Con un sentido de la oportunidad que, a todas luces, da cuenta de la valiosa experiencia política por la que se les paga religiosamente su opípara dieta, los diputados chilenos protagonizaron, la semana pasada, otro bochornoso episodio al asignarse -y quitarse al día siguiente- un bono de 100.000 pesos que incrementaba su asignación por combustible... mientras el resto de los chilenos hacemos magia negra para llegar a fin de mes.
La dieta de los representantes elegidos por el pueblo es similar a la de un ministro de Estado: un sueldo líquido de, aproximadamente, 4 millones los diputados y 4 millones y medio los senadores. Hablando en serio, nada del otro mundo, considerando los sueldos que ganan los gerentes, abogados, o los médicos en el sistema privado. No sumo la asignación por gastos de labor parlamentaria que es lo que escandaliza al mutante básico, que no entiende que la labor legislativa no se haga de manera telepática. Señora Juanita: es necesario pagarle a los asesores, a las secretarias, teléfonos, insumos, etcétera.
El principal problema de los políticos, en mi concepto, -dejando de lado su ramplonería, su pobreza léxica y su estrechez intelectual y cultural- es su abrumadora incompetencia en el ámbito de las comunicaciones. Por ejemplo, la sabiduría popular ve en estos gastos de asignación parlamentaria un escándalo y una prueba palmaria de la corrupción de los políticos. Si se aplicara la lógica de la barra pop, el operador de telemarketing debiera pagar de su bolsillo la mantención del teléfono que ocupa para hacer su pega; el carabinero, debiera autofinanciar las balas que emplea -que debería emplear- para detener a los delincuentes y el profesor debiera destinar una parte de sus emolumentos a pagar las fotocopias de las pruebas y los plumones con los que hace la clase. Es sencillo de entender, si se tomaran la molestia de explicarlo; en cambio, prefieren seguir manteniendo la imagen de ladrones, de vagos y aprovechadores, porque, en la práctica, la opinión de la masa les importa un pepino... hasta que llega la hora de la reelección.
Imagino que esta especie de procastinación en el manejo comunicacional debe tener que ver con lo desagradable que debe ser atender los intereses de "la gente". El político tiene, por un lado, la sed de poder, el vértigo de ser alguien importante: un honrable y, tal vez en muchos casos, alguna clase de vocación por el servicio público, que es como se llama al orgullo de sentir que, sus acciones, pueden contribuir a mover los destinos de un país. El precio, en todo caso, no es tan alto: en las sesiones sólo deben aguantarse los discursos soporíferos de otros honorables y en las visitas a sus distritos, deben poner cara de circunstancias cuando se maman los gimoteos de cuanto mequetrefe quiere arrimar agua a su molino, sin atender al derecho del otro, saltándose si es preciso los procedimientos usuales: "Es que querimo' ju'ticia, señor diputado".
Lo que más me sorprende, en todo caso, es que el ciudadano promedio le exige a sus representantes una rectitud y una probidad que él está muy lejos de tener en su vida cotidiana. La manga de delincuentes que entra sin pagar a las micros por las puertas traseras se llena la boca diciendo que "too' lo político' son uno' ladrones"; denuncian que los políticos no van nunca a trabajar quienes han hecho del tráfico de licencias y del sacar la vuelta un arte mayor. Si usted desconfía de su "hombre en el congreso", fíjese que tanto la cámara como el senado tienen sendos sitios web; en ellos, usted puede revisar qué está haciendo su representante día a día, saber cuáles son las comisiones en las que está trabajando, cuántas han sido las leyes en las que ha participado y, aunque no lo crea, también aparece el detalle de su asistencia a las sesiones. Si algo de lo que ahí encuentre no le parece, fíjese que también está -no me va a creer- el teléfono y el correo electrónico del senador o diputado para avisarle, sin mandárselo a decir con nadie, que su voto, para la próxima pasada, irá a la competencia.
