miércoles, 26 de junio de 2013

Es la guerra social, estúpido

Santiago de Chile y otras ciudades del país han amanecido hoy, miércoles 26 de junio de 2013, sitiadas por encapuchados quienes han interrumpido el tránsito con barricadas, han lanzado bombas molotovs contra la fuerza policial y transeúntes y, detalle no menor, han sido avalados desde hace mucho por medios de comunicación irresponsables que transmiten sus delirantes arengas antisistémicas sin ningún tipo de contrapunto con visiones más racionales de la sociedad y la política.

Es esta una voluta más en la espiral de radicalización de un movimiento político, travestido como social, y que busca la desestabilización del orden social y político tal como lo conocemos. El anarquismo en Chile es un movimiento de larga data y que, sin embargo, durante los gobiernos de la Concertación, en plena  "Democracia recuperada" experimentó su florecimiento en universidades y liceos, gracias a una masa de adolescentes abandonados por sus familias y, sobre todo, gracias a una sociedad irresponsable, ignorante e hipócrita como es la chilena que, antes de hacer frente al discurso deletéreo del extremismo, prefirió hacerse la lesa y seguir disfrutando la farra.

Mientras los papás seguían bailando y chupando en la fiestuza del "exito del modelo" que permitió el acceso a la clase media de una masa de ciudadanos "que vieron en este gobierno de la Concertación cómo mejoró su calidad de vida con mejores ingresos, con mejores oportunidades de tra'ajo...", sus hijos quedaban abandonados frente a la tele y la nada. Esta nueva clase media vio en la educación formal una posibilidad cierta para darle a sus hijos "un mejor futuro". Sin embargo, estos nuevos miembros de la rampante clase media desconocían que el mejor futuro que, eventualmente puede dar la educación formal, parte con la educación que reciben esos hijos en la casa. Ese es el secreto de Finlandia, señor protestante que exige calidá de la educación: una familia activa y una sociedad presente detrás del hijo en formación no sólo académica, sino sobre todo social y valórica.

Pero la sociedad chilena no tiene nada que enseñarle a sus hijos, a no ser la arrogancia del cliente, la prepotencia del funcionario y del mando medio; la hipocresía de barrio emergente con nombre de santo opus dei. Los viejos y nobles valores de la sociedad chilena fueron ridiculizados por la sociedad de consumo y, hoy, hablar de familia, Dios o patria es exponerse a ser tratado como facho-reaccionario-vendido-al-imperialismo-yanki. Sin embargo, es la ausencia de esos tres valores denigrados la base del desastre social que hemos permitido y que hoy nos rodea, tal como a Roma las huestes bárbaras en 476.

No hay familia sin padres presentes en la formación de sus hijos; no hay familia sin espacios dignos para compartir momentos y hacer una vida juntos. Es en ella donde aprendemos los valores que nos servirán para la vida, donde aprendemos a ser responsables y a poner límites a nuestra animalidad. Pero la familia, que permitió el éxito y florecimiento de la civilización occidental, desapareció hace rato. Cuántas veces no habremos escuchado a padres desesperados ante la rebeldía de sus hijos decir "A éste ya no se le puede decir na' ". La filosofía del avestruz, de la profecía autocumplida y de los hechos consumados muestra hoy sus frutos en la casa de la señora Juanita.

La preocupación espiritual es otra arista del fenómeno. Dios no existe, porque no nos conviene que exista. Porque si existe, nuestras acciones tienen un alcance en un plano más complejo que lo que nuestras neuronas alcanzan a vislumbrar y "pa' qué irse en la profunda si, a las finales, uno se muere y se muere no más, poh. Si la vi'a hay que puro vivirla, compa're". Creer en Dios implica aceptar una moral en la vida y ajustar nuestras acciones a ella. Creer en Dios implica que existe el Bien y el Mal y hace mucho rato que esa dicotomía ha sido envilecida y ridiculizada. Cuando el mal se hizo transparente (en palabras de Baudrillard) el Demonio ganó la partida, con la inestimable colaboración de la Iglesia Católica y sus equívocos pastores.

