijo mío o suyo y que como todos merecía vivir en un país donde cualquiera pueda caminar por donde quiera, sin el temor a que un grupo de imbéciles, prisioneros de su ignorancia y de su cobardía, tomen su cuerpo como juguete de su sadismo para darle una lección de moral y buenas costumbres que nadie, en su sano juicio, pueden compartir y, definitivamente, jamás siquiera tolerar.