Si uno le echa una mirada hasta al fulano que va a tomar el estado de la luz a la casa, cómo va a dejar sin vigilar a quienes tienen la tarea, delegada por nosotros mismos, de dictar las leyes que moverán a un país. Pero es más fácil ceder a la bobería autoconmiserativa, a la irresponsabilidad y a la anomia. Es un error pensar que "todos los políticos son una mierda": para mí, los mierdas son quienes han puesto a esos políticos -"a los mismos de siempre"- a cargo del país y luego se han desentendido de su responsabilidad al elegirlos y al dejar de presionarlos. Y ni siquiera me meto con los cretinos que, como no creen en el sistema, no se inscriben. ¿Estarían dispuestos a someterse a otro sistema de gobierno, como una monarquía o una dictadura?
Se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno que el hombre ha inventado. No estoy seguro. En lo que sí no albergo ninguna duda es que, en nuestro país lo hemos empeorado con malsana irresponsabilidad, tanto políticos como ciudadanos, al punto de terminar rigiéndonos por una pelotudocracia representativa, en la que el centro, la derecha, la izquierda, los de arriba, los de abajo, los de más allá, los de más acá nos encontramos unidos, con un sincero, profundo y sentido espíritu republicano, que se inspira más en la terminación que en la "república".-
domingo, 24 de agosto de 2008
sábado, 16 de agosto de 2008
Un hombre que fuma en una casa vacía mientras avanza la noche
"Esta es la noche, quién no pudo sentirla así no la conoce.
Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender.
(...) Me hubiera gustado clavar la noche en papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo".
Juan Carlos Onetti: EL POZO
Pronto cumpliré 40 años y en el curso de este tiempo debo haberme relacionado con cientos de personas: a ninguna he conocido; en rigor, no quiero conocer a nadie, no quiero atar a nadie a la suma de mis prejuicios porque sé que tal arrogancia es por completo inútil. En cualquier momento, en el corazón del cobarde surge el impulso de amaestrar dragones; en el del satánico, el de resucitar a su Dios y regresar del averno; en el del amante, el de traicionar o vender el amor prometido; en fin: a veces hacemos cosas locas en momentos locos y dejamos de ser nosotros mismos o quizá, a despecho de nuestros conocidos y de lo que creen saber de nosotros, empezamos a ser, por fin, quienes realmente debiéramos haber sido.
Sin embargo, un par de veces en todo este tiempo, me he encontrado con seres a quienes no necesité conocer para saberlos; seres con los que las palabras se volvían alimento para las polillas y con quienes la noche era un pretexto para reconocer que, a cada lado del aire, componíamos una figura común hecha de días, de preguntas, de extrañas aventuras que encontraban su sentido en nuestras conversaciones y que, como niños mostrándose sus juguetes, nos mostrábamos para reír con una risa pura, libres y felices al fin, después de tanto silencio, de tanto tiempo de ser malentendidos. Esos misteriosos seres fueron -y son- los hermanos que mis padres no pudieron darme y que, no obstante, la vida, la única madre que sabe todas nuestras cosas, generosa y sabia puso en mi camino.
Uno de ellos, hace hoy justo un año, se suicidó. Hace justo un año, encerrado en la desolación de su casa, se dejó seducir por el deseo de saber "who is there" como puso en uno de sus últimos mensajes de texto. En su incurable optimismo, mi amigo creyó que existía la posibilidad de saber qué hay más allá y para saberlo, dejó atrás, en un salto, a su pequeño hijo, a sus mujeres, a sus amigos preguntándonos, con nuestro absurdo egoísmo "¿Por qué lo hizo?". Y la respuesta es tan simple como terrible: porque no fuimos lo suficientemente atractivos, o interesantes, o necesarios, como para que el privarse de nuestra compañía fuera un obstáculo para su salto al quizás definitivo.
No fue, por cierto, el primer dolor de mi vida. Varias muertes ajenas cargo en la espalda, fuera de las propias: tan brutales y dolorosas tanto las unas como las otras. Pero la muerte de mi amigo consiguió hacer lo que ningún dolor anterior había hecho: me hizo consciente de la responsabilidad que implica aceptar seguir viviendo. Él era un artista, el único que he conocido, un tipo lleno de lucidez, de generosidad y de talento. Por cierto, no estoy cayendo en el ridículo cliché de santificar al difunto: pero el tipo era excepcional, aún en sus miserias, y son muy pocos los que pueden reclamar para sí ese apelativo. Vivimos rodeados de estrafalarios y megalómanos, y cuando notamos el brillo leve e intenso del genio, éste nos deslumbra y nos conmueve porque nos muestra una manera de existir que parece tan simple y tan difícil -tan imposible- de reproducir con naturalidad en nuestras vidas. Y sin embargo, tan necesaria.
