martes, 9 de octubre de 2012

Acúsome, Padre, de tener amigos colas

Iba a empezar como un tweet,  pero me extendí y aquí vamos. Sucede, señor cura, que tengo amigos homosexuales. La única diferencia con los heterosexuales es que los encuentro más valientes. Tal vez me equivoque. No sé. Nunca me ha importado lo que hagan con su poto como a ellos, supongo, no les importa lo que yo haga con mi pene. No es tema en nuestra amistad que se basa -como toda amistad que se precie de tal- en dos principios elementales: afecto y respeto. Son colegas: lingüistas, literatos, profesores, periodistas, ingenieros, diseñadores, estilistas, actores: gente culta y sensible, en general. Aunque yo, que soy observador por naturaleza, tengo la idea de que son también un poquito más tristes; debe ser porque todavía los discriminan o porque, con tanto prejuicio dando vuelta, les cuesta encontrar a su media naranja.

Y es que la soledad es triste, señor cura. Supongo que usted, amparado por el amor a Dios Padre no sabe de ella y por eso le cuento. Para el resto de los mortales, la soledad es una herida que llevamos debajo de la piel, como una enfermedad del alma: "Luchamos por fijar nuestro anhelo como si hubiera alguien más fuerte que nosotros que tuviera en memoria nuestro olvido" dice Luis Cernuda, otro colipato como los amigos de los que le hablo.

Usted ha abrazado el amor mistérico de Jesús y de María que lo contienen y sostienen a toda hora, bendito sea. Pero el resto de los mortales, -más carnales, menos espirituales-, buscamos ese espejismo, que es el amor humano, lleno de tensiones, marchas y contramarchas, certezas que duran lo que dura un suspiro; miradas ajenas que nos revelan lo que nunca vimos en nosotros mismos. Ese amor humano que es un permanente quizás y, en muchos casos, un doloroso nunca. Pero insistimos en su búsqueda, probablemente porque no hemos recibido -como usted- ese llamado que nos alejaría de las tentaciones del siglo. Además, seamos honestos, también está "la mundicia", como decía la Porota: un personaje humorístico argentino interpretado por ese tremendo actor que fue Jorge Luz.

Yo sé que el sexo fuera del matrimonio es un pecado. Nunca me ha quedado muy claro por qué, pero así dice la Palabra del Señor. Y la Palabra también dice que varón que yace con varón comete "pecado nefando". Y tampoco me ha quedado tan claro por qué es tan terrible. No entiendo por qué sólo el camino del dolor, la renuncia, la gravedad y la temperancia nos ha de llevar al Cielo. Tal vez no lo conozca, pero un poeta inglés llamado William Blake escribió que "El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría". Fuerte ¿no? Pero, si lo piensa bien, tiene razón. Razón para los que no hemos renunciado al mundo y hemos abrazado sus misterios. Porque misteriosa es la existencia, señor cura, cuando usted vive solo, con los ojos y el corazón abiertos a la vida y sus contradicciones, a su horror y su maravilla.

Yo no sé por qué a los amigos de los que les hablo les gustan los hombres. ¿Habrá una razón? No lo sé y, si quiere que sea franco: no me importa. Bastante tenemos con que al ser humano no le baste el Cielo y quiera permanecer fiel al "sentido de la tierra" como decía Nietzsche.  ¿Esos amigos míos se van a ir al infierno? Mucho lo lamentaría. No entiendo por qué a Dios le preocupa tanto que el placer, ese don que se nos ha dado -como me lo explicaran en las charlas prematrimoniales a las que asistí antes de casarme- sólo sea experimentado cuando lo santifica el sacramento del matrimonio. ¿No es el placer parte de la experiencia humana, y esa experiencia es la que hemos venido a vivir a este mundo al que usted ha renunciado? ¿Y por qué su renuncia debe ser la de ellos?

Una de las cosas que más me atrae de Jesucristo es que recomendaba no juzgar: un verdadero arte, un ejercicio de grandeza espiritual. Él tenía amigos de toda laya y nunca discriminó a nadie: no habló de reconvertir a los publicanos, a los samaritanos, a las prostitutas. Él ofreció una promesa para todos los Hombres de buena voluntad. ¿Por qué, entonces, ser más estrictos que el Maestro y no simplemente acoger y aceptar, con afecto y respeto, a todos por igual?  Recuerdo que Jesús también señaló que los que fueran como niños entrarían al Reino de los Cielos y que el que escandalizare a uno solo de esos pequeños mejor le valiera ser atado con una rueda de molino para ser lanzado al agua. Yo tengo una hija de seis años y jamás, ninguno de los amigos "diferentes" que tengo ha hecho algo para incomodarla. Pero sé de muchos sacerdotes que han abusado de menores. ¿Por qué no dirigir hacia ellos los esfuerzos por "recuperarlos"? Ellos sí están enfermos y antes de andar sacando las pajas en los ojos ajenos ¿no es mejor seguir la indicación cristiana y arrancar la viga del propio?

Como siempre, me he extendido mucho. Pero necesitaba decirle estas cosas que pienso y que parece que son medio pecaminosas. No sé cuál será mi penitencia: con vivir tengo bastante pero, en fin, usted dirá: haga su trabajo.-


1 comentario:

Anónimo dijo...

Ocioso Mandaliucho... apollerado pseudoliberal... y macaquero