Finalmente, la Patria, el "Chile que queremos". En la boca de cuánto politicastro dispuesto a llenarse los bolsillos en su nombre, la Patria se transformó en una especie de nombre de prostíbulo. Una Patria sin historia común, sin reconocimiento ni delimitación de las responsabilidades del quiebre institucional de 1973. Los mismos que fueron responsables del fracaso del gobierno de Allende regresaron al poder sin más Mea Culpa que una declaración de renovación que, hay que decirlo, sus costumbres burguesas parecieron confirmar. El peso de las víctimas de los crímenes cometidos durante el gobierno militar fue cargado a las espaldas de la derecha, a cambio de la administración del país -con derecho de llaves- y todos felices, hasta que la corrupción, el robo, la prepotencia y el desastre hicieron necesario un recambio. La Concertación, hasta antes de Bachelet, administró -en consignación- un modelo económico que tuvo éxito a costa de un desastre social de magnitudes telúricas que comenzó a evidenciarse durante el gobierno de la ex funcionaria ONU-Mujer.

Y es que el éxito social no se mide únicamente con el mejor acceso al consumo. Una sociedad es también, y sobre todo, un conjunto de ideas que un grupo de personas comparte y que les permite construir un modelo de sociedad común. La Concertación escribió la historia que han leído vastas generaciones de chilenos, en la que Pinochet salió de la nada, ávido de poder y de sangre para imponer una Dictadura que dividió a los Chilenos. Nada se dijo en esa historia de la radicalización de los movimientos sociales antes del 73, nada se dijo de la ineptitud del presidente Allende. "EEUU quería un golpe y Pinochet se lo dio"  es el eslogan exculpador con el que las fuerzas políticas de izquierda, que provocaron el desastre que llevó a que buena parte de la sociedad chilena exigiera un Golpe de Estado, se eximió de responsabilidad ad aeternum. También le sirve a esa sociedad apolítica que exigió un Golpe, que luego calló ante los torturados y desaparecidos y que sólo se manifestó contra el Régimen cuando la crisis de los '80 le tocó el bolsillo. Y la derecha, con tal que le administrasen bien el negocio, aceptó la instalación de ese "Relato": ellos son los primeros que no comprenden lo que leen, como lo muestra el gobierno del presidente Sebastián Piñera en lo que se refiere a su pésima lectura de este movimiento político y seudo social .

Así las cosas, el segmento más débil de nuestra sociedad, ha sido adoctrinado por quienes ven en ésta, la oportunidad para sacar su tajada de la torta. Para ellos, Fidel Castro (49 años en el poder, cientos de muertos, deportados, perseguidos) es una luz y un ejemplo para Chile. Para ellos, la Asamblea Constituyente, es "la única forma democrática que tiene el pueblo de derogar la Constitución de Pinochet de 1980" (da lo mismo la firma de Ricardo Lagos de 2005). Para ellos los esloganes vintage de los años '60 son el fundamento que le da a esta generación de adolescentes lobotomizados por la soledad, la flojera y el sinsentido, la oportunidad de tener una gesta épica que les dé sentido al vacío de sus existencias a través de la toma, la barricada y la molotov. El compañero encapuchado actúa por un resentimiento atávico contra todo lo que no entiende (Dios, Familia, Patria) y porque no lo entiende, no lo acepta. El extremismo de izquierda le ha prestado ideario a una generación de personas incapaces de reflexionar por sí mismas y advertir las contradicciones del programa antisistema, antisocial y antiguo en su esencia. Estos jóvenes han abrazado este ideario revolucionario con el fanatismo propio de quienes ponen su fe donde fracasa su razón. Y la fe mueve montañas, o las pone donde antes no existían, que es peor. Mientras tanto, la sociedad, impávida, lo mira lanzar una bomba molotov y sacude la cabeza murmurando "Estos cabros se pasaron" mientras vuelve a bajar su cabeza para superar el nivel 65 de Candy Crush: uno de los problemas reales que tiene la gente.

La situación es de guerra, estimados señores. Y no lo digo yo: lo dicen los panfletos, serigrafías y rayados con los que han tomado la ciudad: esta es una Guerra Social. Llamarlos a respetar la democracia y deponer su actitud es como pretender corretear a Alien a punta de pedos. Como siempre, por cuanto los chilenos somos genéticamente incapaces de hacer bien las cosas, el país debe ahora  aplicar "mano dura", por no haber aplicado antes de que este tsunami social se hubiese declarado, ideas duras: el único recurso civilizado que nuestra sociedad tiene frente a quienes están en su contra.-

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