En Carpe Diem, uno de los más bellos manuales con instrucciones para la vida que haya leído, el múltiple Walt Whitman nos sugiere, con tono admonitorio: "Haced de vuestras vidas algo extraordinario". ¿Y eso qué significa? Trato de entenderlo en esta noche tan fría, atravesada de gritos a lo lejos y sin embargo, tan llena de silencio. Tal vez sea un cobarde o tal vez mi radical escepticismo me mantenga de este lado de las cosas. No lo sé. Se necesita de un valor análogo tanto para restarse como para proseguir y antes que interesarme por saber "who is there?", quisiera tanto saber "who is here?", quien es éste que apaga el cigarro y, con los ojos abiertos, se deja llevar hasta dónde no sabe por el mar de la noche.-
Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender.
(...) Me hubiera gustado clavar la noche en papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo".
Juan Carlos Onetti: EL POZO
Pronto cumpliré 40 años y en el curso de este tiempo debo haberme relacionado con cientos de personas: a ninguna he conocido; en rigor, no quiero conocer a nadie, no quiero atar a nadie a la suma de mis prejuicios porque sé que tal arrogancia es por completo inútil. En cualquier momento, en el corazón del cobarde surge el impulso de amaestrar dragones; en el del satánico, el de resucitar a su Dios y regresar del averno; en el del amante, el de traicionar o vender el amor prometido; en fin: a veces hacemos cosas locas en momentos locos y dejamos de ser nosotros mismos o quizá, a despecho de nuestros conocidos y de lo que creen saber de nosotros, empezamos a ser, por fin, quienes realmente debiéramos haber sido.
Sin embargo, un par de veces en todo este tiempo, me he encontrado con seres a quienes no necesité conocer para saberlos; seres con los que las palabras se volvían alimento para las polillas y con quienes la noche era un pretexto para reconocer que, a cada lado del aire, componíamos una figura común hecha de días, de preguntas, de extrañas aventuras que encontraban su sentido en nuestras conversaciones y que, como niños mostrándose sus juguetes, nos mostrábamos para reír con una risa pura, libres y felices al fin, después de tanto silencio, de tanto tiempo de ser malentendidos. Esos misteriosos seres fueron -y son- los hermanos que mis padres no pudieron darme y que, no obstante, la vida, la única madre que sabe todas nuestras cosas, generosa y sabia puso en mi camino.
Uno de ellos, hace hoy justo un año, se suicidó. Hace justo un año, encerrado en la desolación de su casa, se dejó seducir por el deseo de saber "who is there" como puso en uno de sus últimos mensajes de texto. En su incurable optimismo, mi amigo creyó que existía la posibilidad de saber qué hay más allá y para saberlo, dejó atrás, en un salto, a su pequeño hijo, a sus mujeres, a sus amigos preguntándonos, con nuestro absurdo egoísmo "¿Por qué lo hizo?". Y la respuesta es tan simple como terrible: porque no fuimos lo suficientemente atractivos, o interesantes, o necesarios, como para que el privarse de nuestra compañía fuera un obstáculo para su salto al quizás definitivo.
No fue, por cierto, el primer dolor de mi vida. Varias muertes ajenas cargo en la espalda, fuera de las propias: tan brutales y dolorosas tanto las unas como las otras. Pero la muerte de mi amigo consiguió hacer lo que ningún dolor anterior había hecho: me hizo consciente de la responsabilidad que implica aceptar seguir viviendo. Él era un artista, el único que he conocido, un tipo lleno de lucidez, de generosidad y de talento. Por cierto, no estoy cayendo en el ridículo cliché de santificar al difunto: pero el tipo era excepcional, aún en sus miserias, y son muy pocos los que pueden reclamar para sí ese apelativo. Vivimos rodeados de estrafalarios y megalómanos, y cuando notamos el brillo leve e intenso del genio, éste nos deslumbra y nos conmueve porque nos muestra una manera de existir que parece tan simple y tan difícil -tan imposible- de reproducir con naturalidad en nuestras vidas. Y sin embargo, tan necesaria.
