Dos años más tarde de lo que la más elemental racionalidad hubiese aconsejado, se levanta una airada polémica por el desempeño de la ex presidenta Michelle Bachelet frente al sismo del 27 de febrero de 2010. Esta demora inexplicable ha permitido que justo hoy, ante la formalización de cargos a los funcionarios que tuvieron injererencia en el improvisado manejo de la situación que devino del sismo y, en una segunda y muy evidente lectura, cuando en el horizonte se avisoran dos eventuales cataclismos cuyo impacto ni los Mayas ni Red Quake Alert podrían prever (las elecciones municipales y las presidenciales 2014), tanto los defensores de la ex presidenta como sus opositores salmodian la monótona letanía de sofismas que suele constituir el debate político chileno para cautelar, unos, a quien con ciego optimismo interpretan como su última y mejor opción para regresar al poder y los otros quienes, con temor y desconcierto, ven en su robusta figura el principal obstáculo para permanecer en la Moneda.
Y el atrezzo de esta opereta lo constituyen las encuestas de ambigua metodología que encumbran a la actual titular de ONU-mujer entre las figuras presidenciables para 2014, pese a su ausencia y silencio ante la contingencia. Ese "incómodo silencio" como lo catalogara en una muy lúcida columna Marcelo Brunet (27/F: Bachelet, su responsabilidad política y su incómodo silencio) es, sin embargo, emblema de sus cuatro años de gestión como presidenta y es el que, inexplicablemente, ha seducido al chileno promedio que ve en Bachelet -esa especie de Mona Lisa de la política- como una carta razonable para dirigir los destinos de la Nación.
Hagamos un esfuerzo y seamos serios: ¿cuáles son los datos objetivos que permiten considerar a Bachelet como una opción presidencial viable? Si hacemos memoria -aunque sea con la ayuda de Santa Wikipedia-, los dos primeros años de su gestión fueron desastrosos: en cuanto asumió su cargo, la Concertación de Partidos por la Democracia inició un proverbial ninguneo en el que, claramente, se advertía la incomodidad del macho criollo que no quiere ser mandado por una mujer. Elegir a la primera mujer presidenta en Chile era tan pro, que todos aparecían luciendo las fundas de los dientes en las fotos de rigor. Pero, tras la cortina, el ego aporreado de viejos dirigentes de oficio que veían a esta advenediza llevarse las luces y los votos, tuvo que ceder ante los fríos números y los desnudos hechos. La imagen que proyectaban no era muy distinta a la que proyectan hoy: Bachelet era el pretexto para afirmarse en el poder. Incluso en su propio partido, los jerarcas la masticaban pero no la tragaban y ella debió enfrentar, con muy escuálido respaldo político, los avatares del Transantiago -esa herencia maldita del gobierno de Ricardo I- y la revolución pingüina que terminó por reventar su capital político constituido por el alto nivel de aprobación con que resultó electa.
Sin embargo, ante la caída de ese apoyo, el por entonces presidente del Partido Socialista, sr. Camilo Escalona Medina, esa especie de Lord Palpatine vernáculo, hizo una certera lectura: o salvaban el gobierno de Bachelet o podían despedirse del Poder. Entonces, con la habilidad que le brinda su brillante dominio del lado oscuro de la Fuerza, inició una rápida e inapelable campaña para ordenar filas alrededor de la mandataria quien, tras dos años perdidos apareció, usando el repugnante neologismo, más "empoderada" y, gracias al coincidente repunte en el precio internacional del cobre, pudo iniciar la maratón asistencialista que la transformó en el fenómeno de masas que indiscutiblemente es: una especie de versión femenina de mr Chance de la novela de Kosinski "Desde el Jardín". Sin lugar a dudas, es una mujer carismática, atractiva para una sociedad chata y medio bobalicona como la chilena. Pero repito, hablando en serio, ¿cuál es la visión política de la señora Bachelet? ¿o es que a nadie le interesa? Más allá de lugares comunes y frases hechas: "...de eso estamos hechos los chilenos: de fuerza, de amor, de solidaridad...", "En mi gobierno nadie se va a repetir el plato", ¿cuál es su proyecto político? ¿dónde radica la valía de su pensamiento?
La sra. Bachelet abandonó su cargo de presidenta con un nivel de aprobación histórico, apenas minado por lo que fuera su más aciaga gestión política: su torpe conducción ante el sismo del 27 de febrero. Como lo expresé en la crónica del 28 de ese mes (Lo bueno de un terremoto) ella tomó la decisión política de aparecer a cargo de la situación: y el poncho le quedó varias tallas más grande. Negó lo evidente: había maremoto y como consecuencia -amarga paradoja del destino- muchos compatriotas, como otrora, murieron y desaparecieron en el mar; apostó torpemente a la autogestión al rechazar la ayuda que ofrecieron organismos internacionales y, la guinda de la torta: se empantanó en escrúpulos mezquinos al no decretar, como apunta Brunet en la citada columna, los estados de excepción que hubiesen evitado los saqueos y el vandalismo que afectaron a algunas regiones ya asoladas previamente por el sismo. Nadie que sea honesto puede defender a estas alturas lo indefendible: estos son hechos objetivos que exigen, por una cuestión de honor y de decencia, al menos un reconocimiento y, si la grandeza lo permitiera, un gesto de arrepentimiento por las decisiones mal tomadas.
Sin embargo, tres factores debieran entrar en juego en un análisis del fenómeno Bachelet:los intereses cortoplacistas y las ambiciones desmedidas de poder de los políticos de la oposición, que blindan a Michelle Bachelet para poder usarla -para seguir usándola- como arma política de destrucción masiva y referente cosista de unidad. Por otra parte, aparece la falta de tino político de los partidos de gobierno, que intentan a destiempo establecer una responsabilidad que no supieron en su minuto deslindar. Y en tercer lugar está la ciudadanía, el tercer y no reconocido actor de esta tragicomedia, que insiste en cerrar los ojos, con el infantilismo patológico de una sociedad cívica e intelectualmente inmadura, para seguir creyendo en el cuento de hadas de que su edípica y silente princesa puede volver a gobernar, sólo con su calidez, su simpatía y su inexistente capacidad política, el macondesco Reyno de Chile. ¿Es que acaso no podemos aspirar a algo mejor?.-
jueves, 17 de mayo de 2012
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