Hace un par de años leí una información que me dejó helado: el chileno promedio utilizaría entre 200 a 600 palabras del idioma español para hacerse entender. Basta con mirar cualquier Reality Show, no sólo para comprobar la veracidad de esta afirmación, sino para comprobar que la cuenta va en descenso. Evidentemente, no se trata de correr a comprar el Diccionario de la RAE y ponerse a leer como loco. Ni siquiera la lectura tiene mucho que hacer al respecto. Porque, lo que define a un ser humano –y por extensión a una cultura- es el repertorio de palabras que realmente utiliza para construir su experiencia en la realidad y no el repertorio que podría o debería usar, conforme lo recomienden los libros.
En la práctica, el problema no está en lo que se dice, sino en lo que no se dice con el lenguaje que usamos. Y he aquí lo que a mí más me llama la atención. Para comunicarse los chilenos usan el potente comodín de las chuchadas que, de manera directa y económica, transmite a la vez concepto y estado de ánimo, para provocar así un efecto claro de comunicación directa. Al respecto, una vez alguien me dijo lo siguiente: “La güeá es que a mí me gusta decir la güeás bien claras. Na’ de palabras bonitas ni güeás por el estilo: el pico se llama pico, la zorra se llama zorra y al culea’o que no le guste que se vaya a la rechucha de su madre”. Y eso es todo. Al que no le guste que se vaya. De dialogar, de disentir, de matizar el asunto ni hablar. Es decir, las sutilezas son para los maricones: acá en Chile hablamos a chuchá’ limpia porque así hablamos los chilenos y, para muchos, eso es una garantía de sinceridad y honestidad intelectual de la que deberíamos enorgullecernos.
El punto es que, consecuentemente, 2 de cada 4 habitantes de Santiago presenta algún tipo de trastorno mental (desde angustia hasta esquizofrenia) y el 80% de los chilenos entre 15 y 65 años no tiene las competencias lectoras mínimas para funcionar en el mundo de hoy. Ambos datos tienen un común denominador: pobreza lingüística. Y no pretendo aseverar que la cura de la depresión esté en hablar como el Quijote. Sin embargo, en la medida en la que usamos el lenguaje para describir más ampliamente el mundo que nos rodea, dejamos de vivir en un ambiente claustrofóbico y agresivo. Pero hablar bien es, en la práctica social, la mejor forma para no ser entendido. Lo veo constantemente en mis clases. Los chicos de hoy no entienden palabras que tengan más de 3 sílabas. La gente está habituada a funcionar (el verbo es exacto) con órdenes breves y precisas, formuladas de manera cortante y perentoria. Y al que no le guste, que se vaya.
Quizá este tipo de comunicación sea adecuado para que los brutos hagan su trabajo sin equivocarse. Lo cierto es a todos embrutece por igual. Hasta donde yo sé, no ha habido ni hay idioma en el que no haya malas palabras. Ellas sirven como catalizadores de frustración, de angustia, de agresividad. Y, en ese sentido, la enorme carga de agresividad, frustración y angustia que se expresa en el rosario de groserías con el que los chilenos se comunican da cuenta, sin lugar a dudas, de un profundo daño en la manera de construir las relaciones sociales y la experiencia de vida quede ellas se desprende. Detrás del “güeón”, de la “güeá”, del “pico” y del “culea’o” se esconde, no sólo una formidable represión sexual –que hace de Chile un país de neuróticos -, sino una jibarización atroz de la realidad, que explicaría, al menos en parte, el desolador aspecto que exhibe nuestra sociedad criolla.
sábado, 28 de junio de 2008
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2 comentarios:
Me parece excelente el análisis. Describe de manera descarnada, lo que encontramos en el día a día. Lamentablemente ni en el texto -ni en la realidad-se avizoran esperanzas de que esto alguna vez cambie. Parece ser que hemos ingresado en la espiral de la decadencia, de la quer sólo podría salvarnos alguna suerte de gobierno fundamentalista...
La tranquilidad que brinda la ignorancia es mejor al conocer, saber (ver).
“El mundo está llena de cosas temibles, y nosotros somos criaturas indefensas rodeadas por fuerzas que son inexplicables. El hombre común, en su ignorancia, cree que se puede explicar esas fuerzas o cambiarlas; no sabe realmente como hacerlo, pero espera que las acciones de la humanidad las expliquen o las cambien tarde o temprano.”*
Somos un mundo que conformamos nuestro lenguaje a una realidad enmarcada en la pusilanimidad, nos falta ver para entender que tienen aquellos que no piensan en explicar ni en cambiar absolutamente nada de esa realidad, sino en aprender a usar esas fuerzas…Nosotros, todos, somos los grandes responsables de nuestro mermado lenguaje, culpables somos de criticar todos los contenidos de las parillas televisivas, culpables somos de seguir con el CR en la mano esperando a que en el próximo canal estén dando lo que yo necesitoverparaperderelputotiempo…culpable soy de cuando debo pararme a escuchar a alguien y darle algunas palabras de aliento, me excuso de mi prisa y mis muchascosassinimportanciaquetengoquehacer…
Para hablar mejor, hay que ver, en primera instancia, como funciona la realidad y eso es tarea de todos.
.olucitra neub
* Carlos Castaneda.
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