En Carpe Diem, uno de los más bellos manuales con instrucciones para la vida que haya leído, el múltiple Walt Whitman nos sugiere, con tono admonitorio: "Haced de vuestras vidas algo extraordinario". ¿Y eso qué significa? Trato de entenderlo en esta noche tan fría, atravesada de gritos a lo lejos y sin embargo, tan llena de silencio. Tal vez sea un cobarde o tal vez mi radical escepticismo me mantenga de este lado de las cosas. No lo sé. Se necesita de un valor análogo tanto para restarse como para proseguir y antes que interesarme por saber "who is there?", quisiera tanto saber "who is here?", quien es éste que apaga el cigarro y, con los ojos abiertos, se deja llevar hasta dónde no sabe por el mar de la noche.-
sábado, 9 de agosto de 2008
La estética de Mordor
Esta reflexión se inicia cuando, una mañana de sábado, se abrieron las puertas del metro y entró un individuo bajo, de unos 50 años, canoso, con surcos antes que arrugas en la piel del rostro, cuya expresión era de absoluta ausencia, como si la facultad de raciocinio se hubiese extinguido en su familia 3 o 4 generaciones antes de él. Sin embargo, no era su expresión de necrosis neurológica lo que me llamó más la atención, sino el enorme aro que llevaba, como un brillante moco plateado, colgando sin asunto sobre su abultada fosa nasal izquierda.
De un tiempo a la fecha, cientos de habitantes del planeta han optado por insertarse pedazos de metal, madera y hasta PVC en orejas, cejas, pezones, labios (superiores e inferiores) y/o ilustrarse el pellejo con tatuajes, con escarificaciones o, incluso, quemaduras y expansiones. Lo que era una práctica ritual en culturas originarias, plena de significaciones sociales, religiosas y culturales hoy se ha vuelto, en nuestra civilización hipertecnologizada y omnitolerante, una moda que se impone hasta en niños metilfenidato-dependientes, que lucen sus piercings como pasaportes que los acreditan como miembros de hecho y de derecho de sus tribus sociales, tal como a sus padres ausentes los acreditan, en sus propias tribus, la tarjeta de la multitienda y el boletín de Dicom.
No deja de resultar significativo el hecho que esta decoración corporal se haga de espaldas a los cánones estéticos más tradicionales de occidente. Incluso, detrás de cada uno de estos recursos hay un contenido latente de agresión, no sólo hacia el buen burgués que, como yo, no entiende la razón por la que algún tarúpido quisiera montarse un pedazo de metal en la jeta, sino hacia ese mismo tarúpido que deforma su cuerpo siguiendo los cánones estéticos de la que, podríamos llamar, es la escuela de Mordor o el estilo Orco del lucir casual.
En la imaginería de J. R. R. Tolkien el Orco es un humanoide, belicoso, sucio y de aspecto terrorífico. Cualquier ciudadano medianamente culto recordará las imágenes que de ellos construyó Peter Jackson en su celebrada trilogía de El Señor de los Anillos. Otro atributo del Orco es su voluntad de destrucción y su radical incapacidad para construir nada: el Orco vive de desechos, con retazos de idiomas arma el suyo, el orkish, que es la corrupción de varios idiomas de la Tierra Media. Sin embargo, no está claro el origen del Orco: en algunos relatos se los hace descendientes de los Elfos, criaturas de singular belleza y elevada perfección tanto intelectual como espiritual; en otros, los Orcos son la corrupción de los Hombres, criaturas con las que, supongo, el lector estará hasta cierto punto familiarizado.
En este caso, podemos observar cómo, una vez más, la realidad imita al arte. Sin embargo, a diferencia del ridículo jopo parado con gomina Brancato, que los sesentones de ahora llevaron en sus años mozos, y que buscaba imitar el aspecto de James Dean o de Elvis Presley, ahora no se trata de una respuesta más o menos consciente del sujeto frente al modelo que el cine le propone: me parece que esta respuesta es más visceral y, si se me permite el oxímoron, superficialmente profunda.
La estética de Mordor es coherente con una percepción de vacío y de sinsentido que resulta de la ausencia de referentes que seguir -porque no se sabe cuáles, porque no se entiende cuáles- y que sean más estables que la mera compulsión emocional. Por otra parte, cuando "no hay una buena base" -léase, cuando se es tan feo como el culo del diablo-, más fácil que tratar de lucir con un aspecto atractivo o agradable es tomar a la belleza por un disvalor, -como Rimbaud quien sienta a la Belleza sobre sus sifilíticas rodillas, para encontrarla amarga e injuriarla- y estilizar la monstruosidad, elevándola a la categoría de paradigma estético.
Así, saturado de imágenes mediales, el monstruo narciso se mira en el espejo sin verse realmente; la imagen virtualizada que la pantalla mental le devuelve, satisface su pequeña fantasía de parecer cool, de parecer moderno, de asemejarse, aunque fuere un poquito, -como tal vez quería ese viejo del metro con el que partió esta reflexión- al selecto grupo de "los famosos", aunque estos famosos sean los Orcos de Mordor que, mal que mal, igual salen en la tele.-
De un tiempo a la fecha, cientos de habitantes del planeta han optado por insertarse pedazos de metal, madera y hasta PVC en orejas, cejas, pezones, labios (superiores e inferiores) y/o ilustrarse el pellejo con tatuajes, con escarificaciones o, incluso, quemaduras y expansiones. Lo que era una práctica ritual en culturas originarias, plena de significaciones sociales, religiosas y culturales hoy se ha vuelto, en nuestra civilización hipertecnologizada y omnitolerante, una moda que se impone hasta en niños metilfenidato-dependientes, que lucen sus piercings como pasaportes que los acreditan como miembros de hecho y de derecho de sus tribus sociales, tal como a sus padres ausentes los acreditan, en sus propias tribus, la tarjeta de la multitienda y el boletín de Dicom.
No deja de resultar significativo el hecho que esta decoración corporal se haga de espaldas a los cánones estéticos más tradicionales de occidente. Incluso, detrás de cada uno de estos recursos hay un contenido latente de agresión, no sólo hacia el buen burgués que, como yo, no entiende la razón por la que algún tarúpido quisiera montarse un pedazo de metal en la jeta, sino hacia ese mismo tarúpido que deforma su cuerpo siguiendo los cánones estéticos de la que, podríamos llamar, es la escuela de Mordor o el estilo Orco del lucir casual.
En la imaginería de J. R. R. Tolkien el Orco es un humanoide, belicoso, sucio y de aspecto terrorífico. Cualquier ciudadano medianamente culto recordará las imágenes que de ellos construyó Peter Jackson en su celebrada trilogía de El Señor de los Anillos. Otro atributo del Orco es su voluntad de destrucción y su radical incapacidad para construir nada: el Orco vive de desechos, con retazos de idiomas arma el suyo, el orkish, que es la corrupción de varios idiomas de la Tierra Media. Sin embargo, no está claro el origen del Orco: en algunos relatos se los hace descendientes de los Elfos, criaturas de singular belleza y elevada perfección tanto intelectual como espiritual; en otros, los Orcos son la corrupción de los Hombres, criaturas con las que, supongo, el lector estará hasta cierto punto familiarizado.
En este caso, podemos observar cómo, una vez más, la realidad imita al arte. Sin embargo, a diferencia del ridículo jopo parado con gomina Brancato, que los sesentones de ahora llevaron en sus años mozos, y que buscaba imitar el aspecto de James Dean o de Elvis Presley, ahora no se trata de una respuesta más o menos consciente del sujeto frente al modelo que el cine le propone: me parece que esta respuesta es más visceral y, si se me permite el oxímoron, superficialmente profunda.
La estética de Mordor es coherente con una percepción de vacío y de sinsentido que resulta de la ausencia de referentes que seguir -porque no se sabe cuáles, porque no se entiende cuáles- y que sean más estables que la mera compulsión emocional. Por otra parte, cuando "no hay una buena base" -léase, cuando se es tan feo como el culo del diablo-, más fácil que tratar de lucir con un aspecto atractivo o agradable es tomar a la belleza por un disvalor, -como Rimbaud quien sienta a la Belleza sobre sus sifilíticas rodillas, para encontrarla amarga e injuriarla- y estilizar la monstruosidad, elevándola a la categoría de paradigma estético.
Así, saturado de imágenes mediales, el monstruo narciso se mira en el espejo sin verse realmente; la imagen virtualizada que la pantalla mental le devuelve, satisface su pequeña fantasía de parecer cool, de parecer moderno, de asemejarse, aunque fuere un poquito, -como tal vez quería ese viejo del metro con el que partió esta reflexión- al selecto grupo de "los famosos", aunque estos famosos sean los Orcos de Mordor que, mal que mal, igual salen en la tele.-
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lunes, 4 de agosto de 2008
La hilacha educativa
En 2007 el historiador Alfredo Jocelyn-Holt emplazó públicamente al experto en educación José Joaquín Brunner a reconocer que los numerosos títulos y grados académicos que ostentaba eran falsos. Brunner quien, como cualquiera puede consultar en Wikipedia, fue Ministro Secretario General de Gobierno bajo el gobierno de Frei Ruiz-Tagle entre 1994 y 1998; presidente del Consejo Nacional de Televisión; presidente de la Comisión Nacional de Acreditación de Programas de Pregrado, vicepresidente del Consejo Superior de Educación; miembro del Consejo de Ciencias del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT), entre otros numerosos cargos, debió reconocer que sólo contaba con la licencia de secundaria y un título técnico en administración universitaria obtenido en Inglaterra después de un curso de un par de meses.
La polémica que se levantó sobre el particular estuvo acotada, principalmente, a foros y a publicaciones electrónicas. Salvo un artículo en La Tercera, el asunto pasó sin pena ni gloria en el resto de los medios encargados de informar al país. Las consecuencias para el sr. Brunner fueron, -además de tener que modificar sus datos en su blog, donde nos señala sus logros, pero no sus estudios- el despido de la Universidad del Desarrollo y un contrato en la Diego Portales por cuanto, según el rector de esta casa de estudios, Carlos Peña González, para ser un académico o un investigador de peso la certificación académica que supone el cartón "No es un requisito imprescindible, menos en Chile, donde el campo disciplinario en Ciencias Sociales está en plena expansión."
En suma, en Chile la educación de quienes toman decisiones en el ámbito educativo -y en otros ámbitos también-, es un asunto de mínima importancia por cuanto, mientras tengan los contactos sociales, familiares y políticos adecuados, están eximidos de realizar los mismos esfuerzos que aquellos que nos veremos afectados directamente por sus decisiones. Y es sobre este absurdo sobre el que se levanta una de las áreas más sensibles del andamiaje social de nuestro país.
En mi concepto, uno de los principales problemas de la educación en Chile es que ha caído en manos de los expertos. Cada cierto tiempo los Frankensteins del Mineduc dan vida a criaturas monstruosas, hechas con pedazos de prácticas metodológicas y retazos de teorías cognitivas encontradas en sus peregrinajes por doctorados, diplomados y sitios de internet dedicados al negocio de la educación. De allí, los expertos extraen fragmentos de ideas, conceptos y procedimientos que montan en programas o políticas destinadas a "mejorar la calidad de la educación de nuestro país" y que terminan en los sonados fracasos de casi todas las encuestas y aplicaciones de estándares internacionales de calidad de esa educación que buscaban mejorar.
Uno de los últimos productos perpetrados en el Ministerio de Educación, fue el diseño de un programa llamado "Enfoque por Competencias". En términos generales la lógica desde la que se fundamenta es la siguiente: es un error entregar contenidos generales a un grupo de alumnos con distintas habilidades. Lo importante es desarrollar esas habilidades naturales, de acuerdo a un programa ad hoc. Entonces, el alumno aprende, en la medida de sus capacidades -lo que equivale a decir, en la medida de lo posible- y el éxito del plan se mide al examinar los logros alcanzados y las habilidades desarrolladas. Dicho así suena "de lolo", pero los fundamentos éticos (ya salió el monje loco) desde donde se estructura esta teoría merecen, en mi retrógrado concepto, algunos reparos.
El enfoque por competencias se hace cargo de las habilidades que los educandos han de desarrollar no en relación a un concepto abstracto como el de "formación científico-humanista", sino a uno bien claro y concreto como el del Trabajo. En otras palabras, ya no se trata de educar al Hombre sino al Trabajador, a la medida de las necesidades del Mercado. Por ejemplo, de qué sirve un ingeniero civil con una sólida formación en teoría matemática si lo que se necesita es que sepa parar un puente; entonces, se le entrega los fundamentos matemáticos básicos y, el resto, es entrenarlo -adiestrarlo- en la práctica del levantamiento puentísitico porque, en definitiva, eso es lo que se espera de él.
Esta especialización del conocimiento se ha concebido de espaldas a una visión integral y holística del individuo. La lógica parece ser: hoy es tan amplio el ámbito del saber, son tantos y tan variados sus avances que ya no se puede entregar al alumno una visión global como podían entregar proyectos educativos anteriores, cuando el saber estaba acotado. Entonces, antes de hablar del absoluto, enseñemos lo particular que es mucho más manejable y fácil de entender por el "mutantito en ciernes". Así, este sistema, que reconoce el cambio cognitivo de las nuevas generaciones -mucho más tontas que las anteriores o, si lo prefiere, con inteligencias diferentes-, se hace cargo del lema "Divide y triunfarás" de Maquiavelo, aplicado esta vez a la formación del hombre y a la entrega de conocimientos.
El punto es que hacer una síntesis del conocimiento que enfrente su actual fragmentación implica tomar decisiones y nadie está dispuesto a tomarlas. ¿Quién es hoy lo suficientemente sabio o inspirado como para proponer una Weltanschauung Chilensis? Nadie está dispuesto a construir nuestra propia visión del Hombre, de la Realidad, del Sentido de la Existencia, porque faltan pelotas intelectuales para hacerlo. Entonces, entregados a la medianía de los expertos, debemos aceptar que a las nuevas generaciones se las adiestre para ser operarios de la máquina, constructores de una máquina, pero no para pensar en el sentido del trabajo y menos en la "maquinización" del Hombre. Eso es "muy denso", eso es paja y con eso, no se gana plata. En consecuencia, porque los expertos ven la realidad con la perspectiva de ratones hemos de aceptar que diseñen un sistema educativo para ratones: "Palabra de experto... demos gracias al Señor".
¿Qué sabe de esto el ciudadano promedio? Nada. ¿Están estos temas en las agendas de los movimientos estudiantiles? No. ¿Son temas que discutan regularmente los académicos en las Universidades? No ¿Y por qué? Este... voy por mi pedazo de queso.-
La polémica que se levantó sobre el particular estuvo acotada, principalmente, a foros y a publicaciones electrónicas. Salvo un artículo en La Tercera, el asunto pasó sin pena ni gloria en el resto de los medios encargados de informar al país. Las consecuencias para el sr. Brunner fueron, -además de tener que modificar sus datos en su blog, donde nos señala sus logros, pero no sus estudios- el despido de la Universidad del Desarrollo y un contrato en la Diego Portales por cuanto, según el rector de esta casa de estudios, Carlos Peña González, para ser un académico o un investigador de peso la certificación académica que supone el cartón "No es un requisito imprescindible, menos en Chile, donde el campo disciplinario en Ciencias Sociales está en plena expansión."
En suma, en Chile la educación de quienes toman decisiones en el ámbito educativo -y en otros ámbitos también-, es un asunto de mínima importancia por cuanto, mientras tengan los contactos sociales, familiares y políticos adecuados, están eximidos de realizar los mismos esfuerzos que aquellos que nos veremos afectados directamente por sus decisiones. Y es sobre este absurdo sobre el que se levanta una de las áreas más sensibles del andamiaje social de nuestro país.
En mi concepto, uno de los principales problemas de la educación en Chile es que ha caído en manos de los expertos. Cada cierto tiempo los Frankensteins del Mineduc dan vida a criaturas monstruosas, hechas con pedazos de prácticas metodológicas y retazos de teorías cognitivas encontradas en sus peregrinajes por doctorados, diplomados y sitios de internet dedicados al negocio de la educación. De allí, los expertos extraen fragmentos de ideas, conceptos y procedimientos que montan en programas o políticas destinadas a "mejorar la calidad de la educación de nuestro país" y que terminan en los sonados fracasos de casi todas las encuestas y aplicaciones de estándares internacionales de calidad de esa educación que buscaban mejorar.
Uno de los últimos productos perpetrados en el Ministerio de Educación, fue el diseño de un programa llamado "Enfoque por Competencias". En términos generales la lógica desde la que se fundamenta es la siguiente: es un error entregar contenidos generales a un grupo de alumnos con distintas habilidades. Lo importante es desarrollar esas habilidades naturales, de acuerdo a un programa ad hoc. Entonces, el alumno aprende, en la medida de sus capacidades -lo que equivale a decir, en la medida de lo posible- y el éxito del plan se mide al examinar los logros alcanzados y las habilidades desarrolladas. Dicho así suena "de lolo", pero los fundamentos éticos (ya salió el monje loco) desde donde se estructura esta teoría merecen, en mi retrógrado concepto, algunos reparos.
El enfoque por competencias se hace cargo de las habilidades que los educandos han de desarrollar no en relación a un concepto abstracto como el de "formación científico-humanista", sino a uno bien claro y concreto como el del Trabajo. En otras palabras, ya no se trata de educar al Hombre sino al Trabajador, a la medida de las necesidades del Mercado. Por ejemplo, de qué sirve un ingeniero civil con una sólida formación en teoría matemática si lo que se necesita es que sepa parar un puente; entonces, se le entrega los fundamentos matemáticos básicos y, el resto, es entrenarlo -adiestrarlo- en la práctica del levantamiento puentísitico porque, en definitiva, eso es lo que se espera de él.
Esta especialización del conocimiento se ha concebido de espaldas a una visión integral y holística del individuo. La lógica parece ser: hoy es tan amplio el ámbito del saber, son tantos y tan variados sus avances que ya no se puede entregar al alumno una visión global como podían entregar proyectos educativos anteriores, cuando el saber estaba acotado. Entonces, antes de hablar del absoluto, enseñemos lo particular que es mucho más manejable y fácil de entender por el "mutantito en ciernes". Así, este sistema, que reconoce el cambio cognitivo de las nuevas generaciones -mucho más tontas que las anteriores o, si lo prefiere, con inteligencias diferentes-, se hace cargo del lema "Divide y triunfarás" de Maquiavelo, aplicado esta vez a la formación del hombre y a la entrega de conocimientos.
El punto es que hacer una síntesis del conocimiento que enfrente su actual fragmentación implica tomar decisiones y nadie está dispuesto a tomarlas. ¿Quién es hoy lo suficientemente sabio o inspirado como para proponer una Weltanschauung Chilensis? Nadie está dispuesto a construir nuestra propia visión del Hombre, de la Realidad, del Sentido de la Existencia, porque faltan pelotas intelectuales para hacerlo. Entonces, entregados a la medianía de los expertos, debemos aceptar que a las nuevas generaciones se las adiestre para ser operarios de la máquina, constructores de una máquina, pero no para pensar en el sentido del trabajo y menos en la "maquinización" del Hombre. Eso es "muy denso", eso es paja y con eso, no se gana plata. En consecuencia, porque los expertos ven la realidad con la perspectiva de ratones hemos de aceptar que diseñen un sistema educativo para ratones: "Palabra de experto... demos gracias al Señor".
¿Qué sabe de esto el ciudadano promedio? Nada. ¿Están estos temas en las agendas de los movimientos estudiantiles? No. ¿Son temas que discutan regularmente los académicos en las Universidades? No ¿Y por qué? Este... voy por mi pedazo de queso